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México: un paseo por la ciudad en 1910 dice lo que otros libros conmemorativos no, afirma

Díez de Urdanivia recostruye la vida de la capital en los inicios del siglo XX
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El libro incluye un disco con la música que se escuchaba en esa época. En la imagen, el autorFoto Carlos Cisneros
 
Periódico La Jornada
Domingo 4 de julio de 2010, p. a10

Un recorrido metropolitano, con acontecimientos importantes, personalidades de relieve, hechos trascendentes del momento en que estalló la Revoución y algunas proyecciones hacia el futuro inminente, que a partir del 20 de noviembre construyó el México de hoy, es lo que presenta Fernando Díez de Urdanivia en su libro México: un paseo por la ciudad en 1910.

El volumen, editado por Luzam, se presentó este jueves en la Casa Universitaria del Libro de la ciudad de México con los comentarios del escritor Hugo Hiriart, la compositora Amelia Cristina Guízar, la poeta Alejandra Atala, el escenófono Rodolfo Sánchez Alvarado y el autor.

Durante el acto, Díez de Urdanivia dijo que en medio de tantas publicaciones rimbombantes y lujosas que circulan en torno al bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución, este libro dice lo que quizás no cuenta el montón de libros que se ha hecho por las conmemoraciones.

El volumen, que a partir de datos rigurosamente históricos permitirá al lector conocer cómo era y qué sucedía en la ciudad de México durante los meses previos al estallido cívico de 1910 incluye un disco compacto con la música que escuchaban los mexicanos de aquella época.

La compositora Amelia Cristina Guízar se refirió a la música de la época y a las salas de concierto que estaban encabezadas por la Wagner, que se ubicaba en la calle Zuleta, después Venustiano Carranza.

“En aquel tiempo la música era tomada más en serio que en nuestros días. Se escribían zarzuelas, óperas. Teníamos grandes compositores, como Ricardo Palmerín, Ricardo Castro y Julián Carrillo.

Todo el libro, en especial la música, es una investigación fantástica sobre compositores y recintos culturales donde se ofrecían conciertos. Es impresionante el contenido tan bien estructurado, dijo Guízar.

El escritor Hugo Hiriart recordó la importancia que tuvo la construcción de la cárcel de Lecumberri, hoy edificio del Archivo General de la Nación, que fue inaugurada por Porfirio Díaz en 1900 para vestir a su régimen dictatorial.

Ilustrado con fotografías de la época y dibujos reproducidos de los anuncios cotidianos de entonces, el libro contiene elementos muy poco divulgados acerca de las costumbres, el comercio, la industria y la banca de aquellos días, así como de algunos personajes prominentes que habitaban la ciudad.

Con textos espléndidos, Díez de Urdanivia evoca las calles de la ciudad en 1910 con el barullo de los vendedores y los marchantitos, como se decía entonces; los pregoneros de castañas asadas y de chichicuilotes; los tocadores de cilindros y los gritones, que mezclaban sus voces con los cascos de caballos de carretela y los motores de automóviles.

En 1910, la Alameda era uno de los paseos familiares predilectos, donde los niños gozaban amenos juegos y los padres disfrutaban las audiciones musicales que se escuchaban desde dos espléndidos kioscos. En las fuentes se admiraban estatuas de Venus y Neptuno, de ninfas de los bosques, de Vesta y Mercurio.

En su intervención, la poeta Alejandra Atala dijo que Díez de Urdanivia se convirtió en un aliado del tiempo al recordar nombres de tiendas, calles, lenguajes empleados e ilustraciones de monumentos e instituciones.

“Miro a Fernando y sus ojos chispean curiosidad y descubrimiento. Musicólogo, escritor, periodista, hombre que busca llevar a la voz del libro, que es la suya propia, al caldero de la alquimia donde cocina su conocimiento para que éste sea, a ojos vistas, un amable comunicador que acerca a quien lo lee a ese horizonte de las cosas del mundo, para provocar un nuestro mundo y en este caso nuestro México.

Fernando cuenta el cuento de la ciudad de México, el cuento de una ciudad y su desarrollo, de sus características o señas particulares; aunque no es Fernando el abuelo relator, sino el aliado del tiempo mismo, quien va definiendo amorosamente los rasgos de este ser vivo.