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La gran manzana se viste de verde para el tradicional desfile del Día de San Patricio

Los irlandeses fueron ayer lo que hoy son los mexicanos en NY: los inmigrantes denigrados
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La comunidad lésbica-gay de Nueva York protestó ayer por su exclusión del desfile del Día de San Patricio que se desarrolló ayer en la ciudad estadunidenseFoto Reuters
Corresponsal
Periódico La Jornada
Jueves 18 de marzo de 2010, p. 27

Nueva York, 17 de marzo. Nueva York se vistió hoy de verde.

Es Día de San Patricio y el Empire State está bañado en luz verde, mientras que en las calles hay pelo verde, corbatas verdes, camisetas, gorros, caras, casi todo y todos –afroestadunidenses, latinos, italianos, judíos... o sea, no sólo irlandeses– de verde. Este miércoles Nueva York es irlandés, celebra la migración esmeralda que hoy se mezcla con la mexicana, la china, y la de decenas de países más del planeta, en una ciudad donde se dice que se hablan unos 200 idiomas.

Algunos señalan que los irlandeses fueron ayer lo que los mexicanos son hoy en esta ciudad.

El desfile de San Patricio más grande y antiguo del mundo (esta es su 249 edición) avanzó por la Quinta Avenida, donde contingentes de sindicalistas, bomberos, estudiantes, soldados, bailarines, músicos, maestros, asociaciones irlandesas, inmigrantes nuevos y viejos, futbolistas y más, pasaron al compás de tambores, gaitas y flautas acompañados de personalidades (el jefe de la policía Raymond Kelly fue el mariscal) para pasar frente a la gran catedral de Nueva York que se llama, naturalmente, San Patricio.

Pero no siempre fueron celebrados oficialmente, sino, como toda experiencia migratoria aquí, fueron sujetos a la discriminación, humillación y explotación desde que llegaron en masa a mediados del siglo XIX, refugiados del hambre en Irlanda. Frente a esto, encabezaron grandes movimientos por la igualdad, los derechos civiles y laborales, y por la justicia social no sólo para ellos, sino para todos.

Una lucha que cambió el perfil de la ciudad

Sus luchas, en conjunto con otros inmigrantes, cambiaron el perfil de esta ciudad. Hoy día sería imposible contar Nueva York sin los irlandeses. Lo mismo pasará mañana al agregarse al cuento colectivo las nuevas corrientes de inmigrantes que resucitan cotidianamente a esta ciudad. Por ello, tal vez no fue tan sorprendente que los lectores del New York Times se encontraron esta mañana con un editorial cuyo título fue: San Patricio. Pero sí sorprendió que el título fuera en español y que el rotativo marcara el día de los irlandeses con referencia a los mexicanos.

En este día de todos los días del calendario irlando-americano, cuando se infla el orgullo étnico, hagamos un brindis: a los irlandeses, y a todos los demás. Que nunca se nos olvide de dónde provenimos. Casi todos fuimos alguna vez mexicanos. Eso es: (fuimos) los nuevos inmigrantes, pobres y denigrados, impulsados por esperanza y hambre al espinoso abrazo de Estados Unidos, escribió el Times.

El rotativo dice que lo que provocó esta ponderación fue el nuevo disco San Patricio de la legendaria banda irlandesa The Chieftains, junto con Ry Cooder, que conmemora la historia del Batallón de San Patricio en la guerra contra México (el disco y su evolución fue reseñado ayer en La Jornada).

La celebración oficial suele olvidar a algunos, como la gran rebelde Elizabeth Gurley Flynn, líder laboral anarcosindicalista, una de las fundadoras de la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU), feminista, y después dirigente del Partido Comunista, además de cientos de luchadores ahora olvidados, entre ellos Blackie Myers, organizador de estibadores en este puerto, que batallaron por la dignidad de todos los trabajadores.

En cambio, sí se recuerda a los alcaldes, gobernadores y legisladores de ascendencia irlandesa, así como algunos famosos gangsters, y empresarios de gran éxito, entre otros famosos.

Fueron los herederos de la gran cultura literaria irlandesa: George Bernard Shaw, James Joyce y Oscar Wilde, que la importaron y contribuyeron a convertir a esta ciudad en una capital cultural. Entre los artistas irlando-estadunidenses de esta ciudad se encuentran el gran dramaturgo Eugene O’Neill, y actores como James Cagney y Jennifer Connelly, escritores como Frank McCourt, y los maestros del periodismo Jimmy Breslin y Pete Hamill (también novelista).

Hamill, en sus libros sobre la vida de esta ciudad, cuenta, como hijo de irlandeses, sobre el mosaico de diásporas migrantes que transforman Nueva York, hoy vestida de los colores de la tierra de sus padres. Hamill, una de las figuras más reconocidas del periodismo aquí, escribió hace unos años en La Jornada sobre los mexicanos y su creciente presencia en esta ciudad:

“Todos deberíamos recordar… que la gente que nos trajo aquí –nosotros que somos los hijos de otras vastas migraciones, irlandeses, judíos, italianos–, esa gente formidable, no era diferente de estos mexicanos jóvenes. Creían en la familia. En la dignidad. En el trabajo. No vislumbraron carreras para ellos mismos, sino que sacrificaron sus vidas por sus hijos, trabajando en los peores empleos, ganando los peores salarios. Y sí: soñaron con sus tierras de origen. Sí: cantaron sus viejas canciones. Y jamás fue fácil.

“Recuerdo claramente una noche bochornosa de agosto cuando tenía 12 años, escuché llorar a mi padre en la oscuridad de nuestro departamento en Brooklyn.

“Él era un inmigrante de Irlanda, con una educación de segundo de secundaria. Su madre firmó su acta de nacimiento con una X. A los 23 años perdió una pierna jugando futbol en las ligas de los inmigrantes aquí en Nueva York, o sea, jugando el juego de su tierra. Pero esa noche de agosto no lloraba por eso, y ciertamente no estaba lleno de autocompasión. El dolor en el muñón de su pierna era insoportable. En la fábrica donde trabajaba, parado sobre un piso de cemento cada día, no había aire acondicionado. Y la piel de su muñón –lo que quedaba de la pierna de oro del jugador de futbol– estaba despellejada, ampollada y le dolía. Mi madre le trajo hielo, lo consoló y le dijo: ‘Está bien, Billy, está bien’. Hasta que se durmió de nuevo. Al día siguiente, se fue al trabajo.

“Lo recordé cuando fui a México y vi a tanta gente trabajando tan duro y reconocí en ellos la vida de mi propio padre. Y ahora sé que esta noche, en algún lugar, un padre mexicano llorará involuntariamente en la oscuridad mientras uno de sus hijos escucha. Llorará en algún pueblo de maquiladoras cerca de la frontera. Llorará en Guanajuato o Veracruz, Los Ángeles, Queens o Chicago. Y se levantará en la mañana e irá al trabajo. Y el niño o la niña que escuchó su llanto jurará honrar ese dolor. Honrarlo durante todos los días de su vida.

“Por eso creo tan firmemente que honramos a los nuestros cuando honramos a los nuevos. (…) debemos poder decirle a cada mexicano pobre que llega a este país: gracias por venir. Gracias por recordarnos quiénes somos. La historia de nuestros padres y abuelos nos dice: el dolor pasará. Y cuando algo del dolor actual pase, aquí y en México, sé lo que sucederá. Lo sé como sé que el sol volverá mañana. Alguien sacará una guitarra y todos cantaremos. Juntos”.