Opinión
Ver día anteriorMartes 11 de mayo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Helen Escobedo en el Museo de Arte Moderno
G

raciela Schmilchuk, la curadora, logró una selección de la trayectoria de una Helen Escobedo a escala humana, acompañando cada conjunto de explicaciones breves sobre los contextos respectivos, concebidas también con sentido museográfico.

La síntesis, incluyendo el video sobre El salón independiente, es muy completa. Quizá faltó anotar que Helen fue alumna de Germán Cueto, a quien apreció profundamente, dedicándole uno de los más afectuosos y certeros escritos con los que él cuenta.

La muestra abre con un par de botas muy usadas, como si fueran de peregrina, y vaya si Helen ha peregrinado, sobre todo a partir de que iniciara sus creaciones como instalacionista conceptual en varias latitudes.

He tenido oportunidad de observar algunas de éstas, que se hacen presentes mediante grabados, dibujos y fotografías.

La muestra remata con una instalación de polvosas cajas de instrumentos de cuerda (chelos, contrabajos, violines, violas) alusivos, creo yo, a que se entrenó como violinista.

Previamente el público se topa con El hoy del mañana, en la que se acumulan pantallas de televisores, laptops, teléfonos, máquinas de escribir eléctricas, etcétera, que no hace tanto fueron el último grito de la moda y luego resultaron obsoletos, como lo serían otros que en este momento están vigentes. Se exhiben sobre el parquet, bajo una mampara en poliuretano que, en cuanto los replica, tiene simbólica función de empaque.

La sección inicial se integra con esculturas en bronce de pequeño formato, algunas se apreciaron hace décadas en la Galería de Arte Mexicano, a cuyo establo ella perteneció.

Se admira la ampliación de una fotografía que la capta como escultora. Su rostro, visto de perfil, es el de una diva. Su estancia en el Colegio Real de Arte, de Londres, inició la serie de encuentros que tuvo con artistas provenientes de un sinnúmero de países, situación que le facilitó extender internacionalmente su alabada labor como directora del Museo Universitario de Ciencias y Arte entre 1961 y 1974, con secuela de cuatro años como coordinadora de Museos en la propia Universidad Nacional Autónoma de México.

Tales contactos y exposiciones coadyuvaron también a su propio desarrollo creativo. A esto sumó dos años (1982-84) como directora del Museo de Arte Moderno (MAM). Durante su gestión concretó una de las exposiciones clave en la vida de ese recinto: Origen y visión: nueva pintura alemana (1984), que funcionó como parteaguas, pues fue notable el influjo que tuvo entre artistas de México.

Siempre cercana a Mathias Goeritz, quien entre otras múltiples mociones fue el coordinador principal de la Ruta de la Amistad (1968), Helen Escobedo cerró la secuencia con Puerta del viento.

De su obra en el contexto del Espacio Escultórico, se exhibe la maqueta Coátl (1980). Los collages en relieve titulados Especulaciones son muy atractivos, además de que muestran los modos de modificar un espacio mediante pocos elementos.

Entre las maquetas que corresponden a la sección Utopías destacan, a mi juicio, los Muros ondulantes, de 1977. Todos los proyectos dibujados, algunos después litografiados, son obras conclusivas en sí mismas e ilustran no sólo su aptitud de proyectista, sino de dibujante.

Algunos de sus conjuntos en volumen se arman a modo de escenografías y el Ambiente gráfico de la colección Museo Arte Contemporáneo, en hierro laqueado, visto de frente, hace pendant a la Oda a las estaciones que pertenece al acervo del MAM, donde tuvo por primera vez muestra individual en 1974.

Las sencillísimas bases en pino natural, a modo de pedestales, parecen diseñados por ella, e igual la vitrina alargada en la que pueden verse publicaciones que propició, entre otras la de la X Bienal de París, que con tanto beneplácito recordamos. También puede verse (aunque no hojearse) el famoso libro Monumentos mexicanos, los que eligió y reprodujo con fotografías de Paolo Gori derrochando sentido del humor.

Tal vez se hace necesaria otra edición, además de las dos que existen, una de las cuales arranca con la Cabeza de Juárez de San Juan de Aragón. Al respecto, Helen y su curadora se preguntan: ¿es siempre necesaria la escultura?, y tienen sus dudas –razonables– al respecto, mismas que de tiempo atrás desataron por parte de Helen la adecuación efímera, en tanto que reciclada, de instalaciones que realizó utilizando material de los sitios en los que se efectuaron.

El aspecto ecológico de su actitud es aquí, y en otras incursiones suyas, definitivo, pero no hay que olvidar El gran cono en Jerusalén, representado mediante una serie de grabados.

Felicidades al MAM, al director, a la curadora, a los museógrafos y más que nada a la propia Helen Escobedo.