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Plantean conformar grupos barriales para que la distribución de ayuda sea más segura

Desconcentrar Puerto Príncipe, directriz para volver al orden

Hombres armados del crimen organizado infiltran alguunos campamentos de damnificados

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Saqueadores ayer en una tienda de víveres en Puerto PríncipeFoto Reuters
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Las peleas entre saqueadores de bienes tomados de tiendas destruidas continuaron ayer en Puerto Príncipe. Miles de soldados estadunidenses ayudarán a la misión de paz de Naciones Unidas para mantener el orden en las calles cada vez más violentas, mientras decenas de miles de sobrevivientes esperan ayuda con desesperaciónFoto Reuters
Enviada
Periódico La Jornada
Martes 19 de enero de 2010, p. 17

Puerto Príncipe, 18 de enero. Toneladas incuantificables de ayuda de todo tipo se apilan en pistas y bodegas del aeropuerto haitiano. Cientos, miles de hambrientos se agolpan, cada minuto más ansiosos, a las puertas y bardas de la terminal aérea. Un creciente ánimo de frustración se acumula en plazas, baldíos y aceras a todo lo largo y ancho de la capital, desde las misérrimas ciudades perdidas hasta los altos de las colinas de las clases medias y acomodadas.

Ahí bulle la vida de millones de damnificados, gente que se quedó la tarde del martes 12 de enero sin un techo que los cobije. Sin nada más que el potente impulso de seguir vivo.

Un compacto grupo del llamado gabinete de crisis del gobierno de René Préval advierte a los representantes de las agencias internacionales y las diversas misiones extranjeras sobre la segunda y explosiva crisis que se aproxima en caso de que las instituciones no logren, de inmediato, ordenar la descoordinada forma de gestionar una de las mayores oleadas de solidaridad mundial jamás vista. No vayamos a sumar al enorme desastre del terremoto uno más, el del fracaso de la ayuda internacional, expresa con severidad el viceministro de Asuntos Sociales y del Trabajo, Michel Chancy.  Todos –embajadores y altos funcionarios de las agencias humanitarias gubernamentales y no gubernamentales– toman nota de las palabras del funcionario.

Reunión fructífera

Es una reunión, no la primera pero sí la más fructífera, según dicen, desde que ocurrió la catástrofe. Transcurre bajo los árboles del patio de la sede de la policía judicial haitiana que es habilitada como sede del gobierno, en completa austeridad. No dura mucho, es operativa. El presidente no asiste. Oficialmente no hay explicación de su inasistencia. El mutismo del mandatario se va haciendo costumbre. Extraoficialmente la ministra de Cultura y Comunicación confirma que Préval salió del país para asistir a la vecina República Dominicana a un encuentro con altos personeros de la Unión Europea.

En su ausencia, se proponen varias directrices bajo las cuales se debe reaccionar en forma inmediata. Una es echar a andar, de una vez por todas, las estrategias para la distribución segura de agua y alimentos ahí donde las urgencias son mayores y punzantes. Otra, propiciar y apoyar la organización de grupos locales, barriales y civiles para que la distribución segura funcione. Éstas son cuestiones de vida o muerte.

Una tercera línea es apresurar la vuelta a la normalidad. Esto es, poner a funcionar cuanto antes el colapsado sistema bancario para que el dinero –gourdas y dólares haitianos– empiece a circular por las calles y así puedan reabrir mercados y comercios. En ese momento la presión por la emergencia alimentaria va a disminuir drásticamente y hará más manejable la asistencia popular.

Y una cuarta directriz, compleja pero imprescindible, es alentar y facilitar la desconcentración de la capital; revertir la tendencia migratoria del campo a la ciudad que produjo por décadas una enorme distorsión demográfica. De hecho, ya se da una incipiente marcha de regreso a las provincias.

Con el apoyo del sindicato de transportistas y una extraordinaria dotación de gasolina –un bien más precioso que los diamantes en estos días–, cerca de 100 mil personas ya fueron trasladadas a sus lugares de origen, en el interior de la isla.

Es una decisión muy dura sacar a la gente de la capital y regresarla a sus pueblos, de donde salieron con hambre y con la ilusión de acercarse a una vida mejor, con servicios y un horizonte. Pero fue una falsa ilusión, explica Paul Loulou Chery, dirigente de la Confederación de Trabajadores del Transporte y miembro del gremio camionero. Además, para las comunidades va a tener un impacto tremendo, porque la provincia no tiene capacidad de recibir de golpe a tanta gente. Pero se va a tener que hacer. De hecho, la gente ya se empezó a ir espontáneamente, a la vista de que todo Puerto Príncipe está aplastado.

Según explica el ministro del Interior, Jean Max Bellerive, la declaratoria de un estado de emergencia nacional da facultades al gobierno para dictar decretos extraordinarios no sólo en la capital y las ciudades dañadas, sino en todo el territorio. Ayer mismo el presidente Préval se reunió con los alcaldes de las principales ciudades del país, Gonaives, Cap Haitien, Les Cayes y Jeremy, más docenas de poblaciones de los 10 departamentos. Y empezó a dar las primeras órdenes en este sentido.

Nou beswen ed

Avenida Delmas. El tráfico es infernal, más que de costumbre. Las tap-tap, camionetas de transporte público brillantemente pintadas por artistas naiv, tratan de rebasar sin contemplaciones a las ambulancias, los camiones militares de los cascos azules (que no dejan de filmar y fotografiar todo lo que pasa a su alrededor) e incluso los carros de bomberos. De pronto, un bloqueo. Escombros de algún derrumbe obstaculizan el tráfico. No problem, dice Fan Fan, nuestro chofer, que habilitó su tap-tap como taxi para periodistas. Maniobra en sentido contrario, grita y manotea y sigue su camino.

Las aceras son un río de gente que se busca la vida. A la hora del máximo calor, cuando no se encuentra la clemencia de una simple franja de sombra, los peatones despliegan una indiferencia desconcertante. Son muchas las casas derrumbadas que cruzan en su camino. Son muchos los sitios donde el olor a cadáver avisa que ahí hay cuerpos aún sin rescatar, olvidados, ignorados. Pero la colmena de gente se mueve sin detenerse, se tapa la nariz con la manga y sigue su camino. Hay que buscarse la vida.

En las bocacalles de las avenidas donde hay campamentos de damnificados –y los hay por todos lados– han aparecido mantas blancas con letreros que gritan en inglés y en creole: “We need help”, necesitamos ayuda, “nou beswen ed”.

Ésos son los síntomas de frustración a los que aludía en la mañana el primer ministro Bellerive en la reunión del gabinete de crisis. La gente sabe que hay alimentos, agua y medicina apilándose en el aeropuerto. Y no entiende por qué no está llegando a las calles. Todos coinciden en que hay que actuar ya, que el término tan gustado de reacción inmediata tiene que cobrar sentido. Pero la justificación de la falta de acción es que no hay condiciones para una distribución segura. Se repite una y otra vez la versión del peligro que representan los 3 mil criminales que se fugaron de la cárcel municipal con las armas de los custodios por los muros desplomados durante el temblor. Ésa es una realidad. También se sabe que los grupos armados del crimen organizado que se hicieron fuertes en los barrios marginales durante la última etapa del aristidismo ya empiezan a infiltrarse en los campamentos de damnificados. Algunos incidentes parecen sustentar la afirmación.

Es el caso del brote de violencia de ayer en Cité Soleil. En la reunión de hoy ya se da una versión oficial de lo ocurrido. Unas cocinas móviles que puso en operación la fuerza armada de la República Dominicana fueron asaltadas por bandidos que provocaron los tumultos. Dos voluntarios dominicanos resultaron heridos y son atendidos en el hospital de campaña que instaló el gobierno de Israel.

El viceministro Chancy muestra un documento. Es una lista de 80 puntos de la ciudad que ayer estaban programados para la distribución de agua y alimentos. Sólo se logró trabajar en 20 puntos. En el resto se consideró que no había condiciones de seguridad mínimas. Una funcionaria de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustah) reconoce que hasta ahora se sigue cometiendo un error que la experiencia ya había demostrado ser fatal: llegar con ayuda a zonas muy urgidas de comida y agua a repartir sin ton ni son y sobre todo sin haber acordado antes con las redes locales y las autoridades populares los términos del reparto. Un pacto con la gente previo al operativo es indispensable, se subraya.

Los periodistas acosan al ministro Bellerive con preguntas sobre la violencia y la inseguridad, como si fuera un problema privativo de este país. Responde: La mejor arma contra la violencia es la paciencia de los haitianos.

Ahí mismo se decide un primer paso: hoy las toneladas de suministros enviados por avión del mundo entero (se cuentan ya cerca de 250 vuelos recibidos en seis días) se moverán con las medidas de protección necesarias a cuatro puntos de redistribución. La idea es que mañana mismo esas raciones empiecen a caer en las manos y estómagos de los hambrientos.

El agua es el otro tema candente de la discusión. Explica el representante del Unicef que está a cargo de gestionar esta parte vital de la asistencia que el líquido, los recipientes, las plantas tratadoras y las pipas están listas para salir a las calles para apagar la sed y los gritos de los niños que al paso de los vehiculos agitan en el aire botellas vacías gritando: ¡agua, agua!. Sólo falta una cosa: gasolina para movilizar las pipas. Ése es el cuello de botella –dice el funcionario– y no me explico qué hace falta para desbloquear el traslado del combustible que ya está disponible en República Dominicana”. Dos militares de la nación vecina reaccionan mosqueados. Pero ésa es la realidad. Los uniformados se sacan el clavo reclamando que ellos tienen ya en la capital haitiana 40 equipos pesados y trascavos para la remoción de escombros que ningún equipo de rescate ha pasado a recoger. Ésa es otra verdad.

Por último se habla de la situación hospitalaria. Hasta ahora el ministro de Salud no cuenta con una evaluación precisa del daño en la infraestructura medical de la capital. Pero con los dedos empieza a contar: son cinco de los mayores sanatorios que quedaron completamente destruidos con gran cantidad de médicos, enfermeras y pacientes aplastados. Por lo pronto, Francia e Israel montaron hospitales de campaña. El de Israel está equipado con varios quirófanos especializados en traumatología y están listos para intervenir en los casos más graves.