Opinión
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Melón

Mister Harmony

H

oy, a las 20 horas, se rendirá un merecido homenaje al maestro Mario Ruiz Armengol (17 de marzo de 1914–22 de diciembre de 2002) en el Centro Cultural y Social Veracruzano, Miguel Ángel de Quevedo 687, Coyoacán. Ojalá que usted pueda asistir porque le aseguro que gozará escuchando a Roberto Pérez Vázquez interpretando la música del maestro. También estarán Doris y Enrique Méndez.

Por si usted no lo sabía, Roberto Pérez Vázquez fue director de Los Violines de Villa Fontana, una agrupación que poseía clase y categoría a raudales, llenando las noches del feudo de don Ramón de Flórez en un México que por desgracia ya se fue y dudo que regrese. ¡Qué pena!

La primera vez que vi a Mario Ruiz Armengol dirigiendo una enorme orquesta fue en un aniversario del Sindicato Único de Trabajadores de la Música en el cine Metropólitan, en una obra con música veracruzana. Por supuesto el arreglo fue suyo; huelga decir que lo vistió de musicalidad y belleza.

Éste, su asere, quedó impresionado y obligado a convertirse en su admirador instantáneo. Por aquel entonces empezaba mi trayectoria sonera y no pasaba por mi mente que algún día pudiera colaborar de alguna forma con ese genio que fue llamado Mister Harmony por connotados músicos estadunidenses.

Pasados algunos años tuve el honor de que el maestro fuera el que firmara la aprobación sin examinarme para poder ingresar al Sindicato de Músicos. Más tarde hubo una grabación con Miguelito Valdés que me permitió ser testigo del oído musical fuera de serie de esa gloria de México.

El estudio estaba ocupado a toda su capacidad por los mejores músicos de esa época. Había cuerdas, maderas, metales, en fin, de todos colores y sabores. Don Mario dirigía desde un pódium. El número era un merengue venezolano, nada parecido al dominicano, después de sólo cuatro compases paró la ejecución y se dirigió a uno de los violinistas para reclamarle que estaba tocando una nota de forma errónea. El violinista le respondió: en efecto, estoy tocando esa nota, pero la tengo escrita. El maestro bajó del pódium diciendo debe ser error del copista y llegó hasta el atril del músico y le dijo: efectivamente, es error del copista. Por favor, cámbiala. Al regresar la ovación era unánime. Por algo algunos le llamaban El sordo.

Éste, su enkobio, acostumbraba ir a un café situado en Ayuntamiento y Luis Moya para reunirse con algunos compañeros, aprovechar la presencia de Mario Ruiz Armengol y escucharle hablar de sus experiencias en Cuba. Dicho sea de paso, fue un enamorado de la música cubana. Escribió y por fortuna dejó entre su herencia musical danzas cubanas de una belleza en grado superlativo, dignas de reconocimiento.

Pero, déjeme, monina, contarle otra de su oído increíble. A ese café pasaba a vender periódicos un señor que tenía amarrada a su cintura una campanita diminuta con la que hacía notar su presencia y el maestro nos decía, allá vienen las noticias. Hago notar que el señor de la campanita venía corriendo desde Bucareli por Ayuntamiento, y comprobamos algunos asiduos que El sordo la escuchaba por lo menos desde Enrico Martínez.

Hay grabaciones donde el maestro dejó muestras de su imaginación, ideas y talento, lo mismo con grupos pequeños que con orquestas monumentales. Recuerdo un número que él calificó de música descriptiva. Se trata de El jibarito, de Rafael Hernández, interpretado por Miguelito Valdés. Sin duda estaba en lo justo.

La cercanía que tuvo a bien concederme Mario Ruiz Armengol sirvió para poder grabar con él haciendo coros, tocando el güiro y las maracas. Además, me digirió en muchísimas ocasiones. Llega a mi memoria Niebla del riachuelo, ya que al final del número dejó un efecto que describe al viento. Debo hacer notar que tenerlo de director artístico era una delicia. Cada vez que un número quedaba a su gusto nos escondíamos detrás de un biombo para rumbear a gusto, ya que era un excelente ejecutante de quinto, también bebernos un trago de ron al que llamaba bistek con papas, y compartir en el Casbah escuchándolo tocar el piano.

Por cierto, hay una grabación de él llamada Rumba en el Casbah con un jícamo increíble, como increíble fue el maestro.

Por otra parte, permítame, asere, monina, bonkó, nagüeriero, agradecer a los señores Hernando Albericci, Israel A. Sánchez-Coll y Freddy Salsa, este último de Santa Martha, Colombia, el acordarse de mí; ha sido una grata sorpresa. ¡Vale!