Cultura
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Labor de lauderos
 
Periódico La Jornada
Lunes 18 de enero de 2010, p. a11

En los albores de la década de los 60 de la centuria pasada, el arquitecto alemán Hans Scharoun diseñó y construyó la mejor sala de conciertos del planeta, la Philharmonie, sede de la Filarmónica de Berlín.

Terminó así la era de las salas de concierto que seguían el modelo antiguo conocido como caja de zapatos, mezcla de iglesia con salón de palacio real, que por igual servía para oficios religiosos, las unas, que para bailes frondosos, los otros.

El maestro mexicano Eduardo Mata trajo a México ese modelo democrático: director de orquesta, músicos y coro conviven con el público, que envuelve a los músicos para que el sonido abrace y abrase a todos.

El arquitecto francés Jean Nouvel hizo, junto al lago de Ginebra, un violín en forma de sala de conciertos, cuando los patrocinadores, los acaudalados, le habían pedido un barco anclado en el lago.

El penúltimo día de 1976, una multitud plena de júbilo asistimos al nacimiento de una de las mejores salas de concierto del planeta: la Sala Nezahualcóyotl, que sigue el modelo de la Philharmonie, y en sus 33 años de edad, que cumplió hace un par de semanas, ha logrado una afinación extraordinaria, como buen instrumento musical que es.

Los trabajos de mantenimiento mayor que se desarrollan en esa nave noble, ese polígono de concreto y alma acústica de madera y noble espíritu, mantienen a la comunidad cultural de México en una expectativa esperanzada. Cuando se reabra, confiamos todos, tendremos una casa mejor.

Algo similar sucede con los trabajos profundos que se realizan en el otro polo cultural de México, el Palacio de Bellas Artes, donde se han escrito también capítulos de intensidad planetaria y doméstica.

Porque una sala de conciertos, además de instrumento musical, es un segundo hogar para todos. Allí se vive con intensidad inigualable. La energía positiva que en 33 años se ha depositado en ese ámbito con tantas voces e instrumentos, abriga una vida noble, una vida de conciertos. Una vida íntima y compartida al mismo tiempo.

Labor de lauderos, dar mantenimiento a una nave noble, a un polígono de concreto y alma acústica de madera y espíritu de ángel.

Así de intensa resulta una vida de conciertos.