Opinión
Ver día anteriorDomingo 10 de enero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Elogio del dilema
C

ayó en mis manos El libro de los elogios, de Alberto Manguel, con prólogo de Enrique Vila-Matas. Lo leí encantada, como he leído, y hasta comentado, otros libros del mismo autor, incluidos, por supuesto, la Guía de los lugares imaginarios y La historia de la lectura. Salvo por una novela suya que no me atrajo (y que por cierto encontré y hojeé en la primavera de 2008 en una librería de Amberes, Bélgica, uno del puñado de libros en español en esa tienda), he leído todos los títulos de Manguel, siempre con gusto y admiración. Pero debo confesar que ahora dudé si comentar o no el de los Elogios; me pareció que ameritaban más mi atención ciertas reflexiones alrededor de Manguel, y quizá del tema del elogio.

No me pregunté por qué yo conozco a Manguel y él a mí no, con tal de no enfrentar la contra pregunta de cómo sé que él no me conoce a mí. Pero mi duda sigue una lógica más sólida de lo que parece, pues también implica que, si Manguel y yo somos escritores contemporáneos, los dos nacidos en Latinoamérica, con apenas un año de diferencia, yo, la mayor, y por lo visto a los dos nos atraen temas similares, lo natural sería que así como yo lo he leído a él, él me hubiera leído a mí, por no añadir que hemos coincidido como colaboradores en un mismo suplemento y hemos sido autores de una misma editorial, ambas cosas, además, en lengua castellana, de modo que no está de más insistir en que si yo lo he leído a él, él bien podría haberme leído a mí. (O, si él es amigo de amigos míos, como lo es de Alberto Ruy-Sánchez, ¿por qué no es amigo mío?)

Explicar el motivo por el cual yo he escrito sobre Manguel y él no sobre mí no es tan fácil de exponer, pues no quiero atribuirlo al gastado y superado prejuicio de que soy mujer y, por tanto, inferior y más proclive que el hombre a admirarlo y probar mi admiración en palabras impresas, ni a que por ser, aparte de en apariencia inferior, realmente de temperamento inhibido e inseguro suponga, aunque sin excesiva conciencia, que al externar mi admiración por un escritor hombre me igualo a él. (Si digo que Fulano es inteligente, culto y talentoso, ¿implico que entiendo a Fulano o que no le entiendo? ¿La conclusión es que soy inteligente, culta y talentosa, pues si no lo fuera sería incapaz de apreciar estas características en otro, o todo lo contrario: que Fulano me deslumbra, porque no entiendo lo que dice y no sé a qué se refiere ni de qué está hablando?)

La proclividad a la admiración no es exclusiva de la mujer hacia el hombre ni se debe sólo a un sentimiento de inferioridad. Abundan los escritores hombres seguros de sí mismos y también los inseguros que admiran a otros escritores hombres contemporáneos suyos y que lo expresan por escrito, sólo que si el admirado es más famoso que el que lo admira por escrito, se nota cierta maña. O si el más famoso es el que admira por escrito al otro, parece que la admiración es falsa y en todo sentido interesada.

¿O quizás las conclusiones anteriores no apuntan sino a que si Manguel me hubiera leído a mí, como yo lo he leído a él, me habría pedido a mí el prólogo para sus Elogios y no a Vila-Matas? Pero pensar así no me revelará, sino, aparte de en teoría disminuida por ser mujer, como limitada y envidiosa, cuando más bien dedico a Vila-Matas la misma apreciación que a Manguel. A su vez, Vila-Matas me podría preguntar por qué Manguel habría de haberme pedido el prólogo a mí y no a Mengano o Zutana, pues ciertamente somos más de uno los escritores hispanoamericanos hombres y mujeres contemporáneos unos con otros, a los que nos atraen más o menos los mismos temas que a Manguel y que hemos colaborado en un mismo periódico o publicado con un mismo editor, sin que nada de esto hubiera sido o fuera causa suficiente o la causa adecuada para que todos nos admiráramos unos a otros y escribiéramos elogiosamente unos sobre otros. (Tampoco voy a aplicar a todo gesto admirativo el principio del trueque. Quiero creer que existen intercambios desinteresados.)

Aun cuando cuanto que he venido hilvanado en estas líneas es apenas un esbozo de comentario que podría desarrollar todavía más, el verdadero argumento que me hizo titubear entre comentar o no El libro de los elogios es más simple y pedestre que los insinuados o expuestos hasta aquí. Manguel fue jurado la única vez que he sometido una novela a un concurso, y perdí.