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A la Mitad del Foro

Arde el país

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Durante los festejos por la Independencia, Felipe Calderón aseguró que continuará la lucha hasta el último hombre, pero al parecer llegó la hora de hacer política o rendir la plazaFoto José Antonio López
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orelia es dantesco escenario de balaceras y de incendios que cierran el acceso a la capital del estado de Michoacán. Las ofrendas a los muertos de Janitzio desaparecen en la humareda de una violencia criminal que todavía cobrará muchas vidas, que va para largo. Eso dijo Felipe Calderón en vísperas del incendio de su tierra natal. En Matamoros caía un capo; y todos los caminos, carreteras, puentes internacionales, fueron sellados por los que van perdiendo la guerra y ganando el envilecido combate de la propaganda, la disputa por el control de los medios, por adueñarse de las utópicas redes sociales.

Se graba: a cuadro, el contingente uniformado, enmascarado y armado hasta los dientes que rodea la silla en la que un hermano de la ex procuradora de Chihuahua lee lo escrito en primitivo teleprompter, una cartulina que le dicta denuncias, cargos a funcionarios civiles y militares de la entidad, con su hermana como eje de la colusión y de asesinatos ordenados desde el poder público. Se graba y se retransmite en televisión abierta y de paga, en los medios de difusión concesionados por el Estado, en el ágora electrónica donde los concesionarios no son inmunes a la fiebre democrática que obliga a desconfiar de boletines oficiales y obsequiar la razón de Estado ausente.

Ah, la dicha de ejercer la democracia como en los juegos infantiles de festejos de la Independencia: ¡Noche libre!, era el grito del 15; y corrían jubilosamente creyendo que se manifestaba la libertad con una piedra arrojada a la panadería de la esquina, a la tienda de ultramarinos: ¡Viva México! ¡Mueran los gachupines! Felipe Calderón concluiría su larga perorata con la afirmación de voluntad inquebrantable, de combatir hasta el último hombre, no negociar, aferrarse a la estrategia de tierra quemada: ¡Vamos a ganar esta guerra! ¡No hay más ruta que la mía! El infantilismo democrático goza lo que cree libertad obsequiada por el vuelco del priato tardío que abandonó el proceso histórico y dejó al país sin proyecto de nación.

El Estado minado por la demolición de instituciones; el poder devuelto al pasado conservador para que lo social no estorbara a la mano invisible del mercado que esculpía el moderno becerro de oro y pedía postrarse ante el dogma neoconservador. Y bajar los ojos humildemente al paso del cortejo de notables, con la clerigalla al frente al son de la marcha de los cangrejos. La desregulación del capitalismo financiero abarcó el tráfico de drogas y de personas. El infantilismo rampante confunde libertad democrática con el estulto placer de retar al poder, en abstracto; insultar impunemente a los adversarios de la política plural: el valor de la ofensa se equipara a la cobardía del silencio con el que la aceptan los agraviados; el discurso político se degradó; el debate se redujo a intercambio de majaderías, a lamentables denuncias públicas: Me dijo mariquita.

Pero en los medios, la disputa por el control de la imagen conduce fatalmente a la negación del Estado que les concesiona el uso de un bien público; a fantasmagórica versión de la dialéctica hegeliana: La historia universal es el proceso mediante el cual sobreviene la educación del hombre de lo desenfrenado de la voluntad natural a lo universal y a la libertad subjetiva. El Oriente sabía y sabe que solamente una persona es libre, el mundo grecorromano que algunos son libres, el mundo germánico que todos son libres. En consecuencia, la primera forma que vemos es el despotismo, la segunda es la democracia y la aristocracia y la tercera es la monarquía. Claro como el lodo, decía Norbert Guterman. Claro como el otro lado del espejo que refleja el advenimiento de la democracia sin adjetivos, partidos sin objetivos, la televisión monárquica que se devora a sí misma y redes sociales por las que fluye la libertad de someterse al dictado del poder criminal anónimo.

Arde el país. Y el fuego consume a los jóvenes sin educación, sin empleo, atrapados en el fuego cruzado de los combates entre el poder constituido y el poder criminal que se disputan el control del mercado ante el que se postraron los del reformismo modernizador. Y el parto de los montes del vuelco finisecular: Vicente Fox. Y la ineludible secuela de la negación del sistema electoral erigido en las manifestaciones postreras de la razón, del laicismo, de la justicia social; del proceso histórico que con la Reforma nos hizo nación y con la Revolución constituyó al Estado mexicano. Desde la atalaya se lanzó la voz de alarma y se inició la reforma del Estado, hoy pospuesta por la disputa entre facciones carentes de ideología, incapaces de respetar el compromiso personal. De hacer política, pues.

Llego la hora de hacerla. O de rendir la plaza. Felipe Calderón llena las pantallas de la televisión y su mensaje se diluye al aparecer las imágenes de propaganda del crimen organizado, de los que se disputan el mercado, las rutas de la exportación y la veta riquísima del narcomenudeo nativo. El Presidente se reúne en Los Pinos con los líderes del Congreso y sus compañeros del partido en el poder proclaman una santa alianza para liquidar al PRI, una cruzada para impedir que vuelva el autoritarismo del partido hegemónico, cómplice de las componendas de caciques: el retorno de los brujos; el portento de la vuelta al pasado en el futuro como consecuencia de la transición en presente continuo.

El presidente Calderón recibe en Los Pinos a los panistas que aspiran al liderazgo del partido en el poder. Nada puede alterar la santidad de los consejeros que elegirán libremente al sucesor de César Nava. Presente, al lado de su jefe. Así como Francisco Blake, secretario de Gobernación, de la que fuera conducto del Ejecutivo con el Legislativo, con los gobernadores de todos los estados. Sombras que pasan. Gustavo Madero, Francisco Ramírez Acuña, Cecilia Romero, Judith Díaz y Roberto Gil asistieron al encuentro; comulgaron con ruedas de molino. El de Jalisco pareció atragantarse. No cambian las manchas del Gatopardo. Damos vueltas a la noria. El estilo impersonal se retrató en el museo de cera: la diputada Josefina Vázquez Mota, coordinadora de la diputación panista, posa al lado de las estatuas de cera de un solemne Juan Camilo Mouriño y un sonriente Felipe Calderón Hinojosa.

Llegó la hora de hacer política, o hacerse a un lado. El PRD da grima. Las cosas siempre fueron muy complicadas en el interior del PRD, pero jamás como ahora, escribe Pablo Gómez en Milenio: Grandes bases del PRD se encuentran decepcionadas, desorientadas o sencillamente hartas del extravío político de la dirección formal del partido. Andrés Manuel López Obrador, en peregrinación perpetua, dice que no deja al PRD, que pedirá licencia para ausentarse. Marcelo Ebrard levita en el dorado vacío de la ambición de poder. Dante Delgado ignora la advertencia de abandonar toda esperanza y postula candidato a gobernador del estado de México a Alejandro Gertz Manero.

Con razón sonríen Francisco Rojas, Manlio Fabio Beltrones y Enrique Peña Nieto en la toma de Torreón. Humberto Moreira dio un norte: Voy por la presidencia del CEN del PRI, dijo. Emilio Gamboa cultiva a los de la candidatura de unidad. Y Beatriz Paredes proyecta visiones de estadista, de política partidista programática y orgánica: todo a su tiempo, dice. Pero arde el país y llegó la hora de hacer política o rendir la plaza al miedo; a los pretorianos o a los bárbaros que ponen bajo sitio las capitales y ya incendian todos los caminos.