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Ver día anteriorViernes 14 de mayo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Los árabes también tienen gulags
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odos sabemos de Guantánamo. Sabemos de las prisiones secretas. Basta con leer la evidencia que surgió del último juicio de Guantánamo, según la cual un hombre llamado Jadr fue arrestado por matar a un soldado estadunidense cuando tenía 15 años, y fue encontrado encadenado a una minúscula celda en Bagram por un paramédico estadunidense. El hombre encapuchado lloraba a gritos y exigía saber qué entiende Occidente por justicia. Corramos la cortina un poco y veamos lo que hay del otro lado. Hay numerosos Guantánamos en el mundo musulmán, y en su mayoría, nos importan un bledo.

¿Cuántos lectores de The Independent pueden decir el nombre de un prisionero de los gulags árabes? ¿Cuántos turistas que van a Egipto saben que en el complejo carcelario de Tora los guardias han obligado a los reclusos a violarse unos a otros? ¿Cuántos hombres han sido entregados a Egipto, Siria y Marruecos por Estados Unidos o sus aliados musulmanes”.

Para ser específicos, la primera semana de mayo surgieron los casos de Bahaa Mustafa Joughel, sirio cuyo documento de identidad tiene el número 010020288992, y Mohamed Aiman Abo Attot, sirio con el número de identidad 0102020265346. Ninguno de ustedes sabe nada de ellos, ¿cierto?

Éstas son sus historias, según sus familias. Bahaa Joughel, nacido en Damasco en 1976, es casado, con dos hijos y solía vivir en Pakistán con sus familiares que incluyen a su hermana y a las hijas de ésta. Parcialmente discapacitado, Joughel trabajaba en computación y tenía su pequeña empresa de Información Tecnológica (IT) que operaba desde su hogar.

Nuevamente según su familia, no estaba involucrado en actividades políticas. El 30 de enero de 2002, la policía paquistaní allanó su casa en Islamabad, aparentemente por órdenes de un funcionario estadunidense. Joughel desapareció durante cinco meses y a su familia se le dijo que estaba siendo investigado por Estados Unidos. Sus familiares quedaron estupefactos, más tarde, cuando se enteraron de que el hombre fue entregado a Siria a escasos tres meses de su arresto, el 4 de mayo de 2002, y se encontraba recluido en la sección conocida como la rama palestina de la inteligencia militar de Damasco. Dicha institución hace que el adjetivo notorio se vuelva irrelevante. Joughel pasó 20 meses en una celda subterránea en solitario y fue torturado en ese cajón de concreto al grado de que su vista quedó deteriorada debido al confinamiento, al igual que el canadiense Maher Arar. Después de que los estadunidenses lo mandaron a Siria por la misma época. El preso en el penal de Sednaya fue liberado el 12 de febrero de 2005, pero se le prohibió salir de su país y se le volvió a arrestar la nochebuena del mismo año. Nunca se han presentado cargos en su contra.

Los presos de Sednaya protagonizaron un motín del cual no tenemos detalles, pero que fue sofocado con gran brutalidad. Durante meses, la familia Joughel vivió con terror, debido a versiones de que el hombre había muerto. Hace dos meses, en marzo, se le permitió llamar a su esposa desde la cárcel. Dijo que quizá pronto le permitan a su familia visitarlo.

Vamos ahora con Mohammad Attot. Tiene 51 años y es el cuñado de Joughel. Estuvo de servicio en el ejército sirio durante principios de los años 80, cuando la Hermandad Musulmana protagonizó un fiero levantamiento contra el régimen de Hafez el Assad. El movimiento fue salvajemente aplastado y a Attot se le advirtió que sería arrestado. De nuevo, su familia asegura que él no estaba involucrado en política. Attot huyó a Beirut y luego a Turquía donde se casó y tuvo cuatro hijas. Attot pasó los siguientes 13 años en Turquía y durante ese tiempo rara vez encontró empleo pues no logró obtener un permiso de residencia. Cuando trabajaba limpiando instrumental médico fue arrestado por las autoridades turcas que lo entregaron a los sirios, pese a que su esposa e hijas eran ciudadanas turcas. De 1993 a 2005, cumplió una condena más larga de la de cualquier prisionero de Guantánamo.

Posteriormente, se le transfirió a las prisiones de Palestina, primero, y después a la de Sednaya, una mañana de noviembre de 2005. Llamó a su familia a Turquía para decir que había sido liberado. De vuelta en casa, nunca se discutieron los detalles de su arresto pero en julio de 2006 se le volvió a arrestar. Su familia obtuvo permiso para visitarlo en 2008, pero cuando ocurrió el motín de Sednaya, la visita se canceló.

Un ex prisionero confirmó haber visto a Attot en Sednaya hace casi seis meses, y también a Bahaa Joughel, sabemos que aún viven, pero es siempre la misma historia. Las noticias se acaban. No existe razón conocida para estas obscenas encarcelaciones. Nada cambia, no hay juicio. La esposa turca de Attot, Laila, dice que su esposo fue objeto del peor tipo de tortura durante su primera reclusión, y que ésta lo dejo física y sicológicamente destruido. Tras la muerte de Assad, en 2000, su hijo Bashar es presidente, y ordenó personalmente poner fin a las más viles torturas, comunes en el régimen de su padre, lo cual pudo haberle salvado la vida a Attot.

Laila dice que cuando habló con su esposo por teléfono, durante su breve periodo de libertad, nos comunicamos con lágrimas. La hermana de este hombre afirma que Attot figura en la lista de un grupo sirio de derechos humanos, el que asegura que fue perseguido por las autoridades de Siria por haber enfermado del corazón y desertar del ejército sirio, por lo que fue condenado a 15 años de prisión, pero nadie sabe si esto es verdad.

He contactado a ambas familias y en Pakistán conocí a Hasene, una de las hijas de Attot, y ella vive actualmente en Pakistán. Joughel es su tío y las familias han rogado a los grupos humanitarios que los ayuden a ambos.

Lo único que Hasene estuvo dispuesta a decirme fue que tenía la esperanza de que los grupos pro derechos humanos pudieran ayudar a estas familias. Son personas valientes, todos ellos. Pero nos importan un bledo.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca