Opinión
Ver día anteriorViernes 26 de febrero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La vida no es noble ni sagrada
“¡E

s el tedio! Anegado de un llanto involuntario,/ Imagina cadalsos, mientras fuma su yerba./ Lector tú bien conoces el delicado monstruo,/ –¡Hipócrita lector –mi prójimo–, mi hermano”, es el final de la cruda dedicatoria que hace Baudelaire al lector en su libro Las flores del mal.

Ante el patético panorama que nos acecha, el horror nos deja perplejos y las escenas que desfilan ante nuestros ojos nos muestran una horrenda cotidianidad que nos desborda, en tanto la realidad se torna incomprensible e inasimilable.

Resuenan en la mente los versos de Rimbaud: ‘Corazón mío, ¿qué nos importan las capas de sangre/ y de brasa, y los mil crímenes, y los interminables gritos/ de rabia, esos llantos de cualquier infierno que derriban/ cualquier orden, y el Aquilón gimiendo aún sobre las ruinas, / y venganza alguna? ¡Nadal! (...)”

El mal y la destrucción nos muestran en estos aciagos días, las dos caras de una misma moneda; y entonces resurge en nuestra memoria la palabra de los poetas, de los poetas malditos que sin concesiones y con un talento excepcional mostraron sin ambages el dolor, la desesperación, el vacío y la extrema desesperanza que cohabitan con el mal en las profundidades del alma.

Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Artaud, Allan Poe, Dylan Thomas, Maiakowski y Apollinaire son la clara representación, como dice Francisco Umbral, de un ser desarraigado, un desclasado, un ser que sufre complejo de autodestrucción y que hace de esa autodestrucción su obra de arte (...) una fuerza centrípeta de destrucción y con respecto a la sociedad una fuerza disolvente. Estos marginados viven entre el límite de la cordura y la irracionalidad, viviendo sin vivir, inmersos en un mundo de visiones, encarnando sin hipocresía el fatalismo de la tragedia humana, la lucha entre la vida y la muerte, el bien y el mal, la luz y la sombra.

Ante la grotesca realidad pareciera que los hombres hemos olvidado preguntarnos acerca del mal, de sus raíces, de nuestra propia capacidad de destrucción y de la parte negra que a todos nos habita.

No podemos ni debemos acostumbrarnos a aceptar vivir en el salvajismo, la crueldad y la irracionalidad. Algo tenemos que hacer para ir al rescate de la parte luminosa de la naturaleza humana para no tener que aseverar, como García Lorca, que la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.