Opinión
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Nuevas tropelías de Carlos Garrote
O

ctavio Paz, en su discurso al recibir el Premio Cervantes en 1981, recordaba que a los 16 años había leído las dos primeras series de los Episodios nacionales, de Galdós. En estos libros había encontrado la figura deslumbrante de Salvador Monsalud, un joven liberal que le había cautivado enseguida y que luchaba contra los carlistas, representados por su medio hermano, Carlos Garrote.

En ambos personajes encarnaban real y simbólicamente las dos Españas: la partidaria del liberalismo y la que defendía a ultranza la consigna de ¡religión y fueros! Al morir Carlos Garrote, nos dice Paz, asistimos a su transfiguración: comenzó por ser el enemigo y el perseguidor de Salvador Monsalud y termina como su hermano y su protegido: están condenados a convivir. Cada uno es el otro y es el mismo.

El autor de Piedra del sol, con la perspicacia que le caracterizaba, descubre que a todos nos habita un adversario y que combatirlo es combatir con nosotros mismos. Más aún: Esa lucha, ya no íntima sino social, ha sido la sustancia de la historia de nuestros pueblos (se refiere a España y a los países latinoamericanos) durante los dos últimos siglos.

Evoco a Octavio Paz para hablar del injusto proceso iniciado contra el juez Baltasar Garzón por parte de la España heredera de Carlos Garrote.

Cuando Garzón abandonó su despacho de la Audiencia Nacional, pudimos ver que, entre sus pertenencias, se encontraba una reproducción del Guernica, de Picasso.

Recordé entonces que en la modesta vivienda que ocupaba León Felipe en la ciudad de México, precisamente en su habitación, colgaban, como única decoración, una sencilla cruz de madera, un retrato de un caballero del Greco y, también, una reproducción del famoso cuadro de Picasso.

Tanto Garzón como León Felipe trabajaban bajo la sombra inspiradora del genial malagueño que con su arte denunció una de las mayores atrocidades del fascismo.

Creo que Paz, Picasso, León Felipe y Garzón pertenecen a esa estirpe de hombres que en los momentos más opacos de la historia saben ponerse al lado de la verdad y la justicia y luchar en favor del pueblo.

Estas reflexiones surgen a propósito de la politización que ha sufrido el Poder Judicial en España y que ha cometido el error garrafal de sentar en el banquillo de los acusados a un juez liberal que quiso investigar el genocidio imprescriptible del franquismo.

Al juez prevaricador que ha acusado malévolamente a Garzón, habría que recordarle algo que escribió William Shakespeare: Cuidado con la hoguera que enciendes contra tu enemigo, no sea que te chamusques a ti mismo.

El juez Baltasar Garzón no es perfecto, pero es un hombre bueno y limpio que sabe que la obra humana más bella es la de ser útil al prójimo (Sófocles dixit) y, por ello, siempre será recordado. El leguleyo que lo juzga pasará con pena y sin gloria al basurero de la historia.

Como sicoanalista sé que Malraux tenía razón cuando afirmaba que la verdad del hombre está en lo que oculta. Como soñador desearía que el pueblo español tarde o temprano se reconciliara consigo mismo y tuviera la última palabra.