Sociedad y Justicia
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Mar de Historias

Descuento y regalo

A

las seis de la tarde el cielo oscuro adelanta la noche. Circulan pocos automóviles. Los escasos transeúntes van con la cabeza inclinada para protegerse de las ráfagas que desprenden hojas de los árboles. Una lluvia fina empieza a caer. Virgilio se guarece en el quicio de la Sastrería Ocampo.

En el aparador luce un maniquí vestido de etiqueta entre rollos de tela y anuncios escritos sobre cartulinas de colores: Pantalones: tres por uno. Usted pone el casimir, nosotros la hechura. El sastre aparece en la puerta y Virgilio se dirige a él con familiaridad:

Virgilio: ¿Qué anda haciendo?

Sastre: Voy a cerrar.

Virgilio: ¿Tan temprano?

Sastre: En todo el día no he tenido ni un solo cliente. Ahora, con la lluvia, dudo que alguien vaya a venir.

Virgilio: Esta agüita durará toda la noche. Mejor me voy, al fin que la estación del Metro queda cerca.

Sastre: ¿Se te descompuso el coche?

Virgilio: No lo estoy usando, porque entre el aumento de la gasolina y lo del estacionamiento se me iría una buena lana. (Mira hacia la calle.) Se me hace que está lloviendo más fuerte.

Sastre: Entonces mejor espérate a que pase. Entra y brindamos por 2010, aunque sea con un café.

Virgilio: No, porque se me va a hacer tarde y como andan las cosas con Lulú…

Sastre:¿Se enfermó?

Virgilio: No, pero si me retraso se preocupa.

Sastre: Pues llámala y dile que te vas a tardar por la lluvia.

Virgilio: No me va a creer. (Sigue hablando como si estuviera solo.) Si permito que Lulú me controle tanto, ¡ya valí! ¿Sigue en pie la invitación del cafecito?

II

Sastre (acerca las tazas): Si quieres azúcar, ahí la tienes. (Toma asiento.) Y qué tal, ¿cómo pasaste la Navidad?

Virgilio: Más o menos.

Sastre: ¿El 24 hicieron cena?

Virgilio: Lulú no quiso. Con dificultades logré que el 31 fuéramos a la casa de mi hermano. Mejor ni hubiéramos ido, porque Lulú se la pasó con cara de velorio. Todo el mundo me preguntaba qué le sucedía a mi mujer. Y ni modo de decirles que traemos bronca. (Inclina la cabeza.) Fue mi culpa. La regué. Y todo por no fallarle con su regalo de cumpleaños.

Sastre: ¿Pues qué le diste?

Virgilio: Una loción.

Sastre: Si no le gustó el aroma dile que vaya a cambiarla o llévala adonde se la compraste.

Virgilio (salta de la silla): Imposible que entre en ese lugar.

Sastre (sonriente): ¿Pues en dónde se la compraste?

Virgilio (se inclina hacia el Sastre): En ninguna parte. Me la regalaron y yo se la di a ella.

Sastre: Por eso ni te preocupes: todo el mundo da roperazos. El 24 mi hijo Daniel me trajo una bufanda. Era la misma que yo le di el año pasado. No dije nada. Tu esposa debió hacer lo mismo, pero ya ni modo. Si quieres contentarla hazme caso: llévala a que cambie su loción.

Virgilio: Oiga, maestro, ¿cómo voy a meterla allí?

Sastre: ¿Adónde?

Virgilio: Pues al hotel de paso en donde me la regalaron. (Se frota el pecho.) ¡Híjole! De saber en la que me estaba metiendo por culpa de aquella... Sastre: ¿Te refieres a Lulú?

Virgilio: Si hubiera sido por mi mujer, a estas horas no tendría ningún problema. Fue por causa de Noemí. (Sonríe.) Es una chava que anduvo conmigo antes de que me casara. Me la encontré el 23 haciendo cola en la panadería. Yo iba por un pastel y ella por una rosca.

Sastre: Y aprovechaste para invitarla.

Virgilio: No. La idea fue suya. (Afina la voz.) La cola está larguísima y a mí las roscas como que no me entusiasman mucho. ¿Por qué en vez de quedarnos aquí no vamos a tomarnos un café para que se nos quite el frío? Me dio tanto gusto que olvidé el pastel. (Entrecierra los ojos.) Platicamos riquísimo y hasta me preguntó por Lulú.

Sastre: Y ella, la tal Noemí, ¿está casada?

Virgilio: No. Y por la forma en que lo dijo me pareció que sigue soltera porque todavía me quiere.

Sastre: ¿Y tú a ella?

Virgilio: Pues sí, pero de otra forma. Lo que me fascinó ahora es darme cuenta de que es como siempre una persona muy detallista, muy romántica. (Mira a la distancia.) Cuando terminamos el café me ofrecí a llevarla a su casa. Primero dijo que no pero luego aceptó. Maestro: no se imagina cuánto me emocionó tenerla cerca de mí, en el coche, como cuando éramos novios. Pensé que ella no lo recordaba pero de pronto levantó el brazo y dijo emocionada: “Mira, Virgilio, ¡nuestro hotel!” (Se muerde los labios para contener la emoción.) En ese momento tuve muchos deseos de volver a estar con ella. Le puse la mano en la rodilla y sonrió. Entonces, sin preguntarle nada, di la vuelta y entré en el hotel.

Sastre: No me digas que tu mujer o alguien de tu familia los vio.

Virgilio: No. Todo fue perfecto. Al pagar en la recepción me descontaron 50 pesos: promoción navideña. Cuando llegamos al cuarto vimos sobre la cama un regalo. Era una loción para mujer, con una tarjetita que ni leímos. Noemí la envolvió de nuevo. Pensaba ponerla en su árbol de Navidad para hacerse las ilusiones de que yo se lo había dejado. El detalle me hizo llorar, ¡se lo juro!

III

Virgilio: No estuvimos mucho tiempo en el hotel pero fue algo tan maravilloso que el mundo se me borró, hasta que Noemí dijo: Nunca olvidaré estos momentos. Prométeme que cada 23 de diciembre pensarás en mí. Le di gusto pero ella me insistió: “Repite conmigo: juro que cada 23 de diciembre…” Sentí como si me echaran una cubeta de agua fría, porque recordé que era el cumpleaños de Lulú y yo ni había comprado el pastel. Me desesperé, hasta que Noemí tuvo una idea: No te preocupes. Llévale a tu esposa la loción. Dile que te pareció mejor regalarle eso y si te tardaste fue porque te costó mucho trabajo elegir el aroma.

Sastre: ¡Muy buena idea!

Virgilio: Ya ni nos bañamos. Dejé a Noemí en un taxi y me jalé para la casa. Mis hijos se habían ido con sus abuelos para comprar la sidra y Lulú estaba sola, cocinando. Sin enojo me reclamó la tardanza. Antes de que me preguntara por el pastel le entregué el regalo: ¡Felicidades! Se puso contentísima y me preguntó que era. Una loción. Se quedó mirando el paquete y se puso a llorar. ¿Qué tienes? ¿No te gusta? Dijo que sí, y mucho. Lloraba porque la conmovía que hubiera pensado en regalarle algo tan personal y tan femenino.

Sastre: Me figuro cómo te habrás sentido.

Virgilio: Como un perro. Por disimularlo le dije que abriera el regalo. Respondió que no, quería hacerlo delante de toda la familia. En ese momento debí quedarme callado, pero no: me puse romántico y le sugerí que se perfumara. Fue a lavarse las manos: no quería contaminar la loción con el olor a comida. Aproveché para entrar en la cocina por algo de comer, porque ladraba de hambre. Me serví un poquito de arroz y volví a la sala en el momento en que Lulú estaba desenvolviendo la loción. Dejó de hacerlo y corrió a abrazarme: Qué lindo eres. ¡También me escribiste una tarjetita! La había olvidado pero me quedé tranquilo pensando que iba a ser la clásica de Feliz Navidad y Próspero 2010...

Sastre: ¿Y decía eso?

Virgilio: Sí, pero también algo más: “… les desea a sus amigos y clientes el Hotel Flamboyanes.”

Sastre: ¡Puta madre! Y tu mujer, ¿qué hizo?

Virgilio: Estrelló la botella contra el suelo y se encerró en su cuarto. Si no me acusó con mis padres fue por consideración a nuestros hijos. (Se lleva las manos a la cabeza.) Desde entonces he vivido días terribles. No hubo cena, ni reparto de regalos. Lulú apenas me habló la noche del 3l y no quiere que duerma con ella. Pero lo peor de todo es que la casa sigue apestando a loción.