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Cien años de la UNAM
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Años universitarios

P

or el tiempo en que se fundó hace ya cien años la Universidad Nacional, a la casa familiar de Juan Bustillo Oro llegaba el lechero a la salida del sol “con su desvencijado carretón y su medio dormido caballejo, y vertía su cándido presente en la ollaza de peltre que le ofrecía Lupe…”

La espumosa leche se sometía a los tres tradicionales hervores, entre la opalescencia aromosa desprendida por el trozo de ocote con que se encendía, todavía de noche, la sagrada lumbre cotidiana. Vendría luego el churrero “con su regalo de broncíneas y crujidoras frutas de sartén…”

Bustillo Oro y otros jóvenes de su generación formarían parte de la Escuela Nacional Preparatoria, institución a la que un joven de corazón, Justo Sierra, dio un lugar relevante en el decreto de fundación de la Universidad, recordando seguramente los años que él mismo había pasado en las aulas y pasillos de San Ildefonso, primero como estudiante llegado de Campeche, luego como profesor, al heredar la cátedra de historia de su venerado Ignacio Manuel Altamirano.

En Mi calle de San Ildefonso, Baltasar Dromundo describe el ideario fundador de Sierra, que presentaba con hermosa elocuencia una tesis conjunta de universalidad y nacionalismo. La Universidad elaboraría la ciencia para entregarla al pueblo. En el proyecto original se apuntaba ya la autonomía científica e incluso política. Los alumnos distinguidos formarían parte del Consejo Universitario, junto con los maestros.

La Escuela Nacional Preparatoria siguió siendo hogar de muchas generaciones. El cuadro Valle de México, de José María Velasco, sirve a Dromundo para evocar la transparente atmósfera de San Ildefonso en sus calles, de la materia y el espacio, del color que hubo en la luz y que voló en la brisa.

El centro sería escenario de las andanzas estudiantiles. En el café del chino Alfonso Chíu, adquirirían por cinco centavos grandes panes y por quince café con leche. Era ahí o en La Oaxaqueña, restaurante cordialísimo de la avenida Argentina, donde después de cenar ricos platillos y chocolate en agua, se urdían las serenatas.

En 1906, siendo Sierra secretario de Instrucción Pública, se fundó La Casa del Estudiante, con la idea, acariciada por el maestro, de que los jóvenes que llegaban, como llegó él, de otros estados, tuvieran un lugar donde vivir.

Hacia 1922 era, escribe Dromundo, un albergue generoso, con efusión de hogar, para los jóvenes provincianos y capitalinos que allí encontraban techo, cordialidad de vida colectiva. Desayunaban un escueto café con leche y dos panes de chino que subiría de precio con rapidez inflacionaria.