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El intérprete de Una muchacha y una guitarra fue velado en el Congreso argentino

Entre llanto y flores miles de fans dan el último adiós a Sandro

La mayoría mujeres de entre 40 y 50 años, esperaron hasta tres horas para ver el féretro de su ídolo sólo unos segundos, pese a la sofocante temperatura, que alcanzó más de 33 grados

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Velorio de El GitanoFoto Reuters
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Momentos del velorio de El Gitano, dentro y fuera del salón de los Pasos PerdidosFoto Reuters
Corresponsal
Periódico La Jornada
Miércoles 6 de enero de 2010, p. 6

Buenos Aires, 5 de enero. Bajo un calor sofocante miles de seguidores de Sandro, la mayoría mujeres, desfilaron desde el mediodía de hoy ante su féretro, colocado en el salón de los Pasos Perdidos del Congreso de la Nación, el mismo donde en octubre pasado fue velada Mercedes La Negra Sosa.

Los restos del cantante y actor Roberto Sánchez fueron trasladados desde Mendoza, donde falleció anoche, a esta capital. Desde la madrugada, sus fans se habían comenzado a reunir en los alrededores del Congreso. La mayoría portaba rosas rojas, símbolo de las seguidoras de Sandro, a quien también llamaban El hombre de la rosa.

Desde horas tempranas se formaron largas filas para entrar al Congreso; sus admiradores soportaron estoicamente uno de los días más sofocantes, con una sensación térmica de más de 33 grados.

No se permitió la entrada de la televisión ni de fotógrafos al lugar donde se velaban los restos del ídolo, cuya esposa, Olga Garaventa, mujer ajena a los vaivenes de la farándula como el mismo Sandro, pidió que se adelantara la hora de entrada y en el último momento se anunció que el salón del Congreso permanecería abierto la noche entera, para que todos pudieran despedirlo, ante la cantidad de público que continuaba llegando.

No había consuelo para la mayoría de sus admiradores que, como algunas de las figuras del espectáculo local, decían que   Sandro parecía inmortal.

Tributo de sus nenas

Las calles aledañas a la sede del Legislativo se llenaron de mujeres, en su mayoría entre los 40 y 50 años, que llevaban fotos del cantante, mensajes y banderas, así como de vendedores con carteles del crooner latino, gorros para el sol, diademas y abanicos. Pero lo que más se vendió fueron rosas.

Muchas de sus nenas, como llamaba Sandro a sus fans, se maquillaron y se pusieron sus mejores ropas para ir a despedirlo. No quiero que me lloren cuando me vaya a la eternidad, quiero que me recuerden como a la misma felicidad, rezaban varias pancartas que citaban la letra de Una muchacha y una guitarra, una con las cuales El Gitano enloquecía a sus seguidoras

La espera para entrar a ver el féretro era de unas tres horas. Una vez adentro, sólo se podía permanecer unos segundos para rendir homenaje al cantante, quien murió a los 64 años.

A diferencia del homenaje a Mercedes Sosa, cuyo féretro estaba rodeado de familiares, allegados y figuras del espectáculo, aquí estos se reunían en un lugar más apartado, entre las coronas, donde destacaba la de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, otros altos funcionarios, así como de artistas y amigos.

Es el ídolo de América, rezaba una de las pancartas y otras reproducían algunos de los titulares de los periódicos del mundo sobre la muerte de Sandro. “¿Es el Elvis Presley latino o Elvis Presley fue el Sandro de Estados Unidos?”, decía un cartel en manos de un grupo de mujeres jóvenes.

Los medios locales destacaban los textos del New York Times y el Washington Post, en los que se referían al sensual e irreverente cantante argentino y a sus movimientos pélvicos.

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Velorio de El GitanoFoto Reuters

“Más allá de sus comprobadas trasnoches, vaso de (el whisky) Old Smuggler en mano, cantando sentado en el desvencijado piano de La Cueva –local que vio nacer al rock argentino y del que se ha dicho erróneamente que Sandro era dueño–, y de ser uno de los primeros en emular arriba de un escenario los movimientos pélvicos de Elvis Presley, Roberto Sánchez fue definitivamente aceptado –aunque no por todos– como parte de la historia del género recién a partir de la década de los 90 del siglo paado, luego de que Charly García lo invitó a participar del disco Tango 4, registrado junto con Pedro Aznar, y tras la edición, en 1999, de Tributo a Sandro, un disco de rock, en el que artistas como León Gieco, Divididos, Los Fabulosos Cadillacs, Attaque 77, Virus y Bersuit reconocieron su estrella al grabar versiones de sus temas”, recordó Sebastián Ramos, en el diario La Nación.

Cuando Vicentico presentó aquel disco, dijo: Sandro es importante no sólo por su obra, sino también por todo lo que transmite arriba de un escenario; tiene ese don de hacerte reír o llorar.

Y el compositor e interpréte Alejandro Lerner sostuvo que así como Estados Unidos tiene a Presley, América Latina tiene a Sandro. Es un artista gigantesco, una de esas pocas personas que posee la categoría de intocable, ya que es un artista popular que llega a distintos estratos sociales.

Cuando grabó junto a Sandro, Charly García consideró que se estaba homenajeando a alguien que se jugó siempre en una vida al mango, de rocanrol, haciendo la suya sin importarles la guita (dinero), el qué dirán o, de última, la fama.

Precisamente, todos insistían hoy en destacar que Sandro no se montó en la fama, o como él decía, yo no compro lo que vendo, en alusión a que separaba el ídolo del hombre común y guardián de la privacidad, que nunca habló mal de nadie del mundo del espectáculo ni comentó sus relaciones amorosas.

Cuando la información musical apenas llegaba a Argentina por revistas especializadas, Sandro fue lo más cercano a Elvis que tuvieron los jóvenes de aquellos años sin televisión digital o cable. Comenzó sacudiendo audiencias con sus movimientos, pero luego fue más allá con su carisma y seducción, volcándose a la balada, heredera del bolero que bailaron las generaciones mayores. En agosto de 2006 la Cámara de Diputados bonaerense lo declaró ciudadano ilustre, con el fundamento de que “el cantante es uno de los iconos de la cultura popular y referente artístico. Fue un símbolo del esfuerzo y la tenacidad (…) un personaje con magia, que supo contagiar a muchas generaciones; alguien a quien no podemos olvidar”.

Quizá nada pueda traducir mejor el amor de Sandro a su público y su arte, como el paso de aquel muchacho de los pantalones ajustados de raso o los Oxford, el de camisas abiertas, camperas negras, o de colores brillantes, a aquel hombre que ya enfermo cantaba con todo sentimiento en un teatro porteño, vestido con una bata roja, y armado de un micrófono al que se había adherido un dispositivo para darle oxígeno. Siempre, con la misma magia de sus comienzos y la misma seducción.