Opinión
Ver día anteriorLunes 4 de enero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Qué hacer? movimientos sociales y partidos
E

n el inicio del año está muy viva la pregunta: ¿qué hacer? para modificar el presente estado de cosas que se ensaña con tantos mexicanos carentes de lo indispensable, un orden que otorga abundantes privilegios a pocos y olvida ofrecer lo necesario a las mayorías.

Si se hace memoria del año pasado veremos multitud de reclamos que se expresaron en las ciudades y en el campo, multiplicando demandas y exigencias, en que la clase obrera perdió garantías constitucionales, en que se denuncia la concentración de la riqueza y en que se señala (dentro y fuera del país) como el problema más grave la desigualdad abismal entre los mexicanos, de ingresos, pero también de servicios y más respecto de las oportunidades de futuro. También vemos abundantemente en los correos electrónicos el reclamo y también la desesperanza por no encontrar respuestas adecuadas.

El hecho nuevo en México, nuevo por esa acumulación de protestas y exigencias justificadas, que ignoran olímpicamente las autoridades, comenzando por el Presidente de la República (seguido de cerca por los poderes Legislativo y Judicial), nos sitúa en un filo del tiempo en que los acontecimientos pueden precipitarse. Sí, se ha dicho que rozamos ya el peligro de estallidos sociales; pero deberá también decirse que el orden establecido (el de facto con el apoyo tramposo del jurídico), en tal contingencia, parecería estar preparado (y dispuesto), a la represión y a la guerra contrainsurgente con mano dura.

Tal es la otra cara de la moneda del Ejército en las calles contra el narcotráfico: su ambivalencia práctica (y programada). La guerra puede en un momento cambiar de objetivo y volverse contra el pueblo, o contra sectores del pueblo, que serían calificados de subversivos e intolerables.

Tal peligro no es abstracto (perdón por decirlo en el inicio del año), sino perfectamente real. Los patrones estadunidenses son maestros en esos giros no tan inesperados que requieren carretadas de publicidad, lo que a nosotros sobra. En todo caso, los jefes militares nacionalistas, que aún los hay, deben tener claridad sobre lo dicho.

Vivimos un tiempo de descalificaciones, mejor: de deslegitimaciones abundantes. De desconfianza profunda hacia las instituciones, lo mismo sean los poderes establecidos que los partidos políticos. Sobre esto mucho podría decirse, me limitaré entonces a la izquierda y a su pregunta sobre el ¿qué hacer? A primera vista, no equivocadamente, resalta su desprecio hacia las formaciones partidarias de la misma izquierda, que innegablemente han sufrido desprestigio y entonces rechazo con frecuencia visceral.

Del sistema de partidos parecería que sobre todo han aprendido la negociación y con frecuencia la transa, abandonando el prestigio necesario para representar, es decir, para hacer actual su función y, en primer término, las necesidades populares. Es innegable la distancia que se ha establecido entre el pueblo, la sociedad, y sus supuestos organismos partidarios y representativos.

En México es impresionante la multiplicación de los movimientos sociales que batallan por objetivos específicos: el bienestar y reconocimiento pleno de los derechos indios, de las mujeres, los jóvenes o los ancianos, el medio ambiente, los derechos humanos, los homosexuales, en contra del neoliberalismo depredador, etcétera. Muchos sostienen que es una zona de nuestra realidad social que se presenta como un territorio desenfrenado de fragmentación, que a primera vista parecería sin regreso. Sin embargo, uno de los horizontes con mayores promesas de futuro se ancla precisamente en los movimientos sociales, que significan una inmensa posibilidad, un potencial aún no explorado como detonador del cambio social profundo.

Hay un gran camino de esfuerzo para ir uniendo cabos e iniciativas. Difícil, pero no imposible, porque esos movimientos han florecido bajo una sombrilla, explícita o apenas implícita: la convicción de que dentro del capitalismo salvaje que nos estrangula será imposible para la inmensa mayoría alcanzar sus metas específicas. Abiertamente o sin plena conciencia y claridad tales movimientos son por definición anticapitalistas, al menos en principio.

Lo que ocurre es que en el contexto político dentro del cual vivimos, el cambio pasa también por el orden de los partidos. Parece inevitable. Entonces el esfuerzo se multiplica porque la unión de los movimientos sociales ha de vincularse, sumarse, figurar al amparo de un partido político. No como un acto administrativo de suma o resta, sino como un movimiento político lleno de nervio, aliento, fuerza e imaginación que encuentre (que construya) en esa amalgama su razón de ser, su motivo vital.

La chispa que encenderá la pradera se encuentra, como ya ocurrió en el pasado próximo, en un candidato, en un mínimo sistema de ideas contundentes encabezadas por un líder que haga posible la llegada al gobierno (la cuestión de la toma del poder es más complicada) de la izquierda, con todas las posibilidades que ofrece la opción. Hoy muchos sienten desaliento acerca del futuro electoral de la izquierda: yo estoy del lado de los optimistas.

La democracia de base, la participación social en la toma de decisiones es carta básica a jugar. En los movimientos sociales importantes, cuando se ha desprestigiado la estructura existente del poder, la sociedad toma en sus manos la dirección del conjunto, en beneficio de la sociedad misma. Tal es la cifra del cambio social: en nuestra realidad la movilización social contundente unida en el camino electoral a los partidos de izquierda, con sus defectos.