Opinión
Ver día anteriorLunes 1º de marzo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¡Salvad el pellejo!
E

n la más reciente aparición de Carlos Salinas, en la conferencia sobre la Privatización de la banca, crisis y rescate del sistema financiero, organizada por el Centro de Estudios Espinosa Yglesias la semana pasada, defendió a capa y espada sus decisiones económicas, políticas e ideológicas, especialmente en torno a la privatización de la banca iniciada en mayo de 1990.

Al mismo tiempo cargó de nuevo las culpas del desenlace de esas medidas en Ernesto Zedillo: la dura crisis de fines de 1994, la venta de los grandes bancos a empresas extranjeras, el nuevo costo del rescate y hasta el compromiso de la soberanía ante las exigencias del Tesoro de Estados Unidos, o sea, traición. El pleito entre los dos es fuerte y duradero, pues hay muchas cosas de por medio.

Salinas está anclado en esa disputa. Expone asuntos relevantes de la política financiera del país que tienen que ver con la estructura actual del sistema bancario y su disfuncionalidad para esta economía, así como la forma en que se precipitó y manejó la crisis de hace ya 15 años.

Las acusaciones contra Zedillo son muy graves en materia política, de gestión económica y del enorme costo para la nación del Fobaproa y el IPAB y que aun no se acaba. Zedillo ni se inmuta, y fue y sigue bien premiado en el exterior. Ironía: ni ve, ni oye.

Y aunque no son nuevas esas acusaciones, para los ciudadanos sólo exhiben, otra vez, la impunidad reinante. No pasa nada aunque se digan tan graves cosas públicamente, como otras que se han revelado en años recientes. Nadie mueve un dedo porque todos se ven el espejo con jactancia y, tal vez, quién sabe, con alguna vergüenza.

El ancla de Salinas le impide ofrecer hoy nada relevante para el México que él y Zedillo contribuyeron decisivamente a forjar: un país que crece poco y con crisis recurrentes, muy dependiente de Estados Unidos, con baja productividad y que pierde capacidad de competencia, políticamente desmoronado, cada vez más inseguro y, sobre todo, muy desigual y pobre. Por eso es hasta deplorable presenciar esta lucha de vanidades.

Y vaya que vanidades hay entre los que participaron en esos hechos asociados con la privatización y extranjerización de los bancos. El objetivo del Centro Espinosa Yglesias era, según explica, entablar un debate en un marco de respeto, pero el asunto no se puede circunscribir a los que ahí se presentaron. El respeto es para la gente de fuera y que sigue siendo irrelevante para los ahí convocados; la reconciliación que importa no es entre ellos y no nos pueden ofrecer nada, esa es la verdad.

Ahí se presentaron muchos personajes, algunos de ellos son clave del fiasco de la privatización, del primer rescate de los bancos, del segundo rescate y la extranjerización –vaya ciclo de responsabilidades–, y sin rendición de cuenta alguna. Véase nada más la lista de participantes en el encuentro.

Pronto deberá estar listo un documento que deje constancia de la defensa que cada uno intentó de sí mismo. Algunos ni siquiera se presentaron, otros, con cautela, mandaron sus ponencias pero sin ponerse. Sin duda habrá algunos que tengan argumentos útiles que ofrecer; esos serán claramente identificables.

La historia que ofrecen esos personajes, sea en esa reunión o fuera, se disfraza esencialmente de cuestiones técnicas pero que en el fondo no son más que asuntos políticos y no podía ser de otra manera. Ninguno sale airoso de la experiencia que protagonizaron, al contrario.

Pero a todos les ha ido muy bien luego de tanta manipulación de los asuntos públicos y los arreglos privados. Véase sólo el caso de Zedillo como una muestra, no única por cierto: primero consejero en una empresa de ferrocarriles y ahora en Citigroup, ambas compradoras de activos mexicanos en su gobierno. Tampoco tiene nada que ofrecernos aunque en la Universidad de Yale lo crean experto en globalización. En efecto, ceder la mayor parte del mercado financiero, incluyendo el sistema de pagos, a empresas extranjeras es muy mala política; haber provocado el enorme costo del rescate bancario no es un error, sino un acto fraguado conscientemente en medio de un entramado de intereses turbios.

En la presentación de Salinas no hubo siquiera un dejo de autocrítica en cuanto a sus propias decisiones que fueron generando el marco en el que pudo suceder lo que él mismo exhibe y condena. Y vaya si hay mucho que analizar y corregir al respecto.

La historia puede reconstruirse, los personajes que la fraguaron no son los únicos que la pueden contar, menos todavía, interpretarla. Ahí están los negocios, las prebendas y los enormes márgenes de discrecionalidad de las autoridades responsables, es decir, Hacienda, Banco de México y la Comisión Nacional Bancaria y de Valores; ahí están los legisladores que en su turno aprobaron las leyes que consolidaron la privatización y la venta de los bancos al extranjero, y que aprobaron las acciones del Fobaproa y el IPAB. Ahí está la Suprema Corte de Justicia, sus decisiones en los momentos cruciales.

El material para hacer esta historia no hay que desenterrarlo como si fuesen ruinas aztecas debajo de la ciudad. Pero como en una novela de Stevenson o de Salgari, lo único que se escucha es el grito de: ¡Salvad el pellejo!