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Cuarto Informe

Orgullo del gobierno, los tres programas más cuestionados

Repaso del decálogo 2009, con democracia plena de aderezo
 
Periódico La Jornada
Viernes 3 de septiembre de 2010, p. 3

A tono con el festejo bicentenario, suenan al mismo tiempo el Himno Nacional y algo que parece el toque de bandera. Debe ser no un error, sino el resultado del fervor patriótico en el arranque del mensaje alusivo al cuarto Informe de gobierno del presidente Felipe Calderón, al que llegamos gracias a aquellos mexicanos de 1810 y 1910, y al espíritu de lucha de millones que ha permitido que hoy tengamos, dice el informante, una democracia plena, una economía fuerte y un futuro promisorio.

¿Democracia plena? Unas páginas adelante, el mismo Presidente vuelve a convocar a las fuerzas políticas a profundizar nuestra democracia, pasar del sufragio efectivo a la democracia plena.

Eso ocurre en el remate, porque la espera, mientras siguen llegando los invitados –la elite nacional–, transcurre entre imágenes de paisajes en dos grandes pantallas, acompañadas primero con una canción que alude (no abusa de) a hermosos parajes del país y luego con la Danza de los viejitos. Pero no son esos fondos musicales los que elige el Presidente. Durante varios minutos, Calderón saluda de mano, uno a uno, a los gobernadores y a los miembros de su gabinete (Marcelo Ebrard hace mutis, como ya es costumbre, para evitar la foto). Lo acompaña en el trance una marcha militar, acaso para ir calentando la plaza, se diría en el argot sexenal.

En el piso de abajo se instalan el gabinete, los magistrados de la Suprema Corte, los gobernadores (exceptuando los de Michoacán, Veracruz y Oaxaca), los representantes de diputados y senadores, algunos peces gordos del empresariado, obispos y generales, cuerpo diplomático y uno que otro representante de la sociedad civil (a tono con los tiempos que corren, los que acuden en nombre de organizaciones antidelincuencia).

En las gradas, funcionarios de segundo y tercer nivel, así como la prensa, completan el patio lleno de Palacio Nacional.

Huérfanos de figuras, desprovistos de candidatos, los panistas (evidente mayoría entre los asistentes) sólo reciben con aplausos a uno de los invitados: el ex candidato presidencial Luis Héctor Álvarez.

Lo demás son detalles que sólo sirven para entretener a los funcionarios o periodistas que aún creen en las señales: que si Carlos Slim habla con Beatriz Paredes, que si Francisco Rojas lo hace con Isabel Miranda, que el jalisciense Emilio González es el único gobernador con portafolio, que el cetemista Joaquín Gamboa Pascoe sigue vivo.

Guarderías, pisos y aplausos

El mensaje alusivo es un repaso de las diez ofertas que Calderón hiciera un año atrás.

El recuento de cifras quiere avasallar a los críticos. Pero incluso en temas como el combate a la pobreza saltan los efectos devastadores de la divisa sexenal de la guerra contra el narcotráfico. Calderón presume que las familias que reciben subsidios pasaron de 5 a 6.5 millones, y que el programa Oportunidades amplió su cobertura a las zonas urbanas. En Ciudad Juárez pasamos de 12 a 30 mil familias.

Sus mayores orgullos son, sin embargo, tres de los programas más criticados de su gestión. De las estancias infantiles de Sedeso presume que cuidan a los niños de 240 mil madres trabajadoras y dan empleo a 45 mil más.

Otro es el programa Piso firme (primer aplauso durante el mensaje), que denuncias periodísticas señalan como una olla de corrupción: En 2012 todas las familias contarán en su casa con piso firme, y con ello eliminaremos otro ominoso signo de la pobreza en el país. Que todos tengan cemento aunque no coman, vaya (este año, 2.5 millones se sumarán a los 6.8 millones en pobreza alimentaria, según un estudio del Tecnológico de Monterrey).

Para cerrar el capítulo, Calderón presume el mayor esfuerzo en infraestructura de salud en la historia del país y anuncia que al término de su mandato se alcanzará la cobertura universal (segundo aplauso).

Las palmas siguientes corresponden a las plazas magisteriales que ya no se heredan ni se venden, aunque poco antes Calderón ha reconocido que en materia educativa –en manos de una de sus aliadas– es donde nos queda más por hacer.

El golpazo al Sindicato Mexicano de Electricistas se lleva el cuarto aplauso de la mañana, y el quinto y el sexto son para el anuncio quizá más importante del mensaje: el fin del sistema de televisión analógica.

A estas alturas el mensaje alusivo es una cascada de cifras, de logros, de compromisos cumplidos que topan con una pared infranqueable: la falta de colaboración del Poder Legislativo con los planes del Presidente. Y los aplausos, que comienzan en gayola, ya no son para celebrar un dicho, sino para permitir al orador beber agua sin que haya un molesto silencio.

Asunto aparte, claro, es el tema de la violencia.

Calderón y Mao

No podemos celebrar ningún avance cuando la gran mayoría de los mexicanos reclama tranquilidad y seguridad en sus hogares, en las calles, en sus centros de trabajo, en el transporte, o cuando salen al mercado, del banco o del centro comercial. No lo dice el Presidente en su mensaje alusivo. Lo dijo el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, el 28 de noviembre de 2008.

Concede Calderón, casi dos años después: “Sé, bien lo sé, que en muchos ciudadanos existe hoy incertidumbre y pesar, y a ellos les digo, y a todos les digo con absoluta certeza, que sí es posible someter a la delincuencia, que no será fácil ni rápido, pero sí es posible lograr la seguridad que anhelamos para los nuestros…

La violencia se ha recrudecido, admite el Presidente. Pero no por fallas en la estrategia, claro, sino porque las exitosas acciones gubernamentales han propiciado la desesperación e inestabilidad interna en el crimen organizado.

Entonces, ¿el efecto cucaracha transformó a los sicarios en tiranosaurios?

Algo así, porque en el discurso presidencial la matanza de los 72 migrantes en Tamaulipas no es resultado de un complejo mercado laboral ni de las políticas de seguridad fronteriza del vecino del norte. Tampoco, claro, de la ausencia de una estrategia de protección de su gobierno, sino simplemente una expresión más de la diversificación criminal.

Admite el Presidente, también, la pérdida de vidas de civiles ajenos al conflicto, y reitera sus condolencias. Sin embargo, dice, “hay que seguir adelante hasta lograr el México seguro que queremos… si queremos que los mexicanos del mañana puedan tener un México seguro, debemos asumir hoy los costos de lograrlo”.

Y entrado en costos, Calderón habla de ajustar lo que se tenga que ajustar y cambiar lo que se tenga que cambiar, pese a que, hasta ahora, ninguna de las cumbres o mesas de diálogo han movido un centímetro la estrategia decidida por el gobierno federal.

Ya que seguirán las muertes de civiles ajenos al conflicto, que los legisladores terminaron con el Día del Presidente, y que del lado del Ejecutivo tampoco hay ánimo de volver a los viejos esquemas, podría sugerirse que el grito del 15 de septiembre no arranque con el consabido “Mexicanos…”, sino con un “Honorable carne de cañón…”

Así será mientras el gobierno federal no se mueva de su estrategia, con todo y sus daños colaterales. La línea es una, pero la batalla –y los platos rotos– son de los tres órdenes de gobierno, de los tres poderes públicos, de los medios y de la sociedad entera. A esos actores nombra y a ellos demanda corresponsabilidad.

A los alcaldes, por ejemplo, mientras insiste en desaparecer las policías municipales.

La nación nos demanda a todos la grandeza necesaria para superar desacuerdos. Es injusto, es irresponsable que nuestras diferencias, por legítimas que sean, se conviertan en un freno para el progreso del país, cierra Calderón en su isla-México.

Porque en el mensaje alusivo la política exterior no existe y el vecino del norte es sólo una referencia geográfica para presumir el programa carretero sexenal (el más grande de la historia, of course).

Ya. Si para el presidente Mao el mundo era China, para el presidente Calderón el mundo es México. Y el mundo de Calderón es su guerra contra el crimen.