Opinión
Ver día anteriorLunes 11 de octubre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Un vendedor de sueños
E

ra ya de noche definitiva, irrevocablemente, en toda la ciudad. Orfeo terminó de desmontar su puesto en la Alameda Central, escupió al piso y empujó el puesto empacado y sobre ruedas. Ya vámonos ya, iba diciendo alegremente al pasar frente a los otros puestos desmontados o a punto de. No había gente. Sólo ellos, los mercaderes. Ni paseantes, ni turistas, sin ires y venires. Pasaban las 11.

El ruido de los puestos levantados rodaba sobre las baldosas del parque, las banquetas y el pavimento arrugado de Juárez en dirección a los garages de López y el Barrio Chino, donde los comerciantes guardan la mercancía por las noches.

Ándele, Carmelita, ya sáquese de ahí con sus niñas, vámonos. Carmelita sonrió melodiosamente, terminando de anudar un lazo alrededor de la lona, con sus dos hijas pequeñas ya encaramadas arriba del bulto. Casi de inmediato, con vigor y una fuerza inesperada en una muchacha tan chaparra y fina, Carmelita empezó a su vez a empujar su puesto sobre Juárez, esquivando los carros y dejándose esquivar. Obligándolos, mejor dicho, a frenar y sacarle la vuelta.

Peculiar procesión la de los puesteros a la luz amarillenta de la calle, los molestos parpadeos azul y rojo de las patrullas, los semáforos intermitentes. El ambulantaje resultaba ser rodante.

Orfeo, en los 30 y algo de su edad, traía greña. Un tipo especial. Como que tiene su cultura. Antes mercaba libros y música en Ciudad Universitaria, y se ha empapado de ideas místicas y anarquistas, combinación curiosa pero no infrecuente. Pertenece a esa fauna, que algunos consideran tribu urbana, de los artesanos, aunque él nunca le ha metido a ni ninguna artesanía. También pasa por jipi en el imaginario popular, tan dado a las generalizaciones.

Yo siempre digo que vendo sueños, pues eso es lo que vendo, explicó Orfeo a pregunta expresa. Puro a colores. A la gente le gusta, lo lleva mucho. No todo es pirata, tengo de marca, pero lo que tiene lo pirata es que trae lo nuevo, que es lo que la gente busca más.

Surtirse es fácil, continuó. Demasiado. No te imaginas la de proveedores que hay en esta pinche ciudad. El pirataje da para todo. Buena parte de lo que circula es chino, pero yo sólo vendo producción y reproducción nacional. Conozco personal que tiene el equipo y trabaja bien por encargo. Yo mismo bajo cosas de Internet, pero poco. Sólo si es urgente, y eso no es lo común, porque soñar no le parece urgente a nadie y los clientes se conforman con lo que hay. Tengo buen surtido, además.

Esquivó mal un bache en la esquina, no vio el charco y se le empapó uno de los tenis. Sonó atrás la risa de Carmelita, un poco jadeante, porque el carrito pesaba. La joven madre soltera alcanzó a decir al dar la vuelta hacia Dolores, oye, Orfeo, ora mójate el otro para que al menos te enfermes parejo del resfriado, no nomás a la mitad.

Idea extraña, no exenta de lógica. Orfeo no se iba a quedar callado. No, si ya me estaba acalorando, el chapuzón fue a propósito, para medio refrescarme, basta con mi charco derecho, el izquierdo mejor que siga seco.

Y siguió explicando. Vendo de distintas clases, pero no pornografía. A mi puesto vienen niños, papás. Mercancía erótica sí tengo, pero de calidad, y no la ando enseñando a quien sea. Pero lo que más vende son las aventuras instantáneas, que ahora salen muchas, sacadas de cómics y juegos. Al cliente lo que pida para poblar sus sueños, y ahí sí cada quién, ¿no?

Una cuadrilla de trabajadores limpiaba las coladeras. Habían puesto tambos fosforescentes para bloquear la circulación. No jodan, mano, los carritos no alcanzan a pasar, muévanle tantito, compermiso. Los trabajadores se hicieron majes primero, como si no estuvieran viendo, y luego, de mal gana, jalaron un tambo. En tanto Carmelita emparejó a Romeo y se concentró en recuperar el aliento. Sus niñas, de dos y cuatro años, iban tan tranquilas, serias, desveladas para su edad, encima del bulto. Son un par de ángeles, dijo Carmelita, como diciendo cuando menos son un par de ángeles porque la chinga del trabajo es aparte de la de cuidar a las chiquitas, que no van a la escuela todavía. Se entretienen en el puesto de acá del compañero, que les pone sueños bien bonitos, ¿verdad, Orfeo?

A veces nomás, matizó Orfeo. Le pregunté que por qué no de una vez Morfeo, sonaba más apropiado. Se rió. Es que tú no has entendido. Los sueños que vendo no son para dormir a la gente, sino para despertarla.

No despedimos llegando al Barrio Chino, frente al garage donde los comerciantes guardan sus puestos. Apresuré el paso para no perder el último Metro. Me propuse volver un día de estos a la Alameda, en horas del día, para ver qué es lo que vende este cuate, a qué se refiere cuando dice sueños, porque películas no son. Y como se hizo el misterioso. Lo último que escuché fue la dulce voz de Carmelita, a ver, chamacas, bájense de ahí que ya llegamos. Ellas le extendieron los brazos sin chistar.