Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 1 de agosto de 2010 Num: 804

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Bazar de asombros
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RICARDO YÁÑEZ entrevista con DANIEL GIMÉNEZ CACHO

Viaje a Nicaragua: una aventura en el túnel centroamericano
XABIER F. CORONADO

Espiritualidad y humanismo
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Germaine Gómez Haro

El arte del Kalahari

El Kalahari es la extensión de arena más grande de la tierra y comprende una parte de la región austral de África, es decir, un ochenta y cinco por ciento de Botswana, y zonas de Namibia y Sudáfrica. Pero el Kalahari no es uno de esos desiertos de postal que ostentan esculturales dunas de arena fina. Se trata más bien de una sabana reseca que, a primera vista, no parece acoger vida humana y animal, y, sin embargo, es sede de algunos de los parques naturales más importantes del continente africano y último reducto de las tribus san, que en otros tiempos habitaron una extensa región comprendida entre Tanzania, Uganda, Etiopía y Sudán. Los antropólogos han acuñado el término “san” que significa “aborigen” para referirse a los grupos étnicos del África austral cuya antigüedad se remonta a unos 20 mil años, lo que los convierte en el pueblo más antiguo de la Tierra. También se les conoce como “bosquimanos” (del holandés bosjeman y del inglés bushmen: “hombres del bosque”), denominación que los colonizadores usaron despectivamente. Puras desgracias sufrieron estos aborígenes bajo la dominación de los hombres blancos, quienes llegaron a exhibirlos en el siglo XIX en circos y zoológicos europeos como ejemplo de “seres primitivos”; pero no corrieron mejor suerte con los gobiernos independientes al descubrirse que el subsuelo de su territorio está cuajado de diamantes, hecho que ha propiciado que sean paulatinamente empujados (principalmente por los gobiernos de Botswana y Sudáfrica) a moverse a otras regiones, o inclusive a los países vecinos. Estos reasentamientos forzados disfrazados de cooperación humanitaria para mejorar sus condiciones de vida, han significado para estos pueblos milenarios la pérdida de sus raíces y de su idiosincrasia a favor de una integración al mundo moderno que en muchos casos no les ofrece precisamente un mayor bienestar.

Entre los diferentes proyectos de desarrollo comunitario que se llevan a cabo para fomentar la sedentarización de los san en regiones donde no “incomoden” a los gobiernos en sus planes de explotación del subsuelo del desierto, tuve la oportunidad de conocer en un viaje reciente a Botswana el arte pictórico del Kalahari que ha sido impulsado por el Xun and Khue Project con sede en Northern Cape (Sudáfrica), donde reciben formación artística numerosos bosquimanos como Andry Kashivi, cuya pintura acompaña este texto. Los noveles pintores san han desarrollado un lenguaje propio y atractivo, provisto de una gran frescura que tiene correspondencia con las remotísimas creaciones de sus ancestros, los 2 mil 400 petroglifos que se encuentran a lo largo del Kalahari ocultos en cavernas y rocas montañosas, los cuales tienen cerca de 6 mil años de antigüedad. En esas imponentes pinturas rupestres que no envidian nada a las del Tassili o Altamira, los antiguos bosquimanos plasmaron escenas que testimonian la existencia de una fauna mucho más abundante y la presencia de figuras humanas de una sorprendente estilización, siluetas elegantes y alargadas que serían la fascinación de Brancusi y Modigliani.

Adaptado a un entorno cruel y hostil, y aferrado a una forma arcaica de vida, el pueblo san creó una cosmogonía tan sofisticada como poco convencional. Su vida cotidiana y destino se rigen por la lectura de las estrellas y constelaciones que en esos cielos profundos sobresalen como en pocos parajes del orbe. Los san llevan impregnado en su corazón el ritmo de las “arenas que cantan”, una alusión a las vibraciones sonoras que las pisadas producen sobre la arena en el silencio insondable de la noche, y se convierten en una “auténtica música mineral” que queda plasmada en las altisonancias colorísticas y formas palpitantes de sus pinturas. El mundo animal es el protagonista principal de sus escenas, entreverado con la escasa presencia vegetal en la que destaca el baobab, su árbol sagrado, representado en composiciones polisémicas que escapan a cualquier interpretación formal. Así como en algunos petroglifos milenarios de la región se añadieron en el siglo XIX figuras alusivas a los colonizadores –mujeres ataviadas a la usanza victoriana y objetos traídos de Occidente– los artistas contemporáneos del Kalahari también han incorporado a sus pinturas y grabados elementos de la modernidad recién descubierta para muchos de ellos, como casas, coches, radios, e inclusive armas de fuego que refieren a las guerras recientes, principalmente en la vecina Angola. Ludismo y espontaneidad son los rasgos distintivos del arte del Kalahari, una expresión híbrida y genuina de un pueblo orgulloso de sus raíces y tradición, a pesar del dolor que ha significado la extirpación impuesta de su terruño ancestral.