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35 Festival Internacional de Toronto
Cambio de vecindario
T

oronto, 8 de septiembre. Aunque la obra se concluyó con un par de años de retraso, para su 35 edición el Festival Internacional de Cine de Toronto –abreviado como TIFF– estrenará nueva sede, el TIFF Bell Lightbox, edificio de cinco pisos que ocupa toda una manzana y significa una reubicación de la zona donde se llevarán a cabo las diversas actividades.

Hasta el año pasado, el TIFF se había vuelto una aceitada máquina de eficacia organizativa, con una rutina ya establecida para los asistentes habituales. El festival se llevaba a cabo en el área de negocios enmarcada por las calles de Bloor y Yonge, con su principal espacio de proyecciones localizado en el complejo Varsity. La mudanza suena lógica al menos en términos turísticos. Ahora ocupará lo que se conoce como zona de entretenimiento, en el llamado downtown de Toronto.

Con nuevos múltiplex inaugurados de manera reciente en ese mismo barrio, el cambio significa también una logística más sencilla para los invitados Ahora sí la mayoría de los hoteles –y un buen número de restaurantes– quedan a distancia de caminar entre las sedes. Eso disminuirá el factor de dispersión que antes caracterizaba al festival. Así también, los comodines no se sentirán obligados a permanecer encerrados en un solo múltiplex por pura conveniencia.

Por esta ocasión el TIFF ha aumentado un día a su calendario. A lo largo de 11 días se exhibirán 258 largometrajes –repartidos en 18 secciones– de los cuales casi 70 por ciento serán un estreno mundial o norteamericano). En su plan celebratorio el festival ofrecerá una gran tardeada gratuita el domingo 12 para inaugurar el TIFF Bell Lightbox, así como proyecciones igualmente de gorra en el mismo centro de ocho películas que tuvieron especial importancia en su historia.

Sin embargo, el festejo no incluirá, al parecer, el de nuestro bicentenario. Este año, la programación de cine mexicano se ha reducido a coproducciones –Biutiful, Alejandro González Iñárritu; Las marimbas del infierno, del guatemalteco Julio Hernández Cordón, y Verano de Goliat, de Nicolás Pereda–, mientras la única producción totalmente nacional es Año bisiesto, del australiano Michael Rowe. No es que quiera uno meterse en criterios de programación ajenos, pero sí extraña la ausencia de títulos que parecerían atractivos para un festival que se pretende representativo de las tendencias mundiales. Entre ellos, Chicogrande, de Felipe Cazals, seleccionada para abrir el festival de San Sebastián la próxima semana; El infierno, de Luis Estrada, y Revolución, la película de episodios producida por Canana. ¿Y cómo obviaron Somos lo que hay, de Jorge Michel Grau, cuyo tema de canibalismo se antojaba ni mandado a hacer para las funciones de medianoche?

Otra cinematografía latinoamericana de relevancia, la argentina, participa con dos títulos, Carancho, de Pablo Trapero –que, como Año bisiesto y Biutiful, es un refrito de Cannes– y Lo que más quiero, de Delfina Castagnino. ¿Brasil? Uno, Lope, de Andrucha Waddington.

En cambio, el cine español está representado por siete películas: Balada triste, de Alex de la Iglesia; Buried, de Rodrigo Cortés; Chico & Rita, de Fernando Trueba, Fernando Mariscal y Toño Errando; Guest, de José Luis Guerín; La mitad de Óscar, de Manuel Martín Cuenca; Los ojos de Julia, de Guillem Morales; También la lluvia, de Iciar Bollaín, y Todo lo que tú quieras, de Achero Mañas. Eso sin contar las coproducciones dirigidas por extranjeros, como Biutiful. (¿Influirá en algo que la programadora de lo iberoamericano sea la española Diana Sánchez?)

Como parte de la tradición, la película inaugural en la gala de esta noche es canadiense. En este caso la elegida es Score: A Hockey Musical, de Michael McGowan. Al margen de que el cine canadiense suele no llegar a nuestras pantallas comerciales, ciertamente ese título incluye dos palabras –hockey y musical– que podrían garantizar que no se vea nunca en México.