Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 14 de noviembre de 2010 Num: 819

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Dos estampas
AURA MARTÍNEZ

Dos poemas
YANNIS DALAS

Alí Chumacero, lector y poeta
JOSÉ ÁNGEL LEYVA entrevista con ALÍ CHUMACERO

La herencia del poeta
NEFTALÍ CORIA

En contadas palabras, Alí
RICARDO YÁÑEZ

El guía de los escritores noveles
RICARDO VENEGAS

Dilma y las manos de Danielson
HERNÁN GÓMEZ BRUERA

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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

La otra escena
MIGUEL ÁNGEL QUEMAIN

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Ilustración de Juan Gabriel Puga

Dilma y las manos
de Danielson

Hernán Gómez Bruera

Hace unos días me contaron la historia de un niño llamado Danielson que vino al mundo hace catorce años en una pequeña comunidad rural del nordeste brasileño. Su suerte estuvo echada antes de dar a luz porque su madre, una mujer alcohólica, bebió antes y durante el embarazo. El niño llegó al mundo con una deficiencia intelectual y nunca consiguió hablar. Sólo hacía ruidos con la boca, saltaba, gritaba y movía los brazos en una larga sucesión de movimientos compulsivos e incontenibles. Sólo contemplar los urubúes en lo alto del cielo lo tranquilizaba ocasionalmente.

Un día, cansada e incapaz de cuidarlo, su madre se marchó y dejó al pequeño a los malos cuidados de su padre, un anciano con más de setenta años. Nunca nadie le explicó al viejo, para entonces ya algo enfermo, el tipo de tratamiento que su hijo requería. Las instituciones que deberían brindar alguna ayuda estaban lejos y ausentes. Como a la criatura le gustaba correr hasta perderse entre los cañaverales, a su padre no se le ocurrió otra alternativa que amarrarlo a un árbol. Y así pasaron los años.

Cuando Danielson había visto ya nueve primaveras, una asistente social lo descubrió en una de sus visitas domiciliares. El niño fue llevado a una ONG de ésas que en muchos rincones de Brasil suplen todavía hoy buena parte de las funciones del Estado. Por primera vez Danielson recibió tratamiento psiquiátrico. Una poderosa medicina que el Ministerio de Salud enviaba mes a mes logró mantenerlo estable y su situación mejoró. 

Pasaron tres años en los que el niño se mantuvo así. Pero un mal día la medicina que debía llegar desapareció sorpresivamente, quizás porque los responsables de las instituciones encargadas de proveerla estaban más concentrados en la elección presidencial que se avecinaba. La química cerebral de Danielson, entonces ya un adolescente, se descompensó por completo. Comenzó a automutilarse, a arrojarse contra las paredes, a abrirse heridas en la piel.

Para detenerlo fue necesario llevarlo a un hospital psiquiátrico, el único en varios municipios y cientos de kilómetros a la redonda. Cuentan que más que un centro de rehabilitación, el sitio parece un reclusorio que alberga a un tumulto de jóvenes en condiciones muy precarias. Lo peor es que las manos de Danielson han vuelto a estar atadas igual que antes.

Mientras todo esto ocurría, muy lejos de ahí, los marketeros de José Serra y de Dilma Rousseff disputaban, en una campaña vacía de contenido, los porcentajes que habrían de definir la elección presidencial. Casi nada de lo que podría afectar la vida de Danielson, siquiera indirectamente, fue parte de sus debates. Escándalos de corrupción, privatizaciones y temas religiosos fueron los temas impuestos por el marketing electoral.

La coalición que postuló a Serra –incapaz de competir frente a la popularidad de Lula y algunos de sus logros– se dedicó a manipular de forma tramposa a la opinión pública alrededor de temas como el aborto. En un extremo paródico, los candidatos llegaron a entablar una competencia mediática para ver quién de los dos lograba parecer más devoto, más comprometido con los valores familiares, más firme defensor de la vida…

Los dos candidatos, que en el pasado habían tratado temas como éste en el ámbito de la salud pública, modificaron sustancialmente sus posiciones. Contra las posturas de su propio partido, el PT, Dilma llegó a firmar una carta abierta en la que se comprometía a no promover ninguna medida que modificara la legislación actual en materia de interrupción voluntaria del embarazo. En menesteres semejantes se consumió toda una campaña electoral.

Al final, las encuestas y sus vaivenes definieron una agenda en la que cualquier discusión que incluyera asuntos de fondo estuvo ausente. Afuera quedaron muchos asuntos que afectan la vida de millones de brasileños en materia de salud o educación; los retos de un país que, aunque ha logrado sacar a millones de la pobreza y elevar los niveles de consumo, todavía se ubica, por su Índice de Desarrollo Humano, en el sitio número setenta y cinco a nivel mundial.

Fuera de Brasil se ha instalado una visión que dibuja un país ubicado en las puertas del Primer Mundo. Esa visión genera efectos tan profundos que incluso la cooperación internacional ha comenzado a retirarse como si su misión hubiera concluido satisfactoriamente. Semejante triunfalismo puede ser un problema, porque Brasil no ha alcanzado todavía niveles de bienestar social aceptables para el tamaño de su economía. En las zonas rurales del nordeste, por ejemplo, si bien la pobreza alimentaria ha disminuido considerablemente, está lejos de respirarse esa idea de progreso que el país proyecta hacia afuera.

Brasil es una tierra de paradojas y contradicciones que aún hoy están muy presentes. En sus épocas de intelectual crítico, Fernando Henrique Cardoso escribió que Brasil no es un país pobre sino un país injusto. Su razonamiento todavía vale hoy. En el gigante sudamericano camina, de un lado, una economía moderna y en crecimiento acelerado (se calcula que para 2014 podría ser la quinta a nivel mundial), pero del otro lado marchan, a veces muy distantes, las preocupaciones de sus ciudadanos.

A Danielson poco le importa que Brasil sea miembro del BRIC, que preste dinero al FMI, que el agronegocio le permita alcanzar un gran superávit fiscal o que eventualmente ocupe un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU. Sus manos posiblemente seguirán atadas mientras no se promueva una reforma al sistema de salud o no se canalicen mayores recursos a esa área.

Lo que el Brasil de Dilma Rousseff tiene frente a sí es una magnífica oportunidad, no un sitio asegurado en el mundo desarrollado. Para que algo semejante ocurra alguna vez, el gobierno que dará inicio el primero de enero de 2011 debe hacer mucho más que promover grandes proyectos de infraestructura, inaugurar obras o distribuir programas de transferencia monetaria a los más pobres. A final de cuentas, nada parecido al primer mundo existirá mientras historias como la de Danielson sigan pasando desapercibidas en tantos rincones del país.