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Agustín Lazo: surrealismo
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ndré Breton llegó a México con su mujer en abril de 1938. Antes de su arribo, Agustín Lazo publicó en Cuadernos de arte núm 2, ediciones de la Universidad, una Reseña sobre las actividades sobrerrealistas, que entonces fue el principal, pero no el único ensayo realizado por un mexicano sobre el movimiento. Tradujo el término literalmente al español y otros colegas suyos así lo hacían, aunque no Luis Cardoza y Aragón , quien participó en las filas surrealistas.

Luis Mario Schneider sugiere que Agustín Lazo contaba con antecedentes sobre la visita de Breton y que eso lo motivó a ofrecer un avance, no sólo porque era ducho en la escritura, además del dominio que tenía del francés, sino igualmente porque su vena como pintor no le implicaba tanta entrega –pese a sus indudables logros– como sucedió con Alfonso Michel.

La valía del escrito estriba en que pone énfasis en las incursiones pictóricas de los surrealistas, inspirado seguramente en la admiración que le profesaba a Giorgio de Chirico, algunos de cuyos escritos tradujo posteriormente.

En enero de 1940 la exposición surrealista en la Galería de Arte Mexicano, que tanto revuelo causó, si bien fue momentáneo, incluye a Lazo en la sección surrealista mexicana, junto con Carlos Mérida, César Moro (co-organizador de la exposición) y José Moreno Villa, aunque ninguno de los tres era mexicano. En esa misma sección participaron Manuel Álvarez Bravo, Manuel Rodríguez Lozano, Guillermo Meza, Antonio Ruiz, El Corzo, y Xavier Villaurrtia como dibujante. Éste colaboró con Lazo un par de años después en la traducción al español de la Aurelia, de Gerard de Nerval.

Resalto ahora todo esto porque da la impresión que el artista nunca estuvo muy persuadido de la importancia o vocación unívoca como pintor, era un intelectual y también un promotor cultural, lo que de ningún modo disminuye la valía de sus obras plásticas, que alcanzan excelencia dentro del rico contexto en el que se produjeron, palpable al recorrer el ámbito de la colección Blaisten en el Centro Cultural Tlaltelolco de la Universidad Nacional Autónoma de México exhibido en forma permanente salvo que algunas piezas que se encuentran en préstamo son sustituidas por otras de la misma colección. Hasta finales de abril, esa visita desemboca en la la muestra de Agustín Lazo subtitulada Las cenizas quedan. Incluye obras que proceden de muchas instancias, nacionales y del extranjero, además de las piezas de acervo.

Llama la atención al inicio el ceñudo Niño de la pelota (1925), pintura probablemente realizada en París e influida de ciertos rasgos picassianos en aquella modalidad del malagueño que exagera la robustez y tamaño de piernas, pies y manos. La pieza pertenece a la Galería de Arte Mexicano y –al igual que otras obras, algunas presentes y unas más cuyo paradero es desconocido– hacen pensar en reminiscencias infantiles del artista, marcadas a mi parecer por intensas evocaciones melancólicas. La pintura de 1943: La pistola (acervo Blaisten) provoca extrañeza. Una cabeza cristológica de mármol ha recibido un balazo en la frente, pero ha sido convertida en tiesto de donde emergen geranios y junto a la pistola hay un vaso de agua alusivo a Muerte sin fin, de José Gorostiza. El asociar está entre las tendencias más detectables en Lazo.

La modalidad empleada en Niño con pelota es muy distinta de la que priva en Interior con piano que le es casi contemporánea. En esta conocida pintura dos señoritas en contrapunto flanquean el piano colocado en un escenario con resabios cubistoides, que tal vez rememoran la amistad que Lazo mantuvo con Max Jacob, judío convertido al catolicismo cuyas participaciones literarias en el cubismo, dadaísmo y surrealismo se integran al círculo de Apollinaire, Picasso, Bracque, Juan Gris y otros. Jacob murió en 1944, en un campo de concentración.

Las incursiones más directas de Lazo en el surrealismo quizá están en los collages y en las interesantísimas acuarelas achuradas con tinta, entre las que destaca por su finura y manejo lumínico Entrada al misterio, de la colección Monsiváis.

Entre los dibujos de 1935 el titulado Tras de la cruz está el diablo sugiere ideaciones angustiosas en intentos de transcripción onírica. A la vez el humor permea no pocas obras, como sucede en Descanso dominical, alusivo al Caballito, que se ha desprendido de su carga borbónica, ya que el jinete aparece derribado de su montura sin por ello dejar de ser la estatua de Carlos IV.

Entre los retratos y figuras a lápiz que se exhiben, resaltan los de Luis Cardoza y Aragón, cuya amistad con varios de los contemporáneos es proverbial.