Opinión
Ver día anteriorJueves 21 de enero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Haití no puede esperar

Laberintos de la burocracia

A

penas en junio de 2009 el gobierno de Haití festejaba la condonación de mil 200 millones de dólares en el saldo de su deuda externa, producto de la Iniciativa de Alivio de la Deuda Multilateral, un mecanismo financiero que, de una vez y para siempre, borró dos terceras partes de dicho débito. Por su parte, los organismos promotores de tal acción celebraban la oportunidad histórica para un nuevo comienzo, dado que podrán dedicar más recursos al combate contra la pobreza.

Pues bien, la pobreza se mantuvo al alza y poco más de seis meses después de aquella histórica oportunidad, el monto condonado apenas serviría para financiar poco más de 10 por ciento de lo que tentativamente se ha estimado costaría (10 mil millones de dólares) la reconstrucción de la nación caribeña tras el terremoto del pasado 12 de enero, sin considerar los daños adicionales causados por la severa réplica sísmica registrada ayer.

El citado mecanismo, promovido y financiado por el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Fondo Monetario Internacional, aprobó la reducción de aproximadamente dos terceras partes de la deuda externa haitiana luego de varios años de supervisión, aunque lo hizo, obvio es, no de forma gratuita. El gobierno haitiano debió comprometerse a utilizar el manual de los citados organismos (supuestamente) multilaterales (el mismo que puntual y exitosamente han aplicado los últimos cinco inquilinos de Los Pinos, con los resultados por todos conocidos y padecidos), con especial atención a las reformas macroeconómicas y sus costosas consecuencias sociales.

Haití recibe mucho más por remesas de sus connacionales en el exterior, que en ayuda internacional comprometida para la reconstrucción. El monto de las primeras (2008) superan los mil 800 millones de dólares; la segunda se resume con la oferta que ayer hizo, en nombre del organismo a su cargo, el sensibilizado director gerente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn: 100 millones de dólares (en fondos de emergencia).

De cualquier suerte, Strauss-Kahn fue más allá y propuso una especie de plan Marshall para la reconstrucción de Haití, es decir, una versión caribeña del programa que con ese nombre aplicó el gobierno estadunidense en la Europa buena un trienio después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, sólo que en ese entonces (1948-1951) destinó alrededor de 20 mil millones de dólares (de aquellos), canalizados a la reconstrucción de las naciones europeas del lado correcto (donde sentó sus reales) y, por ende, al combate del comunismo. Por cierto, de la generosa cuan incondicional ayuda otorgada por el Tío Sam, alrededor de 70 por ciento quedó en manos británicas, francesas, alemanas (del lado bueno) e italianas, en ese orden; el resto se distribuyó entre unos 12 países de la región, ninguno del naciente bloque socialista.

De acuerdo con la versión del director gerente del FMI, esa suerte de plan Marshall se basa en mi creencia de que Haití ha sido muy afectado por diferentes cosas, como la crisis de la comida y los precios del combustible, luego el huracán, luego el terremoto; necesita alguna ayuda grande para hacer frente a la reconstrucción del país. Si bien ahora la urgencia es salvar vidas, la prioridad en algunas semanas será la reconstrucción, y por ello el FMI podría desembolsar fondos rápidamente (los citados 100 millones de dólares, o si se prefiere el uno por ciento del costo estimado de tal reconstrucción), con el fin de que el gobierno isleño pueda apoyar las actividades de financiar las importaciones esenciales y urgentes. Además, trabajamos para tratar de borrar toda la deuda de aquella nación.

Pues bien, si la idea es el plan Marshall original, hay que recordar que su puesta en marcha tardó tres años, periodo en el que los europeos devastados por la guerra debieron ser infinitamente creativos para sobrevivir y rehabilitar sus países, por mucho que fluyera la desinteresada ayuda humanitaria de Estados Unidos. En el caso de Haití, esperar un trienio sería condenar a muerte a los haitianos que libraron el terremoto. De eso, sin embargo, no entiende la burocracia de los organismos internacionales.

Por ejemplo, días atrás el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, Luis Alberto Moreno, destacó la urgencia de incrementar el apoyo financiero para Haití, y por lo mismo anunció que convocará a la asamblea de gobernadores del organismo (léase echará a andar a la burocracia) para que analice, medite y decida sobre la posibilidad de asignar recursos frescos a la nación devastada. Por lo pronto, según explicó, el BID tiene previsto aprobar este año (faltan 11 meses y diez días para que concluya) 128 millones de dólares en nuevas donaciones. Además, la propia asamblea podría considerar la conveniencia de ampliar el alivio de deuda otorgado a Haití el año pasado, cuando el banco condonó 511 millones en antiguos préstamos; en la actualidad la deuda pendiente asciende a 441 millones de dólares, y 6 millones en moneda local por operaciones que financian proyectos en sectores clave como transporte, agua y saneamiento, electricidad y agricultura.

Para dar una idea de qué se trata, el BID se auto promueve como el mayor donante multilateral en Haití (antes del terremoto): ese año los desembolsos se aproximaron a sólo 130 millones, más del doble de los niveles alcanzados en 2005 y 2006. Ese es el problema: en el laberinto de la espesa burocracia de los organismos internacionales, en condominio con no pocos gobiernos, las urgencias se diluyen entre los podríamos, estudiaríamos, convocaríamos, plantearíamos, aportaríamos y conexos prometidos, cuando la supervivencia de millones de haitianos depende, precisamente, de la inmediata respuesta. Suponer que el problema concluye con la reconstrucción del país sólo cabe en mentes de escritorio, como las citadas.

Las rebanadas del pastel

Mientras los mexicanos ya no sienten lo duro, sino lo tupido y se mantienen con el agua hasta el cuello; mientras el país va al garete, la eficiente y creativa clase gobernante se dedica, descarada y ferozmente, al juego de la sucesión presidencial, y el inquilino de Los Pinos a los pastelazos. No da para más, ni tiene tiempo para otra cosa: prioridades son prioridades.