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Ver día anteriorDomingo 10 de enero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

Fabián Barba, congruencia torera

A

la fiesta de toros en México le ocurre lo que al país: sucesivos gobernantes se empeñan en sostener que ellos hacen bien las cosas y que el país camina, mientras una realidad crecientemente deteriorada se encarga de desmentirlos. Al poderoso duopolio taurino que controla el espectáculo nadie le quita de la cabeza que actúa con profesionalismo, taurinismo y desprendimiento, en tanto que un espectáculo a la baja, sin productos que interesen ni apoyo metódico a quien demuestra cualidades, contradice su autocomplaciente versión.

El domingo anterior, en la novena corrida de la temporada en la Plaza México, volvió a ocurrir lo que cada temporada grande sin que a la postre pase nada, pues está visto que los grupos taurinos del país no han aprendido a sumar –a apostar por la grandeza de la tauromaquia– porque siguen entretenidos en restar, con una ceguera proporcional a sus fortunas y a su experiencia ineficaz.

Fabián Barba Rivas, originario de la ciudad de Aguascalientes, donde nació el 24 de agosto de 1979, ya desde novillero exhibió un rasgo excepcional para la época: un extraño sentido ético del toreo, vale decir una entrega sin aspavientos y una convicción elegante de querer ser… delante de los toros.

Pero ese rasgo, aunado a su inteligencia y buenos procedimientos para la lidia, no bastó para que los metidos a empresarios se fijaran en él, no para darle una oportunidad ocasional, sino para apoyarlo, promoverlo y motivarlo, en elemental aprovechamiento de tan excepcional combinación de cualidades. Vaya, el hombre ni siquiera tiene representante.

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Torero ensoñando, obra del fotógrafo Armando Rosales El Saltillense, también a la espera de que alguien aproveche y edite su tauromaquia gráficaFoto Archivo

Como se trata de un torero esencialmente incómodo para los que figuran y los que quieren figurar, cuando no eran los autollamados promotores intervenían los pocos apoderados que por acá subsisten, o ganaderos antojadizos, compañeros demasiado pragmáticos y sobre todo la nefasta costumbre, tan extendida en México, de divorciar las intenciones de los hechos. Faltan toreros con arrastre pero no hacemos nada por aprovechar a los que en corto plazo pueden serlo.

Han transcurrido seis años desde su alternativa en su ciudad natal y Fabián, con la misma convicción que mostró de novillero, toreando ocasionalmente en plazas modestas hasta sumar la conmovedora cifra de ocho tardes el año pasado, vino a la Plaza México, se encontró con tres bravos toros de Santa María de Xalpa –bellos reyes de astas agudas, que dijera Darío–, reiteró su inmóvil e imaginativa torería con capote y muleta frente a distintos estilos y salió de la plaza a hombros de un sorprendido público que tuvo que entregarse ante la entrega de Barba.

¿Qué más necesita hacer un torero en México para ser tomado en cuenta por el resto de las empresas que hacen como que hacen, atenidos a media docena de apellidos, tres nacionales y tres extranjeros? Crítica especializada y público prefieren plegarse a los omnipotentes designios de los que dicen que saben y nuestro país, también en los toros, sigue desperdiciando hombres y mujeres capaces de reflejarlo y enaltecerlo.