Opinión
Ver día anteriorViernes 13 de agosto de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Thomas Mann: la vida-muerte
E

n tiempos desasosegados como los que vivimos se impone la reflexión, y para ello uno de los mejores incentivos es abrevar en las obras de escritores de hondura. Voy, decididamente, al rencuentro con Thomas Mann.

Su vasta producción literaria se inaugura a los 25 años con la magistral novela Los Buddenbrook. Dicha obra es el relato de una saga que el mismo Mann llama ese recuento de la historia de mis muertos, la cual marcará su producción literaria y su vida misma.

En palabras de García Ponce, profundo conocedor de la obra de Mann, el artista sabe que ha asistido y hecho visible para nosotros el fin de una forma de vida, la anulación de una serie de creencias, la imposibilidad de mantenerse dentro de los seguros cánones que establece un determinado mundo social.

A partir de esta revelación, los personajes de Mann: Tonio Kröger, Hanno Buddenbrook, Felix Krull, Gustav von Aschenbach, Hans Cartop y el mismo Mann parecieran deslizarse no de la vida a la muerte sino en un continuo vida-muerte, fuera del mundo y fuera del yo en un tiempo atemporal. La muerte danza seductora frente a los personajes y dentro de ellos mismos para conducirlos al terreno de lo prohibido.

“Ante la descarnada negación que representa la muerte –nos dice García Ponce–, sólo queda entonces convertir su vacío en voz. Y esta es la voz del arte: el camino que escoge Hanno Buddenbrook para entregarse a la muerte (...)”

Las cartas están echadas y no hay ya marcha atrás para el novelista. Con este primer relato incursiona en un camino sin retorno, al espejo de la verdad desnuda. Ya no puede engañarse ante la naturaleza humana y las vicisitudes de la existencia. Llega hasta la raíz y se topa con el inexorable sentido trágico de la existencia: la vida-muerte-necesidad y el Más allá del principio del placer freudiano, el desamparo originario, el dolor de la incompletud y la compulsión a la repetición tras la cual se oculta la pulsión de muerte.

Thomas Mann se acerca al sicoanálisis en 1925, sin embargo, hay dudas respecto de esta fecha. Su Montaña mágica, empezada en 1913 y proseguida después de la guerra, hace referencia al sicoanálisis, lo pone en escena en repetidas ocasiones, pero lo hace en forma peyorativa, lo califica entonces de freudianismo, suplantando, con cierta malicia, el término habitual de freudismo; y el sicoanalista que aparece en dicha novela no es digno de confianza alguna.

En realidad, parece que sus primeros acercamientos al sicoanálisis estaban matizados por la resistencia y la desconfianza, tras lo que parecía ocultarse un cierto temor a que el proceso analítico y la consiguiente resolución de la neurosis pudieran ir en detrimento del genio creador del artista.

Sólo después de haber conocido seriamente los escritos de Freud hace una valoración y un balance, y dice: “En lo que a mí atañe, al menos uno de mis trabajos, el relato Muerte en Venecia, se creó bajo la influencia directa de Freud. Sin Feud nunca hubiera pensado tratar un tema erótico semejante, o seguro que lo hubiera tratado de otra manera. Si se me permite emplear términos militares, la tesis de Sigmund Freud representa una suerte de ofensiva general contra el inconsciente con el fin de conquistarlo. Como artista debo confesar, empero, que las ideas freudianas no me satisfacen en forma absoluta, incluso me inquietan y me hacen sentir empequeñecido. En efecto, las ideas de Freud traspasan al artista como un haz de rayos X, lo que llega hasta la violación del secreto del acto creador”.