Opinión
Ver día anteriorLunes 14 de diciembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Derrotados
E

n el lapso de sólo tres meses, dos compañeras de trabajo fueron secuestradas, lastimadas física y psicológicamente y les robaron su dinero. Sobre todo fueron vejadas en su dignidad como personas. Además del miedo había una sola pregunta, formulada de distintas maneras, en su cerebro y en su boca: ¿Qué pasa en este país?, ¿cómo se puede vivir así?, ¿cómo puede haber tanta impunidad?

Tienen razón. ¿Cómo es esto posible? Una fue atacada a bordo de un taxi en el que, en complicidad con el chofer, se subieron dos tipos que la amenazaron, golpearon y le quitaron lo que traía en su cartera. Tuvo suerte, no la violaron ni la aventaron lejos.

La otra bajó de su auto a plena luz del día, a las 5 de la tarde y fue alcanzada por otros dos tipos vestidos de policía, ¿lo serían? La subieron a una patrulla medio desvencijada, la amenazaron también y la retuvieron dando vueltas hasta las 4 de la mañana y le saquearon su cuenta en un cajero automático. Al bajarse le dieron a entender con mucho sadismo que no corriera pues podían matarla. ¡Qué valientes, qué machos!

Verlas llorar y sentir pánico por sólo tener que salir a la calle es muy impactante. Sobre todo darse cuenta de que no pueden hacer nada al respecto; de que no hay manera de quejarse ante nadie y que eso valga de algo; de que no hay justicia ante la cual ampararse. Darse cuenta de que les puede pasar otra vez o a cualquiera de su círculo cercano de familiares o amigos. Vaya, saberse indefensas en la comunidad donde viven y trabajan y donde no se meten con nadie. Ver suprimida su libertad como personas.

Sí, ya sé que estas no son historias originales. Eso no las demerita para nada, al contrario, aumenta su relevancia porque se suman a todas las demás agresiones –muchas de ellas muy graves– y a las que sigue habiendo mientras esto se escribe, y las que habrá en tanto se publica y se lee y se archiva… y se olvida.

Y el miedo se transmite de una forma corrosiva y nos hace no sólo más indefensos sino menos libres. Nos empequeñece. ¿Somos capaces todavía de comprender lo que eso significa? Tratamos de olvidarlo, pero cuando salimos a la calle la próxima vez nos asustan los pasos, las sombras las voces, los autos que se detienen en la calle. El miedo paraliza conciente e inconcientemente y hace que seamos más sumisos y resignados, por eso nos avasalla la impotencia de la que somos presas.

Esta sociedad está muy enferma. Nuestro miedo le sirve a alguien, no perdamos eso de vista. Los discursos sobre la seguridad no tienen asidero en la experiencia cotidiana de la gente. Trate de intervenir en un delito para ayudar a otro y sabe que su vida está en peligro. Volteamos para otra parte. Aceptamos de modo tácito lo que nos rodea. Estamos derrotados. Lo digo aún sin resignación. Lo estaremos mientras no recuperemos nuestra integridad completa como seres humanos.

Ni el crecimiento del PIB, ni los resultados de la medición de la pobreza en el país, las elecciones, las reformas a medias que se plantea el gobierno y el Congreso están acercándose a los problemas centrales de la falta de bienestar, la creciente desigualdad social, la falta de oportunidades y la inseguridad pública rampante. Nuestra integridad está primero, sin ella lo demás de poco sirve.

Sin seguridad lo más plena posible respecto a nuestras personas y nuestras cosas somos ciudadanos de tercera categoría. El Estado está fallando rotundamente donde más daño hace su incapacidad: en proveer de seguridad. Esa es la base de un contrato social que hoy se viola en su misma esencia, que tiene un desgaste radical. Ya no nos sirve.

Y ante esa violación no hay amparo legal que valga, más bien estamos frente al desamparo en un sentido literal. ¿Servirá de algo la sentencia de la Corte Interamericana de Justicia sobe los asesinatos en Ciudad Juárez? ¿Cómo recobraremos nuestros derechos esenciales como seres humanos para salir a la calle con dignidad y la cabeza en alto?

El Estado, hoy, no es capaz de construir una política social y económica que ponga los cimientos de una recuperación de condiciones mínimas de bienestar general. Estamos a la deriva, en espera de lo que ocurra fuera: que se recupere la demanda en Estados Unidos, que suba el precio del petróleo y sin fuerza interna capaz de crear una salida. Son ya más de dos décadas de bajo crecimiento económico, mayor concentración del ingreso y la riqueza, y más desigualdad.

Los fenómenos del embotamiento económico y la desigualdad no están disociados, al contrario. Tampoco la creciente inseguridad brota por generación espontánea. Nosotros estamos indefensos ante la incapacidad del Estado de cumplir su función básica de proveer seguridad. Los que gobiernan y hacen leyes y mangonean en los partidos políticos se ocupan en general de otras cosas.