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Lecciones de la crisis
Se desplomó el mito de la autorregulación exitosa de los mercados financieros

Viene una época en la que el Estado tendrá un papel mayor: Carlos Marichal

Hay que ampliar y democratizar el debate sobre la economía, advierte el experto

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Carlos Marichal, investigador de El Colegio de México. Hay que analizar estos cataclismos a fondo. Sería un error tratar de olvidarse de ellos, advierteFoto Marco Peláez
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Niños marginados se arremolinan para recibir comida gratuita en una zona de Manila, FilipinasFoto Ap
 
Periódico La Jornada
Domingo 7 de noviembre de 2010, p. 2

La reciente crisis económica marcó el fin del mito de que los mercados financieros se autorregulan con éxito y en toda circunstancia. Carlos Marichal, uno de los más destacados historiadores económicos en América Latina, profesor investigador en El Colegio de México, expone:

El colapso de 2008 y 2009 indica que ahora viene una nueva época con mayor regulación y un mayor papel del Estado en los mercados.

Marichal, fundador y presidente de la Asociación Mexicana de Historia Económica y profesor en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, acaba de publicar Nueva historia de las crisis financieras. Una perspectiva global, 1873-2008 (editorial Debate, México, octubre de 2010). En entrevista con La Jornada explica: no se debe presuponer que la interpretación de los grandes problemas financieros debe ser impenetrable o incomprensible para el ciudadano de a pie.

La reciente crisis financiera es una bisagra; marca un antes y un después. Traerá grandes cambios, considera Marichal, autor de la Historia de la deuda externa de América Latina y de Bankruptcy of empire: mexican silver and the wars between Spain, Britain and France, 1760-1810, texto galardonado por la Asociación de Historia Económica de Estados Unidos y la Asociación Española de Historia Económica.

–En su libro plantea, respecto de la crisis, que la historia se ha convertido en un actor central en el presente. ¿Hay una lección de esta crisis?

–En efecto, la crisis de 2008-2009 fue la mayor desde el colapso de 1929 y la Gran Depresión de los años treinta. Se trató de un verdadero terremoto, en contraste con los temblores menores que son frecuentes en los mercados financieros.

“La primera lección, y la más obvia, de la crisis contemporánea es que hay que analizar estos cataclismos a fondo. Sería un error tratar de olvidarse de ellos o simplemente esperar, ingenuamente, que se van a disolver. Son demasiado dolorosos en términos de cientos de miles empleos perdidos, empresas quebradas y de casas embargadas para ignorar sus causas y posibles consecuencias.

La crisis nos obliga a preguntarnos: ¿qué pasó? La mayoría de los economistas y expertos financieros fracasaron en anticipar el derrumbe de 2008 en los mayores mercados financieros del mundo que son los de Nueva York y Londres. La consecuencia de esta falta de previsión de riesgos ha sido muy costosa y nos ha pegado a todos, en cada país del mundo. Se necesitan nuevos análisis más certeros y también más confiables para el ciudadano a pie, que quiere entender por qué esta crisis estalló y le pegó. En una palabra, hay que ampliar el debate sobre las finanzas y democratizarlo.

–¿La de 2008-2009 fue una crisis cíclica más? ¿Qué características particulares tiene, si es el caso, respecto a otras en las últimas décadas?

–Otra lección es que hay que estudiar la historia de las crisis, pues, en efecto, se repiten: son eventos bastante cotidianos pero especialmente desgarradores del capitalismo hace casi dos siglos. Sin embargo, no estamos seguros de que sean cíclicas. En el siglo XIX hubo numerosas crisis financieras internacionales, en 1857, 1866, 1873, 1890, lo cual llevó a observadores de la época a postular que eran cíclicas o periódicas, como las crisis agrarias del antiguo régimen que afectaron a la humanidad durante milenios. Pero, en verdad, no se sabía y, aún hoy, no se sabe cuándo va a estallar una grave crisis financiera, pues la economía moderna, el capitalismo mismo, tiene mucho de imprevisible.

Sabemos que la producción y el comercio en las economías modernas tienden a crecer, incluso de forma bastante sostenida, pero sabemos mucho menos sobre la evolución de los mercados financieros porque son altamente volátiles. Son quizá los mercados más volátiles que existen en el capitalismo y están sujetos a muchísimos altibajos.

De sismos

Marichal explica que un pánico bursátil o bancario a escala local no tiene que traducirse en un colapso global. La explosión de una pequeña burbuja financiera no tiene que provocar un sismo en la economía. Esto sólo ocurre de vez en cuando; se forman enormes burbujas en los mercados financieros más importantes y explotan, como ocurrió en 1929 o en 2008, que se convirtieron en crisis económicas globales, menciona.

“Pero hay un gran paralelo y también una gran diferencia entre ambos colapsos. En los dos casos, los expertos financieros fracasaron en anticipar la crisis. Pero después de los estallidos, las respuestas fueron muy diferentes. En 1929, los gobiernos y bancos centrales se abstuvieron de intervenir y ello llevó indefectiblemente a más colapsos bancarios y a una sostenida caída de las economías de casi todas las naciones del planeta.

La Gran Depresión duró gran parte del decenio de los años treinta y fue la mayor catástrofe financiera y económica de la historia moderna. En cambio, después de la caída de Lehman Brothers, el 15 de septiembre de 2008, así como el hundimiento de las enormes agencias hipotecarias de Estados Unidos y la quiebra de muchos bancos en Europa en el mismo mes, los gobiernos y bancos centrales intervinieron agresivamente para sostener a los bancos e inyectar liquidez en los mercados financieros. Fue la mayor intervención financiera de los estados en la historia mundial.

–Escribe en su libro que cada crisis suele marcar el fin de una época y el inicio de otra y que las crisis suelen convertirse en bisagras entre una época y otra. ¿A qué puso fin y qué comienza con esta crisis?

–Esta crisis marca el fin del mito de que los mercados financieros se autorregulan con éxito y en toda circunstancia. Este era el mantra de muchísimos economistas, asesores financieros en los años noventa y principios de este nuevo siglo, e incluso contó con el aval del antiguo director de la Reserva Federal de Estados Unidos Alan Greenspan, quien era considerado una especie de oráculo de sabiduría sobre cómo operan los mercados financieros. Pero sus previsiones fueron claramente equivocadas en lo que se refería a los peligros que se habían generado dentro del mercado financiero e hipotecario más grande del mundo, que comenzaron a derrumbarse desde 2007.

De hecho, el colapso de 2008 y 2009 en Estados Unidos y Europa indica que ahora viene una nueva época con mayor regulación y un mayor papel del Estado en los mercados, sobre todo por el gigantesco tamaño de las deudas públicas que han asumido para llevar a cabo los rescates de los bancos.

Abunda: “esta crisis es una bisagra y traerá grandes cambios, aunque no sabemos exactamente cuál va a ser su naturaleza. Ya se están poniendo en marcha muchas reformas a los sistemas bancarios, si bien no queda claro que vayan a ser muy efectivas en reducir la volatilidad de la economía contemporánea. Es así porque el fenómeno de la globalización no lo para nadie. China e India –que concentran un tercio de la población mundial– hoy se destacan como las nuevas locomotoras industriales del mundo y están creciendo a gran velocidad, pese a la crisis. Ambos necesitan mercados globales para seguir creciendo, aun cuando el dinamismo mayor de sus economías se encuentre ya también en sus mercados domésticos.

Al mismo tiempo, estas grandes naciones en crecimiento veloz están acumulando tanto capital en forma de ahorro que no pueden absorberlo todo. Ello implica que impulsen grandes flujos de fondos a los mercados financieros de Estados Unidos y Europa, que hoy en día absorben estos capitales para cubrir sus abultadas deudas. Y lo mismo ocurre con muchos otros países: Japón, los estados árabes exportadores de petróleo y Rusia, que trasladan capitales a los mercados bancarios y financieros más profundos de Nueva York, Londres, París, Fráncfort y Ginebra. Pero estos traslados gigantescos de dinero son de por sí volátiles y sujetos a cambios en la confianza de los inversores, motivado por ejemplo por las guerras de las divisas. En resumidas cuentas: la crisis contemporánea abre una nueva época, pero también de mucha volatilidad y muy altos riesgos.

–En el libro aborda el tema del papel del Estado en el escenario poscrisis. Es un tema que en México no se debate. Domina la idea de que el Estado es prescindible y que la iniciativa tiene que ser tomada por el sector privado. Incluso, ese es el pensamiento que prevalece en la Secretaría de Hacienda y el Banco de México. ¿Puede referirse a este tema, tanto para el plano más general como el particular de México?

–Una de las grandes paradojas de la crisis actual es que antes del derrumbe de septiembre de 2008 los directivos de la banca central y los políticos más poderosos parecían haberse olvidado de la historia y los riesgos de un posible colapso. Pero una vez que estallaron los problemas, los gobiernos y bancos centrales de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Irlanda, Alemania y China pusieron en marcha programas enormes de emergencia, de salvamento de sus mercados. Fue una acción absolutamente coordinada de gobiernos y bancos centrales. No se puede hablar allí de una independencia o autonomía de los bancos centrales en este caso: la coordinación era indispensable en momentos de grave peligro, y así debe ser, para evitar una caída demasiado grande de la demanda y un aumento brutal del desempleo.

En México se ha producido una respuesta muy tenue a la crisis, tanto de la Secretaría de Hacienda como del Banco de México. En verdad, el contraste con los demás países del mundo es realmente asombroso en medio de esta gran recesión. Se ha argumentado que las instituciones gubernamentales en México no tienen mucho margen de acción por la baja recaudación, causada por el fracaso de las reformas fiscales. No obstante, en crisis anteriores, como en 1995, cuando la situación era gravísima, el gobierno intervino para rescatar a los bancos y mercados financieros. Hoy día, me parece que es evidente que se requiere flexibilizar el gasto, sobre todo para apoyar la generación de empleos, aun cuando sean temporales, para ayudar a los desocupados y subempleados que abundan en el país. Ello también ayudaría a reducir la violencia que se ha vuelto tan lacerante en todas las ciudades y regiones de la nación.

–Como menciona antes, hoy los países en desarrollo están encabezando el crecimiento de la economía en el planeta. ¿Qué está pasando en el mundo en desarrollo? ¿Cómo participa en la discusión poscrisis? ¿Qué se observa en América Latina?

–Toda crisis global tiene impactos muy extendidos y profundos sobre las economías de gran número de países, pero después del primer y gigantesco descalabro de un colapso financiero, el impacto suele tener efectos distintos en un lado y otro. Es un poco como una tormenta que tiene efectos diferentes por zonas. Y esto también depende de las repuestas al vendaval. En este sentido, podemos recordar que durante la Gran Depresión, los países que primero se recuperaron fueron los que abandonaron la ortodoxia del patrón oro, y pudieron poner en marcha planes de tipo keynesiano. De hecho, todos los países latinoamericanos, incluyendo México, lograron crecer bastante después de 1932, en contraste con Estados Unidos, Alemania y Francia, que siguieron sumergidos en la crisis durante largo tiempo.

Después del cataclismo financiero de finales de 2008, que pegó a todos las regiones del planeta, hubo señales de que ciertas naciones se estaban recuperando con rapidez. Fueron los casos de China e India, cuya demanda fue jalando a Australia, a algunos otros países asiáticos y a Sudamérica, que ahora exporta muchísimo a Asia, sobre todo alimentos y minerales. Estas naciones han logrado un crecimiento de cerca de 7 por ciento anual en los últimos meses de 2009 y en 2010. Superan ampliamente a Europa y Estados Unidos, que siguen estancados en la llamada Gran Recesión. También superan a México, que depende tanto de la economía estadunidense, y por ello tiene tantas dificultades en salir del atasco.

–Uno de los temas que aborda es la discusión del marco institucional posterior a la crisis.

–Se están dando muchos cambios importantes geoeconómicos y geopolíticos en la poscrisis, que se observan en primer lugar en la creciente importancia del G-20, que agrupa a las 20 economías más importantes del mundo, y que incluyen a Argentina, Brasil, México, China, India y otros países de lo que antes se llamaba el tercer mundo, pero que ya no lo es tanto. Esto es sin duda positivo, ya que implica mayor equilibrio entre naciones y pueblos del mundo. Sin embargo, no sabemos aún realmente cómo va a operar esta nueva coordinación de los 20 grandes en el futuro. Y tampoco sabemos cómo va a afectar a Naciones Unidas, que incluso podría verse debilitada, algo que no es deseable.

–¿Cómo se aprecia esto en el ámbito de los organismos financieros?

–En el ámbito de las organizaciones financieras multilaterales, se han dado algunas reformas importantes dentro del Fondo Monetario Internacional, una menor rigidez y algo más de representatividad para los países en desarrollo. Pero aún no está claro si ello implica un cambio sustancial.

Donde sí se van a producir cambios importantes es en la coordinación económica en los bloques regionales: por ejemplo, en Asia oriental, con nuevos esquemas monetarios y financieros de cooperación, al igual que en Sudamérica, donde iniciativas como el Banco del Sur y las propuestas de una canasta de monedas comunes, como la hecha por el economista Óscar Ugarteche (de la Universidad Nacional Autónoma de México), que empiezan a recibir la atención de los bancos centrales y gobiernos de la región. Es un proceso en marcha, que se está construyendo. Se está tratando de imaginar un futuro más estable y próspero. En este sentido, es de esperar que México se pueda incorporar a estos procesos de cambio y mirar más hacia el sur, sin dejar de mirar hacia el norte, donde se da la mayor parte de su comercio y donde está la quinta parte de la población de la nación.