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Las venas abiertas de Manolete
 
Periódico La Jornada
Lunes 30 de agosto de 2010, p. a42

Ayer en la madrugada, hora de España, Manuel Rodríguez, Manolete, el mayor torero de todos los tiempos, cumplió 63 años de muerto. Tenía 31 de edad y planeaba cortarse la coleta en pocos meses. Estaba en la cumbre de la fama, era dueño de una inmensa fortuna en dólares, pesos y pesetas, que guardaba sobre todo en bancos de México, y que ambicionaban quienes contribuyeron a que el 28 de agosto de 1947, en Linares, se colgara del pitón de Islero para matarse.

Que se encontraba físicamente destruido por las frecuentes cornadas que recibía; que Rafael Sánchez, El Pipo, su apoderado, lo obligaba a torear las más de las veces posibles, aunque tuviera las heridas más recientes abiertas aún; que su adorada pero tétrica madre, doña Angustias Sánchez, lo atormentaba maldiciendo noche y día a su novia, la preciosa y maravillosa Antoñita Bronchalo Lopesino, una actriz de cine republicana, con ideas de izquierda, en pleno auge del franquismo. Que, en suma, vivía deprimido, enganchado al whisky y a la coca, y sin ganas de comer...

Vamos, que estaba en los huesos, enfermo de amor y de agotamiento, porque a pesar de sus continuos éxitos en los ruedos, de su creciente poderío económico y de lo bien que se la pasaba con Antoñita, lo oscurecía la sombra de los buitres carroñeros que volaban sobre él por todas partes y que no veían la hora de apartarlo de su mujer y de quitarle sus riquezas.

Así lo expone y documenta la periodista madrileña Carmen Esteban, en Lupe, el sino de Manolete, libro que la autora escribió, confiesa, a petición de José Tomás, y que publicó en 2007 por la sexta década fúnebre del cordobés legendario. El título evoca el nombre artístico de Antoñita Bronchalo, quien cortando por la mitad su segundo apellido actuó en varias películas españolas de principios de los 40 bajo el seudónimo de Lupe Sino.

Carmen Esteban sostiene –y nadie la desmiente– que el jefe de la conspiración contra el torero fue el católico ultraderechista Alvaro Domecq Díez, quien sirviéndose del fanatismo religioso de doña Angustias, y de la complicidad de El Pipo, impidió que el matador se casara en artículo mortis con Antoñita, en la enfermería de la plaza de Linares –como era su última voluntad–, para evitar que la novia en calidad de flamante esposa heredara su fortuna. Ésta pasó casi íntegra a las arcas del señorito de Jerez y financió el relanzamiento de la célebre bodega andaluza que actualmente vende millones de litros de vino en todo el mundo. Vino, podría decirse, surgido de las venas abiertas de Manolete.