Opinión
Ver día anteriorViernes 7 de mayo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Foro de la Cineteca

Excentricidades de una joven rubia

L

o que no confías a tu mujer ni a tu amigo, confíalo a un extraño. Este consejo aforístico del novelista Eca de Queiroz es el punto de partida de Excentricidades de una joven rubia, la narrativa fílmica más reciente del centenario cineasta lusitano Manoel de Oliveira. ¿Qué mejor relato cabe imaginar en estos casos que el de una confidencia amorosa?

En una cinta anterior suya, Bella todos los días, el septuagenario Michel Piccoli escogía a un extraño (el camarero de un bar que interpreta Ricardo Trêpa, nieto del cineasta) para contarle una vieja infatuación amorosa (que el espectador de Bella de día, de Buñuel, recuerda muy bien).

Ahora, en este nuevo cuento moral, el mismo joven actor hace a su vez una confidencia a una atenta interlocutora madura (Leonor Silveira). En lugar de la barra de un bar, el diálogo transcurre a bordo de un tren. Con una anécdota mínima (el desengaño sentimental del joven Macario, pretendiente de la enigmática Luisa), el cineasta lusitano consigue un relato redondo. Como en la literatura galante del siglo 18 francés, un hombre maduro, tío de Macario, hace todo lo posible por impedir que su sobrino cometa los errores en que él incurrió en su juventud, y lo previene sobre los peligros de la pasión amorosa. El joven se rebela, procura su independencia económica, hace fortuna en el extranjero. Ni el escepticismo del padre ni la temeridad romántica del hijo pueden cambiar el curso de las cosas: la educación sentimental de Macario será inevitablemente ruda. Oliveira elabora una vez más un fascinante retrato femenino.

Detrás de su apariencia angelical, Luisa (Catarina Wallenstein) es una bella dama inescrupulosa, emblema de esa sociedad mercantil portuguesa que reclama del ingenuo Macario sus primeros tributos. Y como el mundo de Oliveira dista de ser maniqueo, la singular joven rubia habrá también de pagar diezmos semejantes. Al cinismo triunfante de la sociedad actual, Oliveira responde a sus 101 años con una inflexible lucidez de artista.