Opinión
Ver día anteriorLunes 22 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Dr. Lakra*
G

abriel Orozco: Vamos a hablar de tus viajes.

Dr. Lakra: Sí. A finales del 89 fui a Berlín, estuve como tres meses y luego regresé al taller de los viernes en Tlalpan. Ese viaje fue muy importante, fui con Katia.

–¿Por qué fue importante? ¿Ahí entraste en el mundo del tatuaje?

–Sí, me di cuenta que podía vivir de hacer tatuajes y que podía vivir escuateando. Unos meses antes acababan de tirar el muro de Berlín, había miles de edificios vacíos. Tenía muchas ganas de estudiar y también de ser pintor. Creo que después de haber estado en el taller definí que quería ser artista, pintor.

–¿El taller de los viernes te metió la espina?

–Como que el taller me ayudó a aclarar mis ideas hacia lo que quería ser y hacer, además de que siempre me gustó dibujar y pintar.

–¿Es en el taller dónde empezaste a pintar? De hecho, ahí hiciste tus primeras telas ¿verdad? Me acuerdo que en ese momento empezaste a agarrar el pincel y los colores, aunque tu trabajo era muy gráfico, ahí comenzaste a embarrar colores.

–Sí. Cuando estuve en Alemania vi una retrospectiva de Otto Dix, recuerdo que me impresionó mucho, era de su época dadaísta.

–¿Después de que terminó el taller, a qué te dedicaste?, ¿en qué andabas?

–Pues Katia y yo decidimos regresar a Alemania a finales del 91. Nos quedamos dos años y medio, nos llevamos a su hija Ixchel. Tratábamos de vivir allá, como un proyecto de vida más en serio.

–¿Y qué hacías para vivir?

–De esto, de aquello.

–¿Hiciste de todo?

–Sí, de todo.

–¿Mesereaste?

–No, porque no hablaba alemán. Katia sí trabajó como mesera, creo que la contrataban por ser chava, exótica, guapetona y hablaba inglés. Hice de todo, hasta limpié restaurantes.

–¿Qué otras cosas hacías?

–En algunas ocasiones robaba libros antiguos y los vendía por ahí.

–¿En serio? ¿Dónde los robabas?

–En un extremo de la ciudad y luego los vendía en el otro.

–¿Los robabas de las librerías?

–Sí. Otros me los encontraba. En esa época en Berlín había desvanes llenos de tesoros. De repente te podías encontrar una biblioteca completa de un médico, libros de medicina cabronsísimos, estaban en cajas a punto de ser aventados a la chimenea. Los rescataba y los iba a vender, me daba cuenta que valían un chingo. No sé, como que en esa época había mucha basura en Alemania, todavía, yo creo. Por ejemplo, una vez en un container, encontré un abrigo de mink y en otra ocasión encontré una videocasetera, que en ese momento era un artículo de súper lujo. Me acuerdo que había una casa adonde íbamos a hablar por teléfono, era increíble, eran unas oficinas, tenías que entrar por un departamento que le habían hecho un hoyo en el techo, parecía como una escultura. El hoyo servía para acceder por el techo, entrabas a otro edificio que estaba cerrado, dabas una vuelta, subías unas escaleras y llegabas a otras oficinas donde había un teléfono. Ahí encontrábamos a varios latinoamericanos hablando por teléfono gratis, y pues tenías que esperar horas. Mientras tanto Katia y yo íbamos a recorrer el edificio, había un chingo de casas que estaban como si las hubieran habitado ayer. En el momento que se abrió el muro se fueron con lo que traían puesto.

–¿En Berlín tatuabas un poco?

–Sí, ahí fue donde empecé a cobrar por hacer tatuajes.

–¿Quién te enseñó a tatuar? ¿Fue en México que aprendiste?

–Ora’ sí que nadie me enseñó. El Piraña era muy celoso de lo que sabía, no decía nada, realmente me enseñaba lo mínimo y eso porque era mi cuate y le conseguía clientes fresas. Luego conocí a otros güeyes como el Aguarrás, el Walter, y un güey que vivía en la Quiñonera fue el que realmente me enseñó a usar la máquina. Yo sabía cuáles eran los ingredientes que debía utilizar, pero no sabía hacer el caldo, no sabía cómo se ponía en la máquina para que funcionara bien o calibrarla para que quedara perfecta.

–¿Qué es lo más difícil de hacer tatuajes?, ¿el pulso?

–No. Más bien es entender lo que la persona quiere. Me gusta que hay una hermandad que se forma, porque estás marcando a una persona de por vida y el resultado no importa, por eso no es difícil.

–¿Tu papá te ha enseñado sobre la manera en la que trabaja? ¿Has aprendido con él?

–No, no realmente. Lo intentamos pero nunca se hizo esa relación. En la época del taller, que fue cuando dejé la escuela y me puse a pintar más en serio y asistir a varios talleres, él intentó un acercamiento profesional conmigo, lo hizo contratando una modelo para que la dibujáramos, pero como que no funcionó. En esa época yo estaba bastante peleado con él.

–¿Cuánto tiempo duraron peleados?

–Como 10 años, hasta que nació Panchito.

–¿Hasta que nació Panchito? ¿O sea que fue el primer nieto el que los unió?

–Sí, más o menos, aunque también el hecho de ir a vivir a Oaxaca nos acercó. Comenzamos a tener más comunicación. Antes de eso era caerle en su casa y pelear y eso le cagaba.

–¿Te interesa hablar de la razón por la cual se pelearon? ¿La tienes clarísima?

–Sí. Hubo un hecho que detonó nuestro pleito.

–¿Cuál fue?

–Pues, le robé unos cuadros para venderlos, eran unas acuarelas.

–Lo recuerdo. Me lo contaste entonces. Eso lo ha de haber ofendido muchísimo.

–Claro, pero eso fue el detonador, la relación entre nosotros ya no era buena desde antes.

–¿Por qué crees que la relación comenzó a dañarse?

–Pues porque a mí me gustaba el rock, el desmadre, porque andaba con una chava mucho más grande que yo. Él quería que yo fuera arquitecto, doctor, o quizá senador.

* Fragmento de una conversación entre Dr. Lakra y Gabriel Orozco, una plática personal entre amigos sobre arte, familia, viajes, experiencias y opiniones. El texto acompaña el catálogo que incluye 120 imágenes con la obra del artista Jerónimo López Ramírez, el cual comenzará a circular en librerías esta semana. Con autorización de la editorial RM presentamos a nuestros lectores unos pasajes de esa charla.