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Toros
Dos ideas para salvar a la fiesta
 
Periódico La Jornada
Lunes 6 de septiembre de 2010, p. a42

Excepto en la India, donde les rinden culto; en Mongolia, donde no existen, y en muchos países de África, donde legiones de hombres y mujeres sueñan con el antiguo recuerdo de sus filetes, cada día, en el resto del mundo, son asesinadas con crueldad decenas de miles de reses que terminan trituradas por los dientes humanos. Pero nadie sale en su defensa.

En España, Francia, México, Colombia, Perú, Ecuador y Portugal (aunque ahí tras bambalinas), miles de toros bravos son muertos al año, una cifra ridícula ante la que suman millones de vacas, novillos y terneras que en el mismo lapso se convierten en bistecs. ¿Por qué hay ese creciente rechazo a las corridas, que sólo una minoría entiende, y ningún repudio al bovinicidio de los rastros?

Obvio: porque los toros bravos tienen una exposición mediática permanente, vinculada con las enormes ganancias que generan (en Europa, no aquí) en hoteles, restaurantes, aeropuertos, museos, almacenes, etcétera. Y porque las empresas que hoy por hoy explotan la fiesta brava, la han vuelto odiosa, patética, exasperante e indefendible.

El martes, la Suprema Corte de Colombia rechazó una multitudinaria solicitud de antitaurinos –de ese país tan carnívoro como el nuestro– que exigían abolir las corridas. Los togados se opusieron pero prohibieron la construcción de cosos en aquel país hasta el fin de los tiempos. Calcularon, con razón, que siendo tan aguda la decadencia de la tauromaquia, ésta desaparecerá por sí sola.

Carmen Esteban, periodista madrileña, autora de Lupe, el sino de Manolete, un retrato del franquismo que gira en torno al probable asesinato del Monstruo de Córdoba, sostiene que la fiesta brava moderna ha vivido tres etapas: a) cuando los ganaderos decían la última palabra; b) cuando los toreros eran los mandones, y c) la actual, cuando los empresarios la dirigen… al abismo.

Semanas atrás, en este espacio, Leonardo Páez observó que varios de los magnates pertenecientes a la mafia que se adueñó de México, denunciada por López Obrador, han sido o son empresarios taurinos, y tienen tanta culpa en el desmantelamiento del país como de una de sus mayores riquezas culturales.

¿Queremos rescatar la intensidad poética de la fiesta brava y taparle la boca a sus detractores? Cambiemos de empresarios taurinos y exijamos que la televisión transmita el sacrificio de reses en el rastro. Si lo logramos, disminuirá el consumo de carne roja, avanzará la lucha contra la obesidad y habrá menos males cardiacos.