Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de noviembre de 2010 Num: 820

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Dos poetas

Sonoridades celestes
NORMA ÁVILA

Kazuo Ishiguro: el encanto de la intimidad
JORGE GUDIÑO

Las dificultades del héroe
GERARDO MENDIVE

Representaciones de la Revolución Mexicana
JOSÉ LUIS ORTEGA

Insomnio americano
EDITH VILLANUEVA SILES

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Ilustración de Juan Gabriel Puga

Insomnio americano

Edith Villanueva Siles

Qué alentador fue leer las declaraciones del presidente Obama en donde impugna la ley de Arizona SB1070. Se le acababa el plazo, pero estaba atareado rehabilitando a los tahúres de Wall Street para que no vuelvan a detonar otra recesión. Sin embargo, las cifras y los buenos augurios que emanan desde la Presidencia son un artificio, porque se generan en una sala de juntas con aire acondicionado, café y galletitas. He llegado hasta pensar que esa reunión es entre Aladino y los cuarenta ladrones. ¡Bueno fuera! Porque con una frotadita a la lámpara el índice de desempleo descendería. Sin embargo, la realidad es otra y pese a los 787 mil millones de dólares del paquete de estímulo económico y a la recién promulgada reforma de salud, la situación económica para el proletariado es alarmante.

Para calmar los ánimos existen los programas de asistencia social, como el WIC (por sus siglas en inglés) que está dirigido a mujeres: embarazadas que estén lactando o que tengan hijos menores de cinco años, que se encuentren en riesgo de desnutrición y que ganen menos de 386 dólares a la semana. El programa WIC provee vales de comida específica que se pueden canjear en cualquier tienda participante.

Otro de los planes es el Medicaid, un seguro médico que tiene una cobertura del cien por ciento. Con estos dos programas pareciera que Aladino de verdad concede deseos. Sin embargo, estos proyectos no son para las familias que ganan aunque sea un dólar más de la cantidad fijada por la ley federal.

Claro que los beneficios se pueden conseguir, pero hay que hacer chanchullo. Una mujer puede ir a la oficina del WIC y decir que su esposo la dejó, que no tiene dinero para darle de comer a sus hijos y que está viviendo con una amiga o un pariente que le ayuda. A la hora del papeleo se debe presentar el acta de nacimiento del menor, comprobante de domicilio, de ingresos y una identificación que pruebe que es residente o ciudadano de Estados Unidos. Cuando en la oficina le sugieran que demande pensión alimenticia, deberá decir que no porque no sabe dónde está el padre y que de cualquier forma todavía lo quiere.

Si su cuento fue convincente le darán vales para cereal, pan, legumbres, jugo, leche, huevos y crema de cacahuate, que podrá cambiar mensualmente.

El método parece sencillo pero tiene su precio, porque cuando uno acude a estas instancias lo van a humillar, especialmente si no habla inglés; lo van a cuestionar, lo van a tratar como si la pobreza tuviera que ver con la estupidez. Uno puede pensar que con tal de recibir los beneficios se aguanta, y sí, pero eso no quiere decir que no se sienta impotencia, enojo, vergüenza. Uno sale de las oficinas con la ambigüedad en las manos, en una un carnet rosa en donde ponen los vales, y en la otra la vejación.

Soy maestra de español, perdí mi empleo y no puedo obtener ningún beneficio del Estado porque mi esposo gana siete dólares más de lo establecido, por eso me puse a vender. Vivo cerca del concurrido parque Sunset Park en Brooklyn. Pensé que si hacía panqués de cereal integral y los ofrecía a un dólar, en una hora me podría ganar, ya descontando la materia prima, veinte dólares. Después de pasar dos horas en la cocina, salí a la calle con mi hija de tres años. Mi esposo me dijo que debía tener cuidado porque me podía agarrar la policía. Lo de menos es la multa que va de 300 a 600 dólares, lo peor es que si no traes identificación te van a llevar a la delegación y, mientras averiguan, a la niña la van a poner bajo custodia de no sé quién. Sabía que no estaba exagerando porque ya me había tocado ver cómo los policías amenazan a las mujeres que venden los chicharrones; les dicen que les van a quitar a sus hijos y que las van a esposar y a subir a la patrulla para que vean que no se necesita una ley SB1070 para criminalizar a los indocumentados.

Una vez, en el parque, me acercaba a la gente con mucha timidez y les decía casi en secreto que vendía panqués. En mi fantasía imaginaba que iba a salir a la calle y que en un momento la gente se amontonaría para comprar, pero no fue así; en cuanto mencionaba que eran saludables y que estaban hechos con fruta, ahuyentaba a mis clientes, a pesar de que los reportes médicos posicionan a Brooklyn en el primer lugar de obesidad infantil en el estado de Nueva York. Sin embargo, me afané y después de caminar dos horas vendí todo. Regresé a casa e hice las cuentas: invertí en total cuatro horas y gané veinte dólares, es decir cinco dólares la hora, dos dólares y veinticinco centavos menos de lo que establece la ley como salario mínimo. No me desanimé, porque sabía que era el principio de mi éxito como comerciante. Al siguiente día repetí la acción, la ganancia fue de dos dólares veinticinco centavos por hora, mi ánimo resistió. Al día siguiente después de caminar bastante me senté en una banca, desde donde podía ver Manhattan. Comprendí que hay un abismo entre las personas que son dueñas de fábricas, de edificios, de las materias primas, de los bancos y, las personas que sólo poseen la fuerza de su trabajo para sobrevivir. Después de un rato me levanté y caminé como quien lleva un arado atado a los pies y regresé a casa con un dólar y un llanto incontrolable.

Al siguiente día salí a vender agua de jamaica. Estaba segura que esta vez tendría éxito, pues con temperaturas de 36 y 40 grados ¿a quién no se le iba a antojar? El parque estaba repleto de jugadores de futbol. Pensé que ahora sí le había dado al clavo. Caminé ofreciendo mi mercancía pero nadie se interesó.

Dos días después de mi desacierto como vendedora de agua decidí no hacerlo más. No solamente fue el hecho de que conseguí dar clases particulares a un señor que quiere aprender español y que por estar en oferta mis servicios le cobro treinta dólares la hora, sino porque vender en el parque le da insomnio a mi sueño americano.