Opinión
Ver día anteriorLunes 26 de abril de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Toros
¿La Fiesta en Paz?

Aguante y quietismo

A

dos toreros con enorme valor sereno delante de los pitones y una expresión incopiable, como lo fueron Manolo Martínez y David Silveti, les oí decir que el toro ideal para el toreo de arte era el utrero o animal de lidia con tres años de edad, ya que lo mismo podía hacer daño una vaca de tienta que un toro cinqueño.

Explicablemente estas figuras preferían la embestida suave del novillo bueno, más adecuada al esteticismo, que la acometida, problemática o clara, del toro con cuatro años cumplidos, capaz de transmitir o no sensación de peligro, haciendo más difícil el lucimiento ante los públicos toreristas como el de México.

Y bueno, si para cruzar un eje vial los peatones nos vemos obligados a medir la embestida de la manada que se arranca de largo a fin de no ponernos en el viaje de los enajenados conductores, hay que imaginar a lo que se expone un torero cuando sale al ruedo dispuesto a jugársela, no sólo a lucirse.

El que anda en la lumbre, se quema, solía decir el inolvidable subalterno Jesús El Güero Merino, en alusión a las figuras que son lastimadas frecuentemente. Si en Sevilla cayó herido por enésima vez el aguascalentense Arturo Macías, en Aguascalientes sufrió otra tremenda cornada el madrileño José Tomás. No se trata de toreros estilistas que condicionen su desempeño al toro propicio para el lucimiento, sino de diestros con un espíritu intemporal que anteponen la entrega al sentido práctico.

Desde luego hay diferencia entre un toro con el trapío y la aspereza del hierro portugués de Palha, como el que hirió a Macías, y la embestida generalmente suave de los toros de Santiago, de donde procedía el que casi le arranca la pierna y la vida a Tomás. Así, no sólo una vaca de tienta puede mandar a un torero al otro mundo; cualquier ser humano corre el riesgo de morir saliendo de la regadera o bajando un escalón y sin heroísmos deliberados de por medio.

El aguante o acto de esperar el torero a pie firme la embestida, es condición para ligar las suertes, pero el quietismo o quietud invariable del diestro ante cualquier embestida, sea franca o descompuesta, es privilegio de algunos, a partir de Carmelo Pérez y luego de Manolete. José Tomás y Arturo Macías, al margen de la organización taurina de su respectivo país, suelen anteponer el quietismo al mando. Por eso caen heridos con frecuencia, por eso siguen recordándonos que el arte del toreo es lo más opuesto a la mezquindad.