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Bolívar Echeverría: homenaje
E

l simposio transcurrió entre el 29 de septiembre y el primero de octubre y fue extraordinariamente rico. Al homenajeado le interesaban todas las artes: el cine, la danza, la música, el teatro en general, el teatro de Music Hall, el teatro clásico y el teatro como medio pedagógico, como solió concebirlo Bertolt Brecht, uno de sus autores más citados. Tenía en cuenta que la revolución de las fuerzas productivas no se encontraba en relación de causa-efecto con las revoluciones artísticas, y en eso coincide con nuestro maestro don Adolfo Sánchez Vázquez.

Disfrutaba las artes en sí mismas, como si fuera un epicureo, las calibraba no sólo como medios de ejemplificar el valor de uso, pues las gozaba como afinidades electivas, recordando la frase de Goethe.

Cuando apareció Las ilusiones de la modernidad, dedicado a su mujer: Raquel Serur, teníamos ya tiempo de dialogar y no fueron pocas las veces en las que impartió conferencias o participó en paneles de discusión en el Museo de Arte Moderno. Para entonces ya había caído el Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, y en el capítulo inicial habla de los intentos de lo que calificó de mutaciones readaptativas: la crisis de una época puede estabilizarse en su inestabilidad.

Pensó que se vivía entonces, igual que en años sucesivos, un periodo de transición. Tal pareciera que todos los periodos son de transición, sean de avance o retrógrados.

El conjunto de ensayos está unido por fuerte hilo conductor. En el campo de la teoría, que es el suyo por antonomasia, detecta la posibilidad de una modernidad diferente a la que se ha impuesto hasta ahora, una modernidad no capitalista vinculada a los ethos analizados allí y en otros textos. Dado que la globalización en el campo de las artes llamadas posconceptuales es cosa por demás evidente, creo que de haber abordado entonces ese tema, lo hubiera hecho con énfasis.

Lo digo sin denuesto a esas artes, pero el hecho es que en ellas, a mayor grado de capital invertido, mayores efectos de espectacularidad se logran, aunque en demasiadas ocasiones tales obras no parezcan cargadas de sentido.

En 1994 ofrecimos convergencia en un libro producido por la entonces llamada Sociedad Mexicana de Arte Moderno. Los autores fuimos él y yo, y de su texto me ocuparé con algún detalle.

Se titula Aventuras de la abstracción y está dedicado a Francisco Castro Leñero. En el preámbulo habla de las estrategias formales que acompañan esa voluntad de forma que ha inspirado el arte del siglo XX. Se trata de una tradición artística propia de nuestro tiempo: la tradición de rompimiento con la tradición según formularon Octavio Paz y Juan García Ponce.

Citó una expresión mía: lo clásico contemporáneo pervive en la abstracción de raíz geométrica. Tal modalidad es clásica, según Bolívar, porque dichas obras “pertenecen a una aventura centenaria emprendida en el arte de la pintura que se propuso abandonar la tutela ejercida por el logos sobre la esthesis, aquella tutela de la semiosis lingüística que se sobrepone a todas las demás fuentes de producción y consumo de significaciones”.

Es decir, se refiere a configuraciones que –para estar allí, para concretarse–, no tienen que ser explicadas por medio de dichos o de entendidos, no requieren de cédulas museísticas para ser aprehendidas, porque no ilustran el nombre de la cosa representada ni son tampoco comentarios pictóricos (o de cualquier otra índole) sobre el sentido lingüístico que enuncian. Pone como ejemplo un cuadro de Castro Leñero titulado Memoria y olvido. Hay en él una serie de barras casi paralelas que atraviesan la superficie a lo largo, pero una de esas barras, muy delgada, se ha roto.

Si pensáramos (es mi propuesta) en una representación pictórica de Memoria y olvido basada en el logos, lo que quizá encontraríamos consistiría en la representación de una cabeza femenina, no joven (la memoria va acumulándose con los años) coronada de enebro, ya que este arbusto nunca se carcome ni pierde las hojas, junto estaría el olvido, otra figura, de apariencia juvenil, alada y coronada de adormideras. Esta es la iconografía que propone Rippa en el siglo XVII, basándose en fuentes antiguas. En el siglo XX, Magritte pintó una cabeza clásica, posiblemente de Pallas Atenea, que ha recibido una pedrada en la frente.

La pintura de Francisco Castro Leñero a la que me refiero es, según Bolívar, la representación abstracta del hecho de que un cierto olvido es el que permite el flujo de la memoria. Adopta la forma ambivalente del recuerdo vago, de ese fruto del rememorar que, para darle al pasado una figura actual, definida, debe sin embargo denegarlo. Su interpretación es reflexiva, elegante y muy concreta.