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Melón

Fugaz y alabastrino

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Moy Domínguez, durante un homenaje que se le rindió en 2008Foto Carlos Ramos Mamanua
E

n esta ocasión, mi asere, le platicaré de todo un músico sonero que se encuentra en una situación, según me platicó Moy Domínguez, bastante crítica, cosa que lamento. Este señor de toda mi admiración se llama Aurelio Cedillo, quien ha sido un verdadero y valioso exponente del son cubano en nuestro país. Ejecutante de trompeta con un sabor fuera de serie, dueño de una memoria prodigiosa que, a pesar de ser invidente, le permitió regar con su calidad a todas las agrupaciones a las que perteneció, genial improvisador, en fin, todo un sonero.

Lo conocí como integrante del Conjunto México, dirigido por el pianista Carlos Antonio Rosas, grupo que fue de los primeros en llevar a Ciudad Juárez el son cubano. Espero que recupere su salud y se le brinde un merecido homenaje. Esto me llena de tristeza y nostalgia al recordar cuando el sector sonero era una hermandad. Sin pertenecer a sindicato alguno solventaba situaciones de compañeros que carecían de trabajo, caían enfermos o simplemente pasaban por situaciones difíciles, con colectas o festivales en los que participaban de los mejores conjuntos; lo recaudado se utilizaba para aliviar la situación de los necesitados.

Por supuesto, son otros tiempos, pero desnudan la falta de compañerismo y, por qué no decirlo, la mezquindad que impera en lo que se llama sector tropical, y me recuerda Se quema la yumbamba, número interpretado por la familia Valera Miranda, que dice: que no quemándome yo, que se queme el mundo entero. Esta familia de Santiago de Cuba, a la que tuve la oportunidad de conocer en la tierra del son caliente, tiene un historial sonero impresionante que se remonta a los tiempos del nengón, changüi, quiribá en Guantánamo y, según La Estudiantina Invasora, en Santiago de Cuba el son maracaibo y rumbanvá. Esta agrupación estuvo aquí en compañía de Eliades Ochoa y su Cuarteto Patria en su primera visita a nuestro país en los años 90, pasando desapercibido, así como Chan chán, que ya era parte de su repertorio. Por supuesto, esto fue antes de que Eliades se diera a conocer con el Buena Vista. Como diría Alberto Cortés, qué cosas tiene la vida.

Volviendo a lo de la hermandad sonera, déjeme contarle, mi nagüe, que en la década de los años 40 del siglo pasado hubo conjuntos mexicanos de calidad extraordinaria que no permitieron la importación de agrupaciones de otros países hasta 1953 o 54, en que llegó la orquesta América con la novedad del cha-cha-chá, y más tarde la orquesta de Enrique Jorrín, las cuales se mantuvieron en nuestro país mucho tiempo.

Seguiré contándole de aquellos tiempos, pero quiero adelantarme un poquito hasta el principio de los años 50, cuando apareció Fayo Cabrera con un conjunto que tenía un repertorio novedoso, y que formaban elementos muy capaces. Por desgracia, Fayo se encuentra delicado de salud, pero afortunadamente aún está entre nosotros. En mi opinión un homenaje, reconocimiento u lo que sea, para Cedillo y Fayo, además de merecido serviría para intentar la unión entre soneros en estos tiempos de indiferencia. Entre los integrantes del conjunto de Fayo llegan a mi memoria los nombres de Homero Jiménez, Andresito, Víctor Torres, Panchito Morales, Oscarito, Rodolfo Loredo, Lobo, Baldomero Roa, Cholito, El Chamaco de la Cruz y Mario Villa.

Vaya, pues, mi admiración y sobre todo mis mejores deseos por una pronta recuperación de estos dos magníficos soneros, que nos regalaron jícamo y saoco a raudales.

Desde luego hubo otros conjuntos destacados, pero las orquestas de Chucho Rodríguez y Arturo Núñez tuvieron un lugar preponderante en el ámbito sonero y lo único que se me ocurre decir es que los que no las escucharon en vivo se perdieron de algo sensacional. Sólo de acordarme se me encuera el chino, perdón, se me enchina el cuero. Eso fue bocado de cardenal que mis contemporáneos –espero que queden muchos–, seguro estoy, disfrutaron a raudales, porque escuchar al Dueto Fantasma con el acompañamiento de la orquesta del Caballero Antillano era cosa de otro planeta, así como Chucho con Tony Camargo llevaban el son a un grado superlativo.

Para ponerle el tapón al botellón el entorno era de campanillas y aquí van los nombres de esos salones que me dejaron recuerdos a granel: Brasil, el Oaxaqueño, Swing Club, Los Ángeles, La Playa, Fénix, Club Amanecer, que de domingo a viernes se inundaban de sabor. Era otro México, se podía caminar de un lado a otro de la ciudad sin problemas. El valor adquisitivo de la moneda notable, en fin, una época que los más viejos de la comarca bautizaron como la de oro del son cubano, que, dicho sea de paso, es el verdadero nombre de esta música tan linda que hoy llaman salsa. Ya usted sabe, mi asere, lo que pienso acerca de eso, por eso me siento como dijo el músico poeta: fugaz y alabastrino, y me hundo en mis recuerdos, que tienen como personajes a compañeros que admiré en su momento y extraño porque muchos ya se fueron y los que quedan no tienen fuentes de trabajo para poder escucharlos, como solía hacerlo en cuanta ocasión podía.

No me atrevo a dar una lista, se me puede olvidar alguno, y eso sería imperdonable porque todos me regalaron noches de ensueño, pues no puedo negar que sigo enamorado de la música cubana en cualquiera de sus facetas, complejos, etcétera, desde el nengón, son, rumba, danzón, siempre y cuando sea genuino, interpretada con propiedad y esté envuelta con sabor o con sus sinónimos: jícamo y saoco. ¡Vale!