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Toros

Silveti indultó un novillo en Perú; Castella triunfó en Monterrey y Adame en Guadalajara

Reventa, toros mansos y tedio durante la primera corrida de invierno en Mixcoac

Zotoluco y El Payo, orejas en faenas de regalo

La México registró la mayor entrada del siglo

 
Periódico La Jornada
Lunes 8 de noviembre de 2010, p. a42

Todos los toros deberían ser de regalo. Ayer, después de más de tres horas de agónico aburrimiento, cuando había terminado el desfile de mansos sin trapío que Rafael Herrerías eligió para inaugurar la temporada 2010-2011 en la Plaza México, Eulalio López El Zotoluco y Octavio García El Payo obsequiaron sendos sobreros y cortaron una y dos orejas respectivamente.

El domingo anterior, al tomar la alternativa en el Nuevo Progreso de Guadalajara, tras una triunfal estancia de varios meses en España, el mexicano Arturo Saldívar cortó dos apéndices a un séptimo cajón después de irse en blanco con los bichos de su lote.

En ese mismo coso de la perla tapatía, ayer, Joselito Adame resurgió de sus cenizas para llevarse también dos orejas, una por cada faena. Por su parte, Diego Silveti, hijo del rey David, indultó un novillo en la apertura de la feria del Señor de los Milagros, en Lima, Perú.

En la plaza Lorenzo Garza de Monterrey, el maestro francés, Sebastián Castella, salió a hombros luego de cortar tres orejas, en un mano a mano con Juan Pablo Sánchez ante un encierro de Begoña.

De manera sorpresiva, pese al frío, el alza de precios y la descarada actuación de la reventa –no había un solo boleto numerado en taquilla, pero en las calles aledañas el mercado negro los ofrecía a granel–, la México registró la entrada más importante del siglo XXI, con lleno absoluto en tendidos, barreras, lumbreras y palcos, y dos tercios de asistencia en las gradas de azotea.

Hasta el sol se hizo presente en el hormiguero humano que desde mediodía se formó en torno de los puestos de tacos, birria, machitos, pambazos, guisados y gusanos de maguey, dispersos alrededor del embudo de Insurgentes. La reaparición de Enrique Ponce, en el inicio de su despedida de los públicos latinoamericanos, atrajo a aficionados de todo el país, que acudieron desde Mérida y Saltillo para verlo.

Foto
Comenzó este domingo la temporada grande en la MéxicoFoto Notimex

A punto de cumplir 39 años de edad, rico y bien posicionado entre la nobleza cañí que semana a semana se exhibe en las revistas de fiestas y banquetes del reino de Juan Carlos I, Ponce partió plaza en compañía de Zotoluco y El Payo, atravesando un tapete de flores que los monosabios tardaron media hora en retirar.

Acto seguido, los jilgueros de la Peña Libre le entregaron trofeos y medallas al divo de Chiva y una herradura de claveles reventones a Eulalio López. El primero de la tarde salió de toriles casi al cuarto para las cinco. Ahí se entendió de qué hablan los animalistas cuando dicen que la fiesta brava no es arte sino tortura. El suplicio, en efecto, fue para los casi 40 mil espectadores que presenciaron uno de los festejos más aburridos de los tiempos modernos.

Chicos, mansos, débiles, sin transmisión, incapaces de generar en ningún momento lo más aproximado a una sensación de mínimo peligro, los rumiantes del hierro mexiquense de San José iban y venían como borreguitos ante los trastos de los matadores. El colmo se produjo cuando salió Don Diego, quinto del sexteto y segundo de Ponce, que la muchedumbre repudió enfurecida por su insignificante aspecto, y que el juez devolvió antes que la bronca pasara a mayores.

En su primer toro, que parecía víctima de una sobredosis de somníferos, el chivo de Divas practicó la cuclillina con esa flexibilidad digna de Nijinsky que tiene, pero ni así despertó la emoción en el corazón de nadie. Y como falló con el estoque se fue al callejón después de oír gélidas palmas. Su fracaso, muy probablemente, hará que la México luzca semivacía el domingo venidero.