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Presentó en Madrid su libro más reciente, Todo lo que tengo lo llevo conmigo

El lenguaje debe desmenuzar la memoria, dice Herta Muller

La opresión de los regímenes totalitarios, tema recurrente en la narrativa de la premio Nobel 2009

Rinde homenaje al poeta Oskar Pastior, sobreviviente de los campos de concentración

Corresponsal
Periódico La Jornada
Martes 29 de junio de 2010, p. a10

Madrid, 28 de junio. La escritora rumana Herta Müller, Nobel de Literatura 2009, tiene la mirada penetrante y la voz suave pero contundente.

Como si las cámaras le atropellaran los ojos con sus faros –como dice en uno de sus poemas–, la poeta y novelista presentó en Madrid su nuevo libro, Todo lo que tengo lo llevo conmigo (Siruela), en el que se sumerge en un trazo de la historia reciente de Europa y de su país, Rumania, que la afectó directamente: los campos de concentración que levantaron en Ucrania los regímenes totalitarios de Stalin y Nicolae Ceaucescu para recluir y torturar a la minoría étnica de rumano-alemanes a la que pertenecía su familia.

Desolación del atropello

Fiel a su literatura y a su biografía, la autora de En tierras bajas habló con pausa pero con palabras hondas sobre su nueva novela, en la que aborda un tema recurrente en su obra: los estragos de los sistemas totalitarios, las dictaduras y los regímenes prohibicionistas tanto a los pueblos en general como a los individuos y su encarnación poética.

Por eso no es gratuito, explicó, que en Todo lo que tengo lo llevo conmigo cuente la historia de un amigo de su familia y poeta, Oskar Pastior, quien al igual que su madre fue recluido en los campos de concentración de la fría Ucrania por Stalin y su aliado Ceaucescu.

Ahí ese poeta popular y culto, quien lo narró en su obra y en sus conversaciones con la escritora, fue vejado y torturado, pero también sobrevivió con penurias, con hambre y con la desolación del atropello.

Hace poco murió y Müller se quedó paralizada, muda ante un golpe tan severo como la muerte de alguien con quien compartía recuerdos de su infancia y de su madre, además de un diálogo intenso y fructífero sobre uno de los motivos fundamentales en su obra literaria: el destino de los pueblos marginados, de las minorías oprimidas por grandes sistemas totalitarios, la opresión de los débiles frente a los poderosos.

Ella lo explica así en uno de sus libros: Quien viene de una tierra donde el dictador ordena al otoño florecer, aprende a desconfiar, profundamente, de las estaciones.

Pero Muller desmiente la tesis de que la escritura es una especie de catarsis curativa o un método para sanar las heridas que heredó de la Segunda Guerra Mundial y el régimen comunista de su país y del bloque de Europa del este. La literatura para mí no es terapia porque no la necesito. Es el sistema el que está enfermo. Y una dictadura es un sistema enfermo y los que nos oponemos somos los sanos, subrayó Müller, quien también criticó con dureza la supuesta democracia en la que vivimos, que al menos en Rumania está lejos de serlo.

Respecto del origen de la novela, añade que en principio iba a tratar la deportación tal como la había conocido en la figura de mi madre, quien había estado cinco años en el campo de concentración. Y también quería contar la historia de muchos de la edad de ella, y ahí fue cuando conocí a Pastior, uno de los mejores poetas europeos, un superviviente que estuvo preso en ese infierno durante 17 años. Así que al final este libro es mi propio homenaje a él, pues tras su muerte, en 2006, me derrumbé y no podía ni trabajar.

Precisamente el título del libro, Todo lo que tengo lo llevo conmigo, es una cita textual de una de las frases y recursos constantes de Pastior durante su larga y severa reclusión, en la que hubo represión, tortura, sufrimiento y hambre, pero también encuentros homosexuales furtivos, que también forman parte de la novela.

Al preguntársele a Muller sobre su técnica para depurar el lenguaje, precisamente uno de los argumentos esgrimidos por la Academia sueca para otorgarle el Nobel, explicó: Cada uno escribe con su propia estructura síquica. Intento que cada frase cumpla su papel, que nada sobre, porque cada frase, en cierto modo, es una obra de arte. Intento decir algo después de intentarlo 30 veces, pues la realidad no es más que un material, y la memoria, materia prima que el lenguaje tiene que desmenuzar.