Opinión
Ver día anteriorLunes 30 de agosto de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

Cambiar de rol sin culpa

C

omprobado de nuevo que no pocos jerarcas de la Iglesia exhiben su impotencia para expulsar al demonio de la estupidez de sus cerebros al insistir en que la pareja convencional es la única con herramientas adecuadas para la formación de los hijos, hay que conocer y valorar decisiones más lúcidas y aleccionadoras, entre otras el cambio de roles tradicionales, de común acuerdo, entre los cónyuges.

Alfredo Jiménez, ingeniero civil, se casó con Alicia Ríos, especializada en mercadotecnia. Ambos ocupaban puestos ejecutivos pero a la llegada del primero de sus dos hijos tomaron la siguiente decisión: el que ganara menos salario dejaría su empleo para dedicarse al niño y a la casa, pues lo último que deseaban era dejarlo en una guardería. Fue un acuerdo meditado.

Alicia renunció a su trabajo pero el destino te apoya en estos casos, dice Alfredo, y cuando a ella le ofrecieron otro empleo pidió el doble de salario de lo que ambos ganaban y ¡se lo dieron!, por lo que ahora quien tuvo que renunciar fue él, no sólo a una carrera prometedora sino a una serie de roles masculinos tradicionales. Cuando jugaba con mi hijo o lo bañaba o le daba de comer –recuerda Alfredo- me olvidaba de mi carrera y de mi depresión y me concentraba en la complicada ingeniería del hogar, así como en quitarme telarañas de que el dinero gastado no lo ganaba yo.

¿Cuánto estaba dispuesto a pagar por la formación de mis hijos?, se preguntaba Alfredo, y entonces me di cuenta de que mis nuevas tareas eran más valiosas que mi antiguo trabajo. Eso me llevó un año asimilarlo y ya estábamos otra vez embarazados. Por otra parte, el enfrentamiento con mis padres y suegros no fue fácil. Haberme pagado una carrera y dedicarme al hogar para ellos era bochornoso, por lo que aprendí a hacer concha con sus desconcertados juicios. Su papá distribuye vinos, les dije a los niños para efectos de conversaciones escolares.

La decisión que tomamos mi mujer y yo –abunda Alfredo– fue acertada. Su carrera es exitosa al igual que la mía en casa, pues he aprendido a conocer y a aprovechar mi lado femenino, a disfrutar ir al mercado, a regatear, a conocer ingredientes, a preparar nuevos platillos, a planchar o a comentarle a la señora qué ropa le queda bien para ese día, a disfrutar en fin de lo que nos impiden unos roles en apariencia inalterables. Además, diario hago ejercicio y puedo jugar con los niños sin cansarme, lo que no ocurre con su mamá. (Continuará.)