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Con escasez de recursos, mantiene la memoria del general en el sitio donde fue asesinado

Exiguo museo en la ex hacienda de San Juan Chinameca se aferra al recuerdo de Zapata

Las anécdotas de la Revolución ya no les interesan a los jóvenes, andan en otro mundo

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Aspecto de lo que fue la entrada a la hacienda de Chinameca, donde una estatua ecuestre rememora al general Emiliano ZapataFoto Cristina Rodríguez
Enviada
Periódico La Jornada
Viernes 19 de marzo de 2010, p. 18

Ayala, Mor., 18 de marzo. ¿Ve aquí? En este círculo se pueden contar 20 agujeros que dejaron las balas, y en toda la pared hay como 150, dice Andrés Trujillo, haciendo un semicírculo con el dedo índice al pie del monumento dorado de Emiliano Zapata montado sobre su caballo, colocado bajo los restos de un arco.

Este vendedor de 80 años de edad confirma que ese pedazo de pared en pie era la entrada de la ex hacienda de San Juan Chinameca, donde el 10 de abril de 1919 fue asesinado el general Zapata, calificado entonces por los hacendados y gobernantes como el Atila del Sur.

“La designación de Caudillo del Sur sobrevino después del asesinato de Zapata”, refiere Francisco Pineda Gómez, en su libro La Revolución del Sur 1912-1914. “Fue una transposición. Ocurrió durante el periodo de la institucionalización de la Revolución, que fue –precisamente– el arreglo entre caudillos. Se trata de una elaboración casi dorada, que logró encubrir la destrucción que se hacía luego del genocidio. Con estatuas e historias del caudillo, los pueblos y combatientes de la Revolución fueron expulsados de la memoria y se borró el exterminio. Tras el asesinato en Chinameca, el poder quiso convertir a Zapata en pieza de bronce y machete sin filo.”

Sonriente, don Andrés dice que llegó a los tres años de edad a Morelos y narra cómo su padre conoció al general Ceferino Ortega, a quien –afirma– apodaban El Mole y estaba medio sordo porque era el encargado de lanzar las bombas. Llegaba a la plaza; los niños y no tan niños escuchábamos sus historias, muchos no le creían y decían que estaba loco. Yo escuchaba y por eso sé que, en una de las batallas, se hizo general de golpe y porrazo. A mi familia le regaló un terreno que yo todavía conservo y cultivo, porque todavía tengo fuerzas.

Muchas de esas tierras repartidas por los zapatistas son ahora fraccionamientos, porque “la gente que tuvo mucho y no le costó tanto esfuerzo la vendió, pero los que alcanzamos poco la conservamos, aunque con mucho trabajo, porque la necesidad es muy dura, comenta Juana Aragón, responsable de la pequeña biblioteca ubicada en uno de los cuartos que quedan de la ex hacienda.

“Hemos perdido el espíritu del Jefe, quien repartía entre los demás lo que tenía. Ahora somos muy egoístas”, dice. De entre los libros colocados en frágiles estantes de madera pintada de color verde limón ubica el de Lucino Luna Domínguez: Anenecuilco, un pueblo con historia. Y menciona: “historia también es luchar por mejorar nuestros pueblos, conservar las tierras, buenos precios para las cosechas y no sólo sentarse a esperar a ver qué nos quiere dar el gobierno.

Cuando era niña, a la casa de mis padres, que fueron campesinos, a veces llegaban familias más pobres que nosotros y pedían algo para comer. En una ocasión tocaron y no estaba mi mamá, me pidieron algo y como yo veía que había muchos costales de maíz y frijol se me hizo fácil darles de eso. Cuando llegó mi mamá y se dio cuenta, se enojó, ya me iba a agarrar a reatazos cuando mi padre le preguntó por qué me iba a pegar. Al saber, él respondió que yo había hecho lo mismo que Zapata.

Son las historias que aún se tejen en torno al Jefe, como le dicen aquí los adultos. Se resisten a desaparecer, a ser borradas, al igual que los restos de la estructura de la ex hacienda de Chinameca y de lo que allí ocurrió hace 91 años.

Los cuartos de la parte frontal de la ex hacienda están ocupados por oficinas de seguridad municipal y pequeños comercios; en el interior están una escuela primaria, un jardín de niños, un campo de futbol y una oficina, ya cerrada, del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos. En lo que fue el casco de la hacienda no hay ningún letrero que indique que allí hay un museo.

La última renovación de la herrería de los ventanales se hizo en el gobierno de Adolfo López Mateos; son contados los que tienen vidrios. Los techos de la casa están semiderruidos, los pisos del segundo nivel, fracturados, y el piso de la planta baja se niveló con tezontle. En ella se exhiben reproducciones amarillentas de fotografías de los revolucionarios, de sus batallas, algunas de Zapata solo, una acompañado por su hermano y otra con Francisco Villa, algunas están cubiertas con plásticos viejos y rotos pegados con cinta adhesiva. Varios paneles de madera, que se nota fueron utilizados para exponer otras fotografías, están arrinconados y son utilizados para impedir el acceso al segundo nivel.

En tres vitrinas se exhiben reproducciones de las notas periodísticas relativas al asesinato de Zapata; una copia del Plan de Ayala; dos pistolas, y una máquina de escribir Remington de la época.

Mi abuelo, quien murió a los 106 años, me contó lo que sufrieron las familias porque iban de un lado a otro durante la Revolución, pero esas anécdotas no interesan a los jóvenes, andan en otro mundo. Tampoco hay interés de la gente de acá; los que tuvieron terrenos que les dejaron sus abuelos ya los vendieron, platica Arnoldo Galván, encargado del museo.

Menciona que en las primeras semanas del año, personal del gobierno morelense llegó a revisar el estado en que está el museo y comentaron que se remodelará. Yo no he recibido ninguna notificación por oficio; no sé qué vaya a pasar.

Alguna superficie del campo de las más de 19 haciendas en Morelos ocupadas por los zapatistas y repartido entre los labriegos, subsiste. Entre fraccionamientos y desarrollo urbano se ven todavía yuntas atadas a las mulas con campesinos dirigiéndolas para abrir los zurcos, para regar los retoños.

En medio del olvido gubernamental y de la presión de los fraccionadores, los ejidatarios poseedores de poca superficie siguen sembrando maíz y frijol, pues debido a los altos costos de producción y los bajos precios pagados por los intermediarios de las empresas, las siembras del arroz en la entidad prácticamente desaparecieron, de ellas sólo queda la marca Morelos.

Lejos, quizás sólo en el recuerdo de los viejos zapatistas, quedan ya los hechos y las anécdotas de la Revolución del Sur que encabezó el general Emiliano Zapata; aunque están cada vez más ominosamente cerca las condiciones materiales y subjetivas que dieron origen a la insurrección.