Opinión
Ver día anteriorViernes 25 de junio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Nuevamente sobre la cuestión étnico-nacional
A

pesar de que en los últimos 30 años los pueblos indígenas del Bravo a la Patagonia han dado muestras de una permanente actividad y participación políticas en las sociedades nacionales en las que están inmersos, diversos sectores sociales y fuerzas políticas continúan conceptualizando a estos pueblos dentro de esquemas basados en prejuicios, ideas fijas y disquisiciones de un amplio rango que va entre los polos del racismo segregacionista y el paternalismo asimilacionista.

Así, el desprecio y las prácticas de exclusión a quienes son considerados inferiores, atrasados e incapaces de autogobernarse y aportar incluso formas organizativas novedosas, prácticas de democracia participativa y relaciones con la naturaleza realmente sustentables, van de la mano de enfoques que mantienen que los indígenas deben ser integrados, ya sea al espejismo de la falsa modernidad del mercado o a los proyectos vanguardistas y obreristas que han llevado a desviaciones y errores políticos graves a movimientos democráticos, revolucionarios, e incluso de signo socialista.

Una de esas perspectivas parte de observar el mundo indígena desde la exterioridad del nosotros de las nacionalidades, como productos del mestizaje biológico y cultural impuesto con violencia por los grupos oligárquicos; esas nacionalidades mayoritarias en casi todos los países latinoamericanos se sienten dueñas de la historia, la simbología nacional, el territorio, y refieren a las entidades étnicas diferenciadas como nuestros indígenas, a quienes hay que guiar, rescatar, salvar o redimir.

En la mayoría de los países, los pueblos originarios y de origen africano no fueron reconocidos como tales en los marcos constitucionales y sus movilizaciones, resistencias e incluso rebeliones armadas obligaron a los estados y las sociedades a descubrir lo que había existido –por casi dos siglos de vida independiente– bajo las miradas racistas de los grupos dominantes de criollos y mestizos: el carácter multiétnico, pluricultural y plurilingüístico de la mayoría de las naciones latinoamericanas.

Pese a los avances logrados en el plano de la formalidad constitucional y legal, tanto en los ámbitos nacionales como internacionales, las prácticas discriminatorias, segregacionistas y excluyentes hacia miembros de los pueblos indígenas son parte de la cotidianidad latinoamericana. En una asamblea pública en la ciudad de Oaxaca hace dos semanas, en la que se puso en marcha la campaña contra la discriminación en la educación que se ofrece a los pueblos indígenas, se denunciaron varios casos de exclusión de estudiantes indígenas de primaria por parte de autoridades de escuelas que incluso conminaron a los padres a cambiar a otra institución escolar a sus hijos, quienes también sufrían las burlas y los acosos de sus propios compañeros de aula.

Pero también en el plano de la construcción de nuevas alternativas y proyectos de socialismo del siglo XXI, los indígenas siguen siendo subsumidos en categorías que los observan en el pasado de la gens, el comunismo primitivo, el buen salvaje de la revolución que requiere ser incorporado a la modernidad de las luchas en las que es convocado como aliado subalterno y testigo etnográfico del verdadero acontecer de la historia.

Precisamente uno de los factores –entre muchos– de la implosión y desaparición de la Unión Soviética fue el abandono por parte del estalinismo de las políticas leninistas de cuidado extremo de las diferencias nacionales, especialmente hacia etnias, nacionalidades y naciones oprimidas, siendo precisamente esta grave desviación de Stalin, todavía en vida de Lenin, la que provocó la ruptura definitiva entre el dirigente principal de la revolución y el secretario general del partido. La rusificación, el traslado forzado de grupos nacionales y la represión como política de Estado conformaron la realidad estalinista de la llamada cuestión nacional.

Durante los primeros cuatro años de la revolución sandinista, el gobierno tuvo que pagar un precio muy alto por la falta de un programa específico por parte del FSLN previo al triunfo en 1979 y por las carencias y errores de apreciación sobre los fenómenos étnicos de sus primeros cuadros políticos enviados a la costa atlántica. Perspectivas que pugnaban por la proletarización de los misquitos, el poblamiento planeado y masivo de esta región por nicaragüenses del Pacífico, la negativa a considerar a las etnias costeñas como pueblos, y la carga histórica de etnocentrismo de sectores importantes de la nacionalidad mayoritaria, provocaron un desencuentro que trajo consigo una resistencia armada con base social, aprovechada por las fuerzas de la contrarrevolución y el imperialismo.

Es necesario asumir autocríticamente toda la herencia eurocéntrica que subyace en el concepto de pueblos sin historia, aplicado para aquellos que no se adecuan a los moldes de la lucha de clases moderna y civilizada. Leopoldo Mármora afirmó que este no es un fenómeno periférico dentro del marxismo sino remite al seno mismo de su aparato conceptual y a ciertos aspectos históricos de su constitución. Recordemos las apreciaciones de Marx y Engels sobre acontecimientos y personajes latinoamericanos como la festejada conquista de los territorios mexicanos por Estados Unidos durante la guerra de 1845-1848 y los severos juicios sobre Bolívar, a quien Marx describía como un cobarde, indolente que como la mayoría de sus coterráneos era incapaz de cualquier esfuerzo prolongado.

El pensamiento crítico debe comenzar por la revisión de aquellas interpretaciones teórico-políticas que han llevado a la ruptura del bloque nacional popular. Una de ellas ha estado relacionada precisamente con la comprensión y tratamiento erróneos de la cuestión étnico-nacional. Si no se aprende de los errores, estamos condenados a repetirlos.