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Economist Intelligence Unit

Cambio climático

Copenhague: hora cero

Una vez más, la crisis económica global ha complicado las negociaciones

La meta provisional de EU depende de que China haga fuertes contribuciones de mitigación

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Periódico La Jornada
Martes 8 de diciembre de 2009, p. 27

Hay pocas probabilidades de que los gobernantes del mundo lleguen a un tratado sobre cambio climático en la cumbre de la ONU en Copenhague, que se llevará a cabo del 7 al 18 de diciembre. Lo más que puede esperarse será un acuerdo marco no obligatorio, que podría fijar parámetros políticamente vinculantes para finalizar un tratado en 2010. Las divergencias entre países en desarrollo y desarrollados sobre metas de emisiones de gases de efecto invernadero, junto con otros temas como la ayuda financiera, continúan dominando las negociaciones. El progreso dependerá en particular de que Estados Unidos y China fijen objetivos creíbles sobre emisiones.

El objetivo de la cumbre es producir un acuerdo global sobre cambio climático que suceda al Protocolo de Kyoto, cuyos compromisos nacionales expiran en 2011. El protocolo preveía una reducción de 5% en las emisiones promedio respecto de los niveles de 1990 durante este periodo; como se sabe, Estados Unidos nunca lo ratificó. Los países en desarrollo no tienen metas obligatorias según el régimen de Kyoto, pero están bajo creciente presión para comprometerse a reducir emisiones o, con más probabilidad, a disminuir el ritmo de crecimiento de las mismas.

Cada vez resulta más claro que el acuerdo que se esperaba ya no se puede lograr en Copenhague. No sólo es extremadamente difícil redactar un tratado sobre el que los 192 miembros del Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático puedan alcanzar consenso, sino que las negociaciones se han complicado por diferencias entre el mundo desarrollado y los países en desarrollo en cuanto al grado de responsabilidad que cada uno puede asumir para mitigar el cambio climático. Las naciones en desarrollo alegan que los países ricos han contribuido a la mayoría de las emisiones acumuladas, además de que sus emisiones per cápita son mayores. Pero se prevé que la mayor parte de los aumentos futuros de las emisiones vengan de países populosos en desarrollo, como China e India.

Aún está lejana la resolución de esas diferencias. Gran parte del mundo desarrollado ha prometido reducir emisiones, pero algunas ofertas (como las de la Unión Europea y Japón) son condicionales o podrían ser demasiado pequeñas. La Unión Europea dice que de aquí a 2020 las reducirá en 20% respecto de los niveles de 1990, pero podría elevar la cifra a 30% si otros países actúan en reciprocidad.

Sin embargo, la prolongada inacción de Washington ha limitado la capacidad del mundo desarrollado de obtener concesiones de los países pobres. No es probable que las naciones ricas hagan promesas significativas si Estados Unidos, segundo emisor mundial de dióxido de carbono, no se impone metas obligatorias. Será difícil, porque el gobierno estadunidense está limitado por el Congreso, cuyos miembros temen que tales compromisos afecten la competitividad de la economía del país. La Cámara de Representantes aprobó en junio una iniciativa que promovería la energía limpia y crearía un sistema basado en el mercado para reducir emisiones de carbono, pero el Senado aún forcejea con su propia versión de la legislación y sin duda no votará antes del año próximo.

Para mantener en marcha el proceso de Copenhague, el gobierno de Obama dijo por primera vez, el 25 de noviembre, que ofrecerá en la cumbre una meta indicativa sobre emisiones, la cual implica reducirlas en 17% respecto de los niveles de 2005 antes del fin de 2020, y en 83% hacia 2050. Son las mismas reducciones aprobadas por la Cámara en junio. Pero no es probable que tal compromiso provisional reciba mucho crédito, pues el Senado estadunidense bloqueó la ratificación del Protocolo de Kyoto. Sin legislación que la respalde, una meta estadunidense carece de significación. Además, las reducciones propuestas por Estados Unidos parten de los niveles de 2005, y no de los de 1990, como las de la mayoría de los demás países.

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Actividad en las torres de refrigeración de la central eléctrica de carbón de Jaenschwalde –considerada una de las más sucias de Europa–, poblado en el oriental estado de Brandeburgo, AlemaniaFoto Reuters

Propuesta de acuerdo

Contra este trasfondo, muchos han aceptado en privado que es demasiado tarde para terminar el borrador de un tratado a tiempo para Copenhague. Algunos presionan, en cambio, para que los líderes mundiales acepten un proceso de dos pasos, menos ambicioso: primero, los gobiernos accederían a fijar metas sobre emisiones. En la segunda fase se detallarían esas metas y se finalizaría el texto de un nuevo tratado internacional o una versión enmendada del Protocolo de Kyoto. Se espera que este acuerdo esté listo para firma en algún momento del año próximo.

Proponentes de este acuerdo afirman que fijar metas tentativas tiene sentido, sobre la base de que sería vergonzoso para los gobiernos recular de esas posturas. Esta visión refleja también el deseo de algunos políticos y científicos de no salir con las manos vacías de Copenhague, pues fracasar en aprobar un tratado en forma sería peor que amarrar un acuerdo menos ambicioso.

Sin embargo, persiste la incertidumbre en cuanto a las concesiones que cada país está dispuesto a hacer, y si un tratado más limitado sería creíble. La recesión global ha incrementado la presión sobre los gobiernos para poner la protección de empleos e industrias nacionales delante de los compromisos de corto plazo relativos al cambio climático. Un acuerdo en Copenhague podría resultar mucho menos vinculante políticamente que los imperativos domésticos. Esto parece probable sobre todo en Estados Unidos, donde el gobierno de Obama podría descubrir que ha gastado capital político en la reforma de salud y, por tanto, es menos capaz de superar a los opositores a su legislación sobre energía y emisiones.

Además de sus metas sobre emisiones, Copenhague tendrá que atender el asunto de las transferencias financieras de los países ricos a los pobres. El mundo en desarrollo se inclinará aún más a resistir las restricciones a su uso de energía, a menos que haya incentivos suficientes que propicien el desarrollo y ayuden a sufragar la tecnología necesaria para adaptarse al cambio climático. Una vez más, sin embargo, la crisis económica global ha complicado las negociaciones al debilitar las finanzas de muchos gobiernos del mundo rico, lo cual deja menos dinero para apoyar esa adaptación.

El papel esencial de China

Aun si obtienen asistencia financiera y otros compromisos, es probable que los países en desarrollo evadan hacer verdaderos cortes de emisiones en un futuro cercano. Los observadores esperan que, con incentivos adecuados, accedan a incrementar sus emisiones a un ritmo más lento. China comienza a mostrar signos de flexibilidad. En septiembre anunció por primera vez que hacia 2020 reducirá sus emisiones por unidad del PIB en un notable margen respecto de 2005; los reportes más recientes hablan de un recorte de 40-45%. La nueva meta provisional de Estados Unidos está condicionada a que China realice fuertes contribuciones de mitigación.

Conforme se acerca la cumbre de Copenhague, los retos de negociar el acuerdo global que muchos científicos consideran vital para el futuro del planeta parecen formidables en verdad.

Fuente: EIU

Traducción de texto: Jorge Anaya