Opinión
Ver día anteriorMartes 22 de junio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¡Salvemos lo imprescindible!
E

n cualquier naufragio se oye gritar, ¡Mujeres y niños primero! Lo que simplemente significa que hay una clara identificación del deber moral más alto, lo imprescindible. Lo demás por valioso que sea será siempre secundario. Así, los meses corren y para muchos programas o simples intenciones, el tiempo de Calderón se agota. De no iniciar o acelerar ciertas decisiones, a éstas el tiempo perdido las revocará.

Algo que el más simple ejercicio de justicia reconoce y que le queda pendiente y es gravísimo, es resarcir al Ejército de todo el mal que le ha hecho, resarcirle de estos ya casi cuatro años de destrucción humana, moral, legal, orgánica, profesional y ante la opinión pública, un terrible desprestigio y más. Está en un Tlatelolco ampliado, ¡24 mil civiles muertos!

Por obrar sólo con lo que cree poseer de información, y aquí surgen corresponsabilidades, ha supuesto que con enriquecer a los mandos superiores, está hecha la justicia. ¡Qué pobreza de razonamiento! Los mandos territoriales devengan aproximadamente 171 mil pesos mensuales, a ello agregar el valor de mil prerrogativas, muchas irregulares de que disfrutan. Mientras un soldado gana casi 6 mil 200 y el seguro de vida cubierto a deudos de los aproximadamente 300 muertos en la guerra calderoniana, son menores que los de policías, ya sea ministeriales federales o preventivos federales. La cifra exacta fue inaccesible pues la Sedena contesta que no obra en los archivos ningún documento con los datos que refiere.

Lo que esta noble institución reconocería a Calderón sería la actualización, a escala de un país comparable, de todos los campos, ya que mediante su guerra se ha demostrado lo provecto de sus estructuras. Debe honrar su papel de supremo comandante con el cumplimiento del deber de todo jefe que es velar por el bienestar y progreso de sus subalternos.

¿Tendrá presente este supremo comandante los enredos legales que está aupando? ¿Que el ignominioso proyecto de Ley de Seguridad Nacional es erróneo, confundido y terriblemente lesivo para el espíritu militar? Nadie se lo ha dicho, como no le han hecho ver que fue aprobado en el Senado por una concluyente mayoría de muchos que ni siquiera la conocían, como algunos honestos senadores han confesado, y con la asesoría de nadie, si por nadie debe entenderse nadie verdaderamente conocedor de la materia y que si no se detiene será cosa juzgada después de septiembre. Siendo abogado debería tener presentes las violaciones que ha promovido o disfrazado a la propia Constitución y que sus órdenes de cada día comportan. ¿Entonces, cómo y cuándo honrará su cargo de comandante supremo?

Es cierto que para ello, además de voluntad, requiere de información y de proyectos que en cuatro años los secretarios no le han presentado. La prioridad parece haber estado en la compra de dos jets ejecutivos trasatlánticos para uso de los señores secretarios de Defensa y Marina, aunque el de Defensa nulificó la operación. Calderón los autorizó a costo de 400 millones de pesos cada uno. Y así se hace evidente que la causa es que, simulando el cambio, se desea que nada cambie.

Otra vez Lampedusa y sus reflexiones desde el observatorio de una decadencia cínica pero indulgente. Si ésta es la postura oficial, habrá que aceptar que es también la causa de una baja moral, de un desprendimiento anímico del cumplimiento del deber, de miles de abandonos de él, de la simulación para todo, de la corrupción que, lejos de menguar, se actualiza e invade hasta lo no concebido, del surgimiento de grupos de inconformes que ya son cientos, retirados frustrados y en el activo, que ha encontrado la riqueza de las redes sociales para propagarse. Los deberes del comandante supremo para con sus legiones es enorme y hasta ahora su respuesta está en ceros. El anhelado fortalecimiento del espíritu profesional, que es una veta noble, enorme y riquísima no ha obtenido respuesta: respuesta que se desea para el bien de las instituciones, para servir mejor.

Revertir el desprestigio alcanzado sería consecuente con un enaltecimiento reparador. Unas fuerzas armadas respetables, admiradas, confiables. Debieran, como en España, ser la institución que formalmente es la que más respeto, credibilidad y confianza despierta en ese pueblo. ¿Habrá manera de aprovechar día con día de los cada vez menos, para corresponder al Ejército todo lo que ha dado y lo mucho que se le ha quitado? Sí, Presidente, regréselos a sus cuarteles. Devuélvales su orgullo, el respeto social y hasta la admiración, que fue su constante compañera.