Opinión
Ver día anteriorJueves 18 de marzo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Los nenes con los nenes o la falsedad de la tiplología de los sexos
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ecuerdan ustedes una canción muy popular allá en los inicios de los años 80, cantada por Chico Che y su grupo La Crisis que se llamaba Los nenes con los nenes y cuyo estribillo decía: Los nenes con los nenes, las nenas con las nenas. Quién no la recuerde o nunca la haya escuchado no se pierde absolutamente de nada. La menciono en una asociación libre de ideas, porque me trae a la mente una reflexión acerca de la extendida costumbre de dividir a los seres humanos en dos sexos fundamentales, perfectamente definidos, tanto en lo anatómico como en lo fisiológico y lo conductual: nenes y nenas; hombres y mujeres, pues.

Los hombres, se especifica, sienten, de manera natural, atracción por las mujeres y viceversa. La transgresión de ese principio daría pie a una práctica sexual anormal: la homosexual (y lésbica). Pero tanto la homosexualidad como la heterosexualidad, resultarían ser, también, formas de ejercicio de la sexualidad perfectamente delimitadas y definidas, puesto que se ejercen siempre por individuos pertenecientes a un sexo o al otro. Puntos intermedios no se conciben dentro de este esquema. Tampoco transiciones o cambios de una práctica a la otra a lo largo de la vida de una persona. Se es, hombre o mujer. Se es homosexual o heterosexual.

Estados fijos para tipos definidos.

¿Qué, no es esto obvio?

No, no lo es. Se trata de una ideología (una falsa conciencia) que parte de la idea equivocada de que la vida sexual, amorosa y sentimental es una consecuencia directa de la posesión de ciertas células sexuales y los aparatos genitales que las albergan y que los comportamientos humanos han de ser interpretados en función de esa determinación biológica. Incontables son las expresiones, desde la ciencia incluso, que reivindican esta visión.

Pero insisto, esto no es así. Ni siquiera desde el plano anatómico-fisiológico se puede constatar la existencia constante y delimitada de estos dos tipos: hombre y mujer. Entre esas dos categorías ideales y el hemafroditismo estricto existen numerosos puntos intermedios que violan esta concepción, pero más importante que esto es que los seres humanos, en sus versátiles relaciones sociales, no reflejan esta forma tipológica de existir y conducir sus vidas.

Al encontrarse en el campo de la relación humana a todos los niveles, la existencia misma de hombres y mujeres, de homo y heterosexuales sufre un serio revés. No es posible definir rígidamente quién es hombre y quién es mujer ni una única orientación sexual para cada individuo. Ya Alfred Kisney concluyó hace más de 60 años que no existen los estados homo o heterosexuales, lo que hay son prácticas de uno u otro tipo.

Pero la imposición de estos tipos sexuales da lugar a una pléyade de fetichismos. Por un lado, objetos que parecen dotados de misteriosas propiedades intrínsecas que los conducen a ser consumidos naturalmente, bien por los hombres o bien por las mujeres: prendas de vestir, juguetes infantiles, adornos en las habitaciones o en los cuerpos, peinados, etcétera. Por otro lado, instintos, gestos, hábitos, aficiones, juegos, modos de entonar la voz o de caminar, todos considerados los propios de uno o del otro sexo.

Los criterios hegemónicos de hombre y mujer son construidos y mantenidos dentro de este entramado de relaciones fetichizadas. Se construyen en función del fomento a este tipo de determinismos, que no son sino formas de control de los cuerpos para la reproducción de roles que las clases dominantes asignan, es decir no se trata de propiedades biológicamente asignadas ni de anormalidades físicas, sino de construcciones sociales de los cuerpos.

La medicina, la biología y la sicología han aplicado este pensamiento tipológico a los estudios sobre sexualidad y han ayudado a reforzar la legitimación de las formas de sexualidad propias del patriarcado, considerando siempre las relaciones no heterosexuales como anormalidad igualmente bien definida.

Sin embargo, toda esta concepción rígida de la sexualidad humana comienza a desmoronarse. Intelectuales como Anne Fausto-Sterling, Kate Millet, Monique Wittig o Beatriz Preciado (y desde luego Simone de Beauvoir y Kinsey), en consonancia con el feminismo radical y el movimiento LGBTTTI han comenzado a atacar frontalmente esta errónea concepción del mundo, basada en la pétrea dualidad hombre-mujer y la no menos acartonada de heterosexual-homosexual, como estados fijos y a defender radicalmente una idea universalizadora y libertaria de cada ser humano en sus relaciones con los demás.

¿Y qué tal si, a la luz de lo anterior, eliminamos las preocupaciones sobre el matrimonio gay y el matrimonio heterosexual y que se case quien quiera con quien o con quienes quieran si es que quieren y si no, no?