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A la mitad del foro

Arrieros somos

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El presidente Felipe Calderón, con su familia, el pasado 15 de septiembre en la fiesta del bicentenario de la IndependenciaFoto José Antonio López
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n los prolegómenos a la gran fiesta de la era del espectáculo, se alzaron voces de obispos que proclamaban el arrepentimiento de última hora de Miguel Hidalgo y de José María Morelos y Pavón. En Chihuahua fue excomulgado Hidalgo y fusilado de rodillas; de inmediato le cortaron la cabeza que colgarían en la Alhóndiga de Granaditas para escarmiento del pueblo. En las fiestas del bicentenario, el alcalde de Ciudad Juárez, Chihuahua, dio el Grito aislado, ante tropas que vigilaban la plaza vacía. Ecos del silencio impuesto por el miedo y el desgobierno en docenas de pueblos.

Y todavía difundieron por ahí que Miguel Hidalgo no proclamó la independencia de la que hoy es república democrática, representativa, federal y laica. Al día siguiente de la fiesta espectacular y mediática, del llamado a quedarse en casa y no ir al Zócalo de la tradición popular, hubo cuatro discursos ante la columna de la Independencia. Y ahí citaría el senador Manlio Fabio Beltrones a Morelos, el Siervo de la Nación. Palabras con las que el arriero transformado en libertador, instaurador de la Constitución de Apatzingán, afirma que Miguel Hidalgo declaró a nuestra tierra independiente de la corona española. Y Morelos fue atormentado, excomulgado, maldecido a padecer por toda la eternidad y fusilado por traer consigo un retrato de Miguel Hidalgo.

Quisieron borrar su imagen, deshacer lo hecho en unos cuantos meses de campaña que despertaron la conciencia de un pueblo miserable, explotado, humillado; en el corto tiempo que tardó en proscribir la esclavitud y declarar libre a todo aquel que pisara esta tierra. Hoy vuelven las consejas reaccionarias, en voces electrónicas, a repetir la fantasía aristocratizante: al emperador Maximiliano debemos el Grito. Pero Ignacio López Rayón, compañero de luchas de José María Morelos, había evocado a Hidalgo y dado el Grito mucho antes de que fueran por el de Habsburgo a Miramar. Es que los pocos meses de la lucha terrenal de Hidalgo se hicieron horizonte de las luchas sociales, de la eterna visión de la utopía.

Hoy, como siempre, es soberano el que puede dictar el estado de excepción. Pero la soberanía nuestra dimana del pueblo y suya es la decisión de elegir a sus representantes, de otorgar su mandato. Ahí viene 20 de noviembre y habrá espectáculo para conmemorar el centenario de la Revolución Mexicana. El 15 de septiembre erigieron estatua efímera del Coloso: Juan Pueblo, pero con los rasgos de Benjamín Argumedo, el matador de chinos en Torreón, el que fuera fusilado por Venustiano Carranza, por haber traicionado a Francisco I. Madero. Y dicen que en Querétaro, cuna de la Constitución de 1917, adornaron las calles con imágenes del chacal Victoriano Huerta, el golpista asesino de Madero y Pino Suárez.

Hubo desfile festivo, carnaval, música y danzantes multicolores que recorrieron el Paseo de la Reforma y confluyeron en el Zócalo. Ahí vendría el Grito. Y los cadetes del Colegio Militar escoltaron al Presidente que haría sonar la campana de Dolores y gritaría vivas a los héroes que nos dieron patria y libertad. Y al dejar de ondear la bandera el presidente Calderón, los 60 mil mexicanos que tuvieron acceso al Zócalo, así como los millones que se quedaron en casa a gozar el espectáculo en la televisión, vieron los fuegos de artificio importados que por un momento ofrecieron la visión del incendio de Palacio Nacional y de una densa humareda que borró de la escena a la Catedral. Vade retro.

Unidad, unidad, es la consigna del poder constituido y de los grupos de poder real. Los heraldos de Palacio anunciaron que asistirían a Palacio, participarían de los festejos y gozarían de la ceremonia, antiguos presidentes de México. Viven cinco ciudadanos que fueron titulares del Poder Ejecutivo antes que Felipe Calderón: Luis Echeverría, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo y Vicente Fox. Luis Echeverría y Miguel de la Madrid no fueron a la fiesta por motivos de salud. Ernesto Zedillo dijo que él vive fuera del país y mantuvo su sana distancia. Salinas y Fox asistieron. Fox se asomó al balcón y, portento de portentos, hizo mutis, desapareció como villano de ópera. Carlos Salinas se apareció y dijo que era la hora de la unidad.

Se remontó a 1942 y rememoró el acto solemne con el que Manuel Ávila Camacho pudo mostrar unidos a los que dividió el ejercicio del poder. Particularmente a Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas. Volvió Calles del ostracismo, asistieron ambos y se saludaron respetuosamente al entrar al salón de Palacio. Esa imagen quiso invocar Carlos Salinas. Pero ahora no hay fantasma de maximato y al ejemplificar la unidad de entonces, dejó en el olvido a varios de los asistentes al llamado de Ávila Camacho; entre otros, nada menos que a Abelardo L. Rodríguez. En fin, la unidad de hoy nada tiene que ver con la de aquel entonces, aunque ambas sean por el bien de México.

Horas antes, no lejos del Zócalo, en Tlatelolco, Andrés Manuel López Obrador daba el Grito de los libres. ¡Arriba los de abajo!, ¡abajo los de arriba! La oligarquía y la mafia que se apoderó de México; la urgencia de mantenerse alertas para votar el año de 2012 y así evitar que le vuelvan a robar la Presidencia. Menos mal que los pobres no estuvieron ausentes del Grito de los Libres. A ellos nadie les podía decir que se quedaran en casa y vieran al estratega de Nacajuca por televisión. Porque el telepoder conspira para hacer presidente a Enrique Peña Nieto, dice López Obrador. Y el PRD bajo el mando de Jesús Ortega se ha puesto al servicio del PAN, de César Nava, de Felipe Calderón, de la derecha ultramontana, intolerante, empeñada en acabar con el Estado laico.

Motivos más que suficientes para lanzar un grito. Pero vino el diluvio y Marcelo Ebrard le pide a los habitantes del Distrito Federal que se queden en casa. Vea la era del espectáculo en aparatos digitales; viva el momento histórico en vivo y en directo, a todo color, con música y letra compuestas para la ocasión. Fidel Herrera Beltrán, quien no apareció en las pantallas al cumplirle a los de Tlacoltalpan y dar el Grito en la maravillosa capital de las décimas y el son, estuvo ante las cámaras y tuvo micrófono al entrar el huracán Karl a tierra en Veracruz. Soplan vientos de fronda.

El general Galván, secretario de la Defensa, afirma que los soldados permanecerán en las calles, que no es hora de hablar de treguas, que cualquier retirada fortalecería al enemigo, al crimen organizado. Y volvió a pedir que el Congreso aprobara la legislación que les permita actuar sin riesgo de violentar norma alguna. No hace falta. Bastaría que su jefe, el Presidente de la República, solicitara autorización del Congreso para declarar la suspensión de garantías individuales donde fuera necesario.

A pesar de las víctimas, de los no combatientes muertos, los mexicanos que no se quedaron frente a la televisión expresaron admiración y afecto por las fuerzas armadas, por las tropas del Ejército de la Revolución Mexicana que desfilaron el 16 de septiembre. Los pueblos tienen memoria.

Del proceso histórico se nutre y enriquece el imaginario colectivo. Morelos fue arriero. También Vicente Guerrero. Las decenas de miles de niños y niñas nómadas, jornaleros agrícolas sin escuela y con hambre, no aparecen en los festejos de la era del espectáculo. Pero a la distancia se oyen voces: ¡Arrieros somos...!