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Desfiladero

Bienvenidos a Cancún: vean cómo Fox y Calderón destruyeron el cerro de San Pedro

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El cerro de San Pedro ya no existe; las águilas, las víboras y las imponentes bisnagas, tampoco. Minera San Xavier arrasó con todo María Meléndrez ParadaFoto Foto
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n domingo de 1995, después de la misa que reunía semanalmente a los habitantes de Cerro de San Pedro, un forastero subió al altar donde había oficiado el cura, y dijo a los feligreses que todas las casas y tiendas y fondas y calles y ruinas del pueblo iban a desaparecer bajo las máquinas de una empresa internacional que devolvería a la región la prosperidad de otros tiempos.

Ante el asombro de sus oyentes, el extraño aclaró que nadie saldría perjudicado pues, además de una justa indemnización, cada familia recibiría una nueva vivienda en la cercana comunidad de La Zapatilla, y los hombres y las mujeres en condiciones de trabajar obtendrían un empleo. Así, la ceremonia religiosa se convirtió en asamblea, cada cual tomó la palabra y expuso sus argumentos, pero la inmensa mayoría rechazó la oferta.

Por la belleza de sus construcciones –su templo de la segunda mitad del siglo XVIII, su peluquería, su panadería y su botica del XIX, su escuela, su mirador que domina el paisaje del desierto (hoy dominado a su vez por Los Zetas)–, y desde luego por su importancia histórica, Cerro de San Pedro es, según la UNESCO, patrimonio cultural de la humanidad. Pero si el águila siendo animal, se retrató en el dinero, la montaña a la cual debe su nombre este pueblo posó, en el siglo XVII, para el escudo oficial del estado de San Luis Potosí.

Todo porque en ese lugar, en 1592, los españoles descubrieron ricas vetas de oro y plata, y para apropiárselas, el aventurero Pedro de Anda fundó la villa de San Pedro del Potosí, en honor de su propio santo, faltaba más, y de las minas del Potosí en Bolivia.

La extracción de metales preciosos comenzó en 1595, pero como no había agua para separar las codiciadas petitas rubias y blancas del plomo y el fierro con aplicaciones de mercurio, los europeos abrieron un camino de herradura para llevarse las piedras a una aldea donde abundaban los manantiales y fabricaban queso de tuna.

Cerro de San Pedro tuvo sus épocas de auge –de 1595 a 1621, de 1699 a 1763, de 1807 a 1830– cada que se descubrían nuevas vetas, y cuando éstas se agotaban se convertía otra vez en pueblo fantasma. La riqueza de su entraña era tal que, en 1902, durante su última bonanza, de cada tonelada de roca aún salían 7 kilos de oro. Pero en 1953, vacía, exhausta, la mina cerró para siempre y el pueblo quedó a merced de las telarañas. Sus escasos pobladores sobrevivieron criando cabras y tratando de echar a andar negocios turísticos, asfixiados por la miseria, hasta que un domingo de 1995, un forastero subió al altar de la iglesia y les puso los pelos de punta.

En ese momento, sabiendo que dentro del histórico cerro ya no había sino tierra y fauna, una empresa canadiense denominada Minera San Xavier (MSX), acababa de presentar al gobierno de Ernesto Zedillo un enloquecido plan de negocios. Este consistía en demoler el pueblo, dinamitar la montaña y reducirla a polvo, para extraer de éste los últimos residuos de oro. Al conocer las intenciones de quienes enviaron al mensajero, los habitantes de San Pedro se organizaron para defenderse y crearon el Frente Amplio Opositor a la Minera San Xavier (FAO).

Encabezado por el ingeniero Mario Martínez Ramos y por el abogado Carlos Covarrubias, el FAO ha sostenido desde entonces una admirable batalla jurídica y política, que frenó el proyecto durante los primeros siete años. Pero en 2002, Vicente Fox intervino de manera personal y presionó de tal modo a las autoridades municipales de Cerro, que éstas doblaron las manos y permitieron que la minera empezara a devastar la región.

Gracias a Fox, a su secretario del Medio Ambiente, el ex gobernador de Jalisco, Alberto Cárdenas Jiménez, y al entonces gobernador Marcelo de los Santos (óleos), desde el segundo semestre de 2005, todos los días en punto de las tres de la tarde, Minera San Xavier detona una carga de 25 toneladas de explosivos y hace volar 80 mil toneladas de roca. De éstas, selecciona 32 mil y las tritura; luego, ya pulverizadas, las deposita en unas tinas metálicas al aire libre, y las cubre con una mezcla de 16 toneladas de cianuro de sodio disueltas en 32 mil millones de litros de agua.

Así, de cada tonelada extrae medio gramo de oro. Leyeron bien: medio gramo de oro. Pero como exprime 32 mil toneladas diarias, en cada jornada obtiene 16 kilos de oro. Un kilo de oro tiene 33 onzas. Cada onza, a precios de hoy, vale mil 300 dólares. En términos brutos (sin descontar gastos, sueldos y sobornos) la minera gana 42 mil 900 dólares por cada kilo, y 686 mil 400 dólares por cada 16 kilos (su cosecha cotidiana), cifra que multiplicada por los 30 días del mes representa la friolera de 20 millones 592 mil dólares, o 247 millones 104 mil dólares anuales, o más de mil millones de dólares en estos cinco años.

La primera vez que visité Cerro de San Pedro, en mayo de 2005, invitado por Carlos Covarrubias y don Mario Martínez, me maravilló todo: las ruinas, las casas en pie, la iglesia, el desierto, las bisnagas bicentenarias, el silencio, el aire, las águilas que cruzaban por el cielo sosteniendo una víbora entre las garras. Y por supuesto la montaña, con sus dos cuevas como los ojos de una calaca.

Hace días regresé al pueblo y, mirando hacia lo alto, pregunté a mis amigos del FAO por las cuevas, que también salen en el escudo de San Luis Potosí. Don Mario respondió: Eso que estás viendo es el Cerro de Atrás, el de San Pedro ya no existe. ¿No entendiste que estos cabrones lo volaron? Y apuntando en otra dirección, me señaló una especie de túmulo funerario de mil 500 millones de toneladas de tierra contaminada con ácido cianhídrico, que jamás volverá a ser útil para la vida.

¿Y las águilas? ¿Y las víboras? ¿Y las imponentes bisnagas? Tampoco existen. Minera San Xavier, con el apoyo inicial de Fox, y actualmente con el de Felipe Calderón, hoy por hoy el hombre más comprometido con la defensa del medio ambiente en el planeta (así se va a presentar en la cumbre que pasado mañana arranca en Cancún), ayudaron a provocar su exterminio por la miserable cantidad de mil millones de dólares. ¿Y a cambio de qué? Nadie lo sabe. El pueblo vive en la miseria de siempre y los caminos que lo comunican los controla el narcotráfico.

Fox y Calderón son responsables de que la cuarta parte del territorio nacional –una extensión de 24.5 millones de hectáreas– estén concesionadas a mineras nacionales y extranjeras, que saquean los recursos naturales del país y no dejan nada bueno. Pero las cosas pueden complicarse en breve, porque no lejos de Cerro San Pedro, en el desierto de Real de Catorce, donde crece el peyote sagrado de los huicholes, otra minera canadiense ha recibido permiso federal y estatal para dinamitar el subsuelo en busca de toda la plata residual que contenga.

La esperanza de muchos reside en que esta agresión, no sólo a la tierra sino a la culturas de los habitantes más antiguos del país, vuelva a poner a los pueblos indios en pie de lucha, codo a codo con el movimiento popular que se organiza para desmantelar, pero ya por favor, la sanguinaria dictadura panista. Si ustedes van a Cancún, ojalá repartan este Desfiladero entre las delegaciones ciudadanas, a las que, desde aquí, se les da la más cordial bienvenida.