Opinión
Ver día anteriorViernes 17 de septiembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ciudad Perdida

López Obrador pinta su raya

El PRD, lejos de los principios que le dieron vida

S

e acabó. Andrés Manuel López Obrador, para decirlo en sus propias palabras, pinta su raya con respecto a PRD, pero advierte, con mucha claridad, que se debe distinguir entre la militancia y la dirigencia, y entonces hace el anuncio.

Fue durante una entrevista breve en el programa Discrepancias, que se transmite los martes por Radio UNAM y tenemos el orgullo de conducir. Allí López Obrador lanzó la sentencia, lo dijo en un tono que no deja dudas. El líder del movimiento de oposición más importante del país asegura determinar el camino, decisión que, no por dolorosa, deja de ser inevitable. Hace tiempo se convirtió en demanda de los militantes, pero el ex candidato presidencial ponía por encima de las canalladas de la dirigencia nacional amarilla los principios por los que se fundó el PRD.

Cuando se fundó el PRD iba a ser un instrumento de lucha al servicio del pueblo, no un instrumento al servicio de la oligarquía, de la mafia en el poder, y menos que se convierta en el instrumento que ayude a la simulación política para que se mantenga el mismo régimen de corrupción y de injusticia. En eso no vamos a estar de acuerdo con la dirigencia del PRD. Claro que no vamos a estar de acuerdo con las alianzas con el PAN. No era necesario decir más.

De pasadita

Mucho show y poca gente. Así podríamos resumir lo que sucedió el 15 de septiembre por la noche en el Zócalo. Parecía como si por fin se hubiera logrado lo que desde hace buen rato pretendían los aduladores del vacío. La gente quería que el Grito transcurriera ya, de volada, que Calderón terminara rápido. ¿A quién le importa la hipocresía? Todos sabemos lo que nos ha hecho, comentaba un joven que regresaba del evento después de las doce de la noche.

“Lo que queríamos era ver el espectáculo. ¡Que el show continúe!, les gritábamos”, decía. Y es que lo que sucediera en el balcón central de Palacio Nacional no era lo importante. Por fin el show mató a la historia, ésa era la encomienda, ése el fin, y para eso divididos, encerrados, los asistentes se comportaban como buenos mexicanos, sabedores de que desde todas partes los vigilaba el cañón de un rifle.

¡Viva México! Y sobre las paredes de la Catedral Metropolitana un dragón chino, que pretendía ser Quetzalcóatl, buscaba una salida al encierro que le imponían las cúpulas del recinto, y todos miraban con admiración la angustia de aquel ser que iba y venía sin poder romper el cerco del monumento a la religión que minutos antes bailaba, frente a quienes pudieron llegar hasta la plaza mayor de México.

Adentro, los invitados especiales se regocijaban con el show; había quienes sabían muy bien de ese bisnes. Chespirito y Chabelo deambulaban entre los salones por donde también paseaban Blue Demon y el Santo, y como en las fábulas de Esopo, el burro, grandote, coincidía con el zorro chiquito, y ambos miraban al mapache, todos alegres, contentos. Sin que nada les quitara el sueño.

Doscientos años, ni uno más, para la historia, pero el año que entra el show para la televisión promete ser más espectacular y el secretario de Educación federal seguramente estará orgulloso de la clase de historia que se impartió la noche del 15, la noche de los doscientos años.

¡Que se sepa, y se sepa bien! Seguramente la economía no mejorará, ni habrá más empleos ni tendrán cupo en las escuelas públicas los jóvenes que pretendan estar mejor preparados, y las muertes habrán de incrementar las cífras, pero eso sí, el show deberá continuar. ¡Viva México!

Por cierto, hace unos días nos llamó el secretario de Turismo de la ciudad de México, Alejandro Rojas Díaz-Durán, para aclarar lo que se dijo en la entrega anterior, en la que platicamos sobre lo sucedido el sábado pasado durante una función de box en la Plaza México. Función que por cierto fue muy exitosa para quienes pudieron ir a verla.

Bueno, la cosa es que Rojas Díaz-Durán asegura que la rechifla que se levantó aquella noche, que opacó el sonido de la lluvia que caía a cubetazos, no iba dirigida a él, que nos mal informaron, y que la silbatina se la propinaron al secretario de Seguridad Pública, Manuel Mondragón y Kalb, cuando el picoro lo presentó desde los micrófonos del coso. Allá ellos.