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Toros
Del paseíllo, los tres tercios y el reloj
 
Periódico La Jornada
Lunes 4 de enero de 2010, p. a34

La plaza de toros es un museo jurídico, sí, pero un museo dormido que sólo despierta cuando hay corrida. He aquí tres casos de leyes antiguas que recobran vigencia en el espectáculo: el paseíllo, la división de la lidia en tres tercios y el uso del reloj como instrumento auxiliar. La primera ley data del siglo XVI, la segunda del XIX y la tercera del XX.

La fiesta brava se convirtió en espectáculo favorito de la corte española en 1492, pero no llegó a su clímax sino bajo el reinado de Felipe II. De la moda de aquella época provienen, estilizados, los trajes de luces que se emplean hoy día. Pero como entonces no había plazas de toros, las corridas se celebraban en las plazas públicas: las bocacalles eran tapadas con carretas y los pudientes alquilaban balcones para presenciarlas.

Cuando aquello estaba por comenzar, un grupo de policías –vestidos como nuestros actuales alguacilillos– despejaba la plaza, retirando a la gente, para que los guerreros de la alta aristocracia, montados en sus caballos de pura sangre, entretuvieran al público derribando a los toros salvajes con sus lanzas. El paseíllo es, pues, la representación simbólica de aquella operación limpieza.

Empero, cuando los borbones fueron desplazados por los habsburgos, y éstos desterraron las corridas de la corte, la fiesta se refugió en los pueblos, donde los carniceros de cada localidad, trepados en humildes jamelgos, sangraban a los cornúpetas con sus varas de pica –en lugar de las lanzas aristócratas– para que en seguida la gente se divirtiera matándolos de cualquier forma.

Goya retrató como nadie aquellas caóticas pachangas, que entre los siglos XVII y XVIII vieron el nacimiento del capote y la muleta. Sin embargo, fue hasta 1850 cuando el desorden fue remplazado por una secuencia lógica: se instituyó, primero, el tercio de varas, para reducir la fuerza del cuello del toro; en segundo, el de banderillas, para reanimarlo luego del duro castigo, y por último el de muleta, el otrora dramático y a veces trágico (y ahora generalmente bochornoso) prefacio a la suerte suprema: la de matarlo, cuerpo a cuerpo, con la espada.

No muchos aficionados saben que en el curso de su larga dictadura, Porfirio Díaz promulgó cuatro reglamentos taurinos: en el último de ellos, que entró en vigor en febrero de 1910, nada menos, ordenó que se midiera con reloj la duración de la faena de muleta y que ésta no excediera más de 15 minutos, una contribución de los científicos a la fiesta, que fue alabada como el colmo de la modernidad...