Sociedad y Justicia
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Mar de Historias

Ambigüedades gramaticales

N

o tiene caso que me ponga a pensar si hice mal. El resultado es que hoy perdí la oportunidad de explicarme con Marcia. La tuve a unos pasos de mí. Habría bastado con recorrerlos para alcanzarla y decirle por qué me equivoqué de una manera tan terrible.

No estoy muy segura de que ella me hubiera dado oportunidad de hacerlo. La última vez que lo intenté, al verme, sólo me dijo: ¿Cómo te atreves?, dio media vuelta y se fue, dejándome a mitad de la sala llena de gente. Estábamos reunidos para celebrar que Lucio hubiera terminado sus estudios de computación. Sus padres, antiguos vecinos, me invitaron a la cena. Acepté con gusto, sobre todo cuando me dijeron que también asistiría mi hermana Marcia.

Me pareció que el hecho de vernos en un ambiente ajeno al familiar era ideal para que habláramos sin la presencia de parientes que terminarían metiendo su cuchara. No sé cómo se enteraron de que Marcia y yo estamos distanciadas. Cada vez que de casualidad me encuentro con alguno de mis tíos me pregunta si he visto a Marcia. No. Sonríen: ¡Qué raro! Ustedes eran inseparables. ¿Qué pasó? ¿Tuvieron alguna dificultad? Lo niego y miento: si he dejado de frecuentar a Marcia es porque las dos estamos siempre ocupadísimas.

No me creen y tampoco cambian de tema. Al contrario, me aconsejan que al menos llame por teléfono a mi hermana. No tengo por qué explicarles que lo he intentado muchas veces, pero Marcia cuelga en cuanto reconoce mi voz. La última vez me solté llorando. Claudio se enfureció. Mi marido pensó que mi hermana no tenía por qué humillarme de ese modo y me prohibió que volviera a llamarla. Según él, con el tiempo se aclararán las cosas. Puede ser, pero mientras tanto sufro al pensar que Marcia siga considerándome una desalmada porque no asistí al velorio ni al entierro de Gerardo, nuestro hermano mayor, a quien tanto quise.

II

Gerardo estuvo casado 11 años con Juliana. Nunca tuvieron hijos. Quiero pensar que ese fue el motivo de su inesperada ruptura. En vano la familia procuró disuadirlos. Marcia y yo lo intentamos por separado. Cuando me reuní con Juliana ella me dijo que ansiaba el divorcio y perder todo contacto con Gerardo. Le pregunté qué sería de su vida. Por lo pronto me voy a vivir a la casa de uno de mis hermanos. Tiene muchos y quise saber con cuál de todos. Se negó a decírmelo, indicio de que también planeaba alejarse de nuestra familia.

Meses después Gerardo se mudó a Puebla para trabajar en una fábrica de hilados y tejidos. Los domingos por la tarde se comunicaba con nosotras. A ninguna de las dos nos dijo que padecía del corazón, tal vez ni él lo supiera. Lamento que en sus últimas horas lo hayan asistido personas ajenas, pero me consuela saber que al menos Marcia estuvo presente en su entierro. Yo no pude asistir debido a una confusión que nunca dejaré de lamentar y que hasta a mí me parece increíble. Espero que un día mi hermana me dé oportunidad de explicarle cómo sucedieron las cosas. Confío en que me crea, pero dudo que nuestra relación vuelva a ser la de antes.

III

Era noviembre. Se acercaba la Navidad. En la fábrica todos estábamos atareadísimos en surtir los pedidos de esferas y en revisar los envíos a Estados Unidos, donde tenemos nuestros mejores clientes. Aquel viernes el licenciado López, el gerente, me mandó a verificar un depósito en el banco.

Lo encontré atestado y tardé mucho tiempo en volver a la fábrica. Iba a entregarle los documentos a mi jefe cuando me abordó Ana Laura, una de las trabajadoras eventuales que a todos nos hablaba de usted: La llamó una señora de nombre Juliana. Dijo que había estado marcando el teléfono de su casa, pero nadie contestó. Por eso habló aquí para decirle que hoy en la mañana trasladaron a su hermano al hospital.

Goyo, el mensajero, se acercó a decirme que el gerente le había preguntado muchas veces por mí y que estaba de pésimo humor. Corrí a explicarle al licenciado López que teníamos problemas con el depósito y se enfureció. Nos pasamos el resto del día haciendo llamadas a San Diego, revisando papeles para ver quién había cometido el error y acabó por despedir a Alicia Duarte, la contadora.

Fue una escena espantosa: Alicia reiteró su lealtad a la empresa y acabó por implorarle al licenciado López que la dejara en su puesto. Nunca olvidaré su tono desesperado al decir: “Tengo dos hijos, todavía están chicos…” El gerente permaneció irreductible. Terminé odiándolo y con un horrible dolor de cabeza. Él notó mi malestar y me autorizó a irme. Aclaró que si me necesitaba llamaría a mi casa. No lo dudé. Lo hace con frecuencia y sólo para mantenernos bajo su control. Por eso cancelé mi celular. Así sólo tengo que protegerme en un frente.

En cuanto llegué casa me di un baño y me tiré en la cama. Necesitaba cerrar los ojos, olvidarme de lo sucedido con Alicia. Claudio me encontró en condiciones lamentables. Se lo conté todo, incluida la amenaza de que mi jefe me llamara. Como respuesta, mi marido desconectó el teléfono. Dormí mal.

Por la mañana la cabeza me pesaba y tuve que hacer grandes esfuerzos para levantarme. Claudio me llevó a la fábrica y me deseó un día menos difícil. Fue todo lo contrario. Para empezar, descubrí a Alicia junto al reloj marcador. Llorando, me pidió que intercediera por ella con López. Le prometí hacerlo enseguida, aunque sabía que iba a ser inútil, y le sugerí que regresara a su casa. Le aseguré que iba a mantenerla al tanto de cualquier noticia. En ese momento recordé que no había vuelto a conectar el teléfono de mi casa.

Fui derecho a la gerencia. El licenciado López adivinó lo que iba a pedirle y, con la mirada fija en su computadora, justificó indirectamente su actitud hacia Alicia: Este negocio es pequeño. La situación está cada día más difícil y no podemos permitirnos el lujo de cometer errores, porque pueden salirnos muy caros. Ya lo vimos ayer: perdí un cliente.

Cuando acabó de darme instrucciones fui a mi oficina. Sobre el escritorio encontré un recado: Habló otra vez la señora Juliana para informarle que su hermano murió anoche y que hoy lo entierran. Me pareció una amabilidad de mi ex cuñada el hecho de que me hubiera informado de la pérdida en su familia y pensé en llamarla por la tarde para darle el pésame. No tenía el teléfono de Juliana, pero tal vez Marcia sí.

Marqué el número de su casa. Nadie me contestó. Insistí hasta que en la noche logré comunicarme. Respondió mi sobrino Benito. Le pedí que me pasara a su mamá. Noté que tapaba la bocina y luego me dijo: No está. ¿Sabes a qué horas regresa? Benito colgó.

Últimamente mi hermana y mi cuñado Ernesto han tenido problemas. Ella me ha dicho que discuten cada vez con más frecuencia. Imaginé que tal vez mi llamada había sido inoportuna y, para no inmiscuirme, decidí esperar hasta que Marcia me buscara.

IV

El lunes salí muy tarde de la oficina. No toleraba esperar más y fui a la casa de mi hermana. Sólo había luz en el zaguán. Estuve tocando hasta que Ernesto apareció en la puerta. Su aspecto era fatal y su actitud hacia mí muy fría. Quise pasar, pero él me lo impidió: Es mejor que te vayas. Marcia no quiere hablar contigo. Desconcertada, le pregunté el motivo. Antes de que él pudiera responderme, mi hermana salió hecha una furia: ¡Cínica! ¿A qué vienes? Le dije la verdad: a verla. Estaba preocupada por no haber logrado comunicarme con ella y por su silencio de tres días.

Mi inocencia colmó su irritación: Estuve en Puebla. Fui a ver a Gerardo al hospital. Ayer lo enterramos. La mala noticia me dejó muda hasta que logré aclararle que yo no sabía nada. ¡Mientes! Juliana me dijo que te había dejado mensajes avisándote que tu hermano estaba enfermo y luego de su muerte. Pero no te importó. Eres una mierda, ¡lárgate!

Le pedí que a Ernesto que al menos él me dejara explicarle mi confusión: cuando Ana Laura me dio el primer mensaje: “Le habló una señora… Llamó para decirle que hoy en la mañana trasladaron a su hermano al hospital”. Y después, cuando leí el segundo: “… Habló otra vez para informarle que su hermano murió anoche y que hoy lo entierran” pensé que Juliana se refería a su propio hermano, el que le dio alojamiento a raíz del divorcio, y no al mío: Gerardo. El terrible desencuentro se debió a que Ana Laura, una de nuestras eventuales el año pasado, tenía la costumbre de hablarnos a todos de usted.

El licenciado López está en lo cierto al decir que las equivocaciones siempre salen muy caras. Ahora sé que también las ambigüedades gramaticales pueden causarnos dolores muy grandes.