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      HUGO GUTIÉRREZ VEGA 
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¿Hay algo que celebrar el 2010? 
  JORGE HERRERA VELASCO 
Las fiestas del centenario de la Independencia 
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Bolívar  Echeverría y el  siglo XXI 
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    Hugo Gutiérrez Vega   
  
    LOS  DIOSES Y LOS MACEHUALES 
   
    Nunca se dieron cuenta los maestros Severo Amador y José Inés Tovilla  –pintores académicos y excelentes promotores del arte en la ciudad que se  encuentra en el centro geográfico de nuestra República–, de lo que iba a lograr  en materia de innovación, audacia y originalidad su joven discípulo Saturnino Herrán, nacido en Aguascalientes en 1889  y muerto en la centralista capital del país en 1918. En la Escuela Nacional de  Bellas Artes estudió con Izaguirre, Fabrés y Germán Gedovius. Fue un alumno  atento y cumplido, pero siempre siguió su propio camino y, sin faltarle al  respeto a la academia, rompió reglas que parecían inamovibles, utilizó modelos  que nada tenían que ver con los estereotipos europeizantes del México  finisecular y nos entregó la imagen de un país en el cual la realidad, el  color, los caprichos de la naturaleza, el vigor de los rostros y la  originalidad de su cultura mestiza, requerían con urgencia a un artista fiel a  ese patrimonio cultural y, al mismo tiempo, defensor a ultranza de la  sustantividad independiente del arte. Gedovius, maestro ejemplar, vio con  claridad el proyecto ambicioso y coherente de su alumno Saturnino y, en prueba  de su confianza en el talento del autor de obras como El trabajo, El hombre del molino y La leyenda de los vólcanes, se encargó de la supervisión de  esos trabajos, en los que se renovaron tanto la visión del país y de sus  múltiples rostros, como las técnicas pictóricas y las formas de la composición. 
    Herrán fue fiel a sus modelos y por eso nos entregó los rostros verdaderos  de nuestra historia y de nuestras regiones.  Su tehuana tiene un semblante austero y, en algunos aspectos, retador.  Estas características son típicas de las mujeres del Itsmo y de su poderoso  matriarcado. Esta tehuana no pertenece al proyecto estetizador de la academia y  apuesta por una nueva forma de retratar lo que proviene del interior del  personaje. Por eso Ramón López Velarde, el padre soltero de la moderna poesía  mexicana y amigo entrañable de Herrán, afirma, en una emocionada carta, que  Saturnino es un pintor de almas y de emociones recónditas. 
    Los modelos de Herrán son gente del pueblo. Por eso en su obra fundamental  sobre nuestra cultura primordial, los dioses, sus rostros pétreos, su  musculatura debilitada por siglos de hambre, pero siempre dispuesta al esfuerzo  y a la lucha, tienen como modelos a los macehuales que cargaban bultos  increíbles en los mercados de la antigua capital del imperio mexica. En las  figuras de nuestros dioses se hace patente la permanencia de una visión del  mundo fascinante y contradictoria. Mucho le deben los muralistas a este pintor  de macehuales divinizados y, a la vez, estragados por el hambre y flagelados  por la injusticia, las humillaciones y los vejámenes. El cofrade de San Miguel muestra un lejano  parecido con algunas figuras de los maestros de la escuela española. En su  escapulario brilla la custodia, su rostro de mendigo y de suplicante refleja  una desapacible resignación, y el Cristo clavado en la cruz hace que la escena  adquiera el tono de la angustia. Algo parecido sucede con El cofrade de San Luis aunque la atmósfera  general del cuadro sea menos angustiosa. 
    Herrán gustaba de “los alimentos terrenales” y jugaba con sus colores y  con los matices provenientes de los cambios de la luz y de la vibración que  emana de los objetos y de los semblantes. Por eso, su criolla de la mantilla  lleva la alegría brincando en los ojos y arquea sus labios en un gesto sensual  y gozador, mientras que El  rebozo recoge toda la fuerza de nuestra tradición femenina y es cuna y mortaja,  pero también tiene un lenguaje que favorece o cancela los amores. En El jarabe aparece nuestra idea de la fiesta  a la que consideramos tan o más importante que el trabajo. Este cuadro es  movimiento puro y en él los cuerpos entregan toda su experiencia y el vigor de  ese hermoso abandono del yo que es el baile. 
    Pronto aparecerá un libro en el que se mostrarán los aspectos  fundamentales de la vigorosa personalidad y del talento creador del artista de  Aguascalientes. Veamos a sus dioses que en la vida real eran humillados  macehuales. Veamos en todos sus rostros y figuras la visión de un país hecho de  grandes contrastes, de bellezas y de horrores. Regresar al museo de su ciudad  natal y quedarse un buen rato viendo el rostro poderoso de la tehuana es una  experiencia irrepetible. Lo mismo puede decirse de este libro que es un  testimonio del enorme talento del pintor de “nuestros dioses”. 
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