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El Palacio Strozzi invita a descubrir al notable artista del cinquecento italiano

Montan en Florencia la primera magna exposición de Bronzino

Veintiocho de las 70 piezas incluidas en la muestra fueron prestadas por la Galería Uffizi

La lírica de la que su obra es capaz ha sido tocada pocas veces en la historia del arte, afirma experto

Especial
Periódico La Jornada
Viernes 22 de octubre de 2010, p. 3

Florencia. El inicio del otoño coincide con la apertura de una de las exposiciones más interesantes de Europa en esta temporada, raramente repetible: la primera reseña monográfica jamás hecha a uno de los más importantes maestros del cinquecento italiano con el título Bronzino: pintor y poeta en la corte de los Medici, que se exhibe en el Palacio Strozzi y concluirá el 23 de enero de 2011.

Veintiocho de las 70 obras expuestas del artista, que corresponde a 80 por ciento de su producción, la mayoría óleo sobre tabla, son préstamo de la Galería Uffizi, que han salido de su recinto sólo por estar en la misma ciudad.

Agnolo di Cosimo (1503-1572), mejor conocido como Bronzino, debido al tono de su cabellera, fue el pintor de corte del gran duque de Toscana, Cosme I de Medici, quien tras el paréntesis republicano, instauró desde 1537, y definitivamente, el poder de la familia en la Toscana hasta su extinción, dos siglos después.

La obra de Bronzino es sinónimo de ese nuevo aire, no sólo político sino cultural de una ciudad que había dejado atrás la etapa democrática para dar paso a un poder absolutista, centralizador, cortesano, de un refinamiento extremo.

Cosme I utilizó el arte como medio de afirmación personal y dinástica, lo que explica el auge impresionante de las artes, así como la transformación urbanística y arquitectónica de la ciudad.

Los célebres retratos de Bronzino, que representan a Cosme I como militar primero y como civil después, fueron repetidos en una cuarentena de copias mandadas casi siempre como donaciones diplomáticas que prueban su finalidad política. Una de esas raras copias (según Simon hacia 1982) se piensa que podría encontrarse en la Colección Romero, de la ciudad de México.

Pintor y poeta

La exposición, que ha costado 2.7 millones de euros y una labor de cuatro años, apuesta a seducir al público en la concurridísima oferta expositiva italiana, con mil 600 muestras por año.

La fórmula adoptada no ha sido la comercial, sino la de la altísima calidad científica y museográfica visible en los préstamos internacionales, en la restauración de buena parte de las obras, así como por la trascendencia de tres descubrimientos: dos obras descritas y documentadas por Vasari, que se creían perdidas: El Cristo crucificado, destinado a la familia Panciatichi; el San Cosme, que acompañaba el retablo Besançon en la capilla de Leonor, y una atribución que forma parte de su producción tardía: el Cristo que lleva la cruz.

Bronzino es poeta en el doble registro de la palabra: literal, porque hizo y publicó poesía, y figurado, porque la lírica de la que su obra es capaz ha sido tocada pocas veces en la historia del arte, dijo Antonio Natali en conferencia de prensa.

Foto
Venus, Amor y Envidia, ca. 1550, óleo de Bronzino, perteneciente al Museo Szépmvészeti, de Budapest, que forma parte de la exposición del artista italiano en Florencia, la cual concluirá el 24 de enero de 2011

Los curadores Antonio Natali, director de la Galería Uffizi, y Carlo Falciani, uno de los máximos expertos en el artista, proponen una lectura crítica distinta a los estudios de los pasados decenios, que lo encasillan como autor de obra fría, secuaz de Miguel Ángel.

Los curadores recuperan la teoría que Roberto Longhi expuso en un escrito de 1927, en el cual sostiene que en los artistas más famosos del irrealismo, como Bronzino y Pontormo, se pueden encontrar con una buena lupa fragmentos de una vena naturalista, amorosa, inclinada a la apariencia óptica de las cosas, a los valores.

Bronzino, según Longhi, es el continuador de una tendencia al naturalismo que proviene del siglo XV y continúa con sus discípulos hasta llegar a Caravaggio.

La muestra es cronológica sólo en la apertura y en la conclusión para dar continuidad a la teoría central mencionada: abre con la formación del artista como discípulo y amigo del esquivo Pontormo, etapa imprescindible para entender la obra de Bronzino, donde la mano de uno se confunde con la del otro y es difícil determinar el autor.

La última sala, en cambio, muestra algunas obras de Alessandro Allori, discípulo e hijo adoptivo de Bronzino. En medio de estos dos polos, la cronología se rompe para privilegiar el corte temático y valorizar la relación del artista con las cortes de Della Rovere, en Pesaro, los Medici y la familia patricia de los Panciatichi, en Florencia, donde, exceptuando por breves paréntesis, permaneció toda su vida.

Los temas religiosos y profanos son una constante en su arte, sin embargo, en la retratística Bronzino es insuperable y comparable sólo a Tiziano. Semblantes solemnes de belleza límpida, profundamente humana y ligera, casi melancólica; mujeres y hombres parecieran llevar los símbolos de su rango como un peso terrenal necesario: damascos carmesí, brocados de seda, terciopelos, encajes finísimos, armaduras, que se reavivan con el brillo de las joyas, de los esmaltes, de las perlas trabajadas con maestría, con una brillantez de color que pareciera palpitar a través de la tabla.

Joyas absolutas de la exposición son El enano Morgante, apenas restaurado, y la serie de tapices con la Vida de San José, a la que tras un trabajo de restauración de 25 años se restituyó su esplendor original.

El descubrimiento del artista se prolonga en la urbe en varios monumentos e iglesias donde Bronzino dejó huella: entre ellos es imprescindible la visita a la capilla de Leonor de Toledo (esposa de Cosme I), en el Palazzo Vecchio.